Miedo me da preguntar por qué vender cedés en una manta atenta contra la integridad de autor y obra, pero no así cortar una escena de amor para anunciar condones. Miedo me da preguntar quién lleva a los tribunales los derechos del publicista que usa lonchas de Bach o Kubrick sin manta ni rebozo, y gana. Miedo me da preguntar si interpelar a un ministro en el parlamento será reproducción indebida de un guión televisivo, parir, hacer fotocopia pirata de otro misma o de una otro, y vivir, reproducción ilícita de una inacabable producción...

Miedo me da preguntar por qué vender cedés en una manta atenta contra la integridad de autor y obra, pero no así cortar una escena de amor para anunciar condones. Miedo me da preguntar quién lleva a los tribunales los derechos del publicista que usa lonchas de Bach o Kubrick sin manta ni rebozo, y gana. Miedo me da preguntar si interpelar a un ministro en el parlamento será reproducción indebida de un guión televisivo, parir, hacer fotocopia pirata de otro misma o de una otro, y vivir, reproducción ilícita de una inacabable producción…

Miedo me da preguntar por qué vender cedés en una manta atenta contra la integridad de autor y obra, pero no así cortar una escena de amor para anunciar condones. Miedo me da preguntar quién lleva a los tribunales los derechos del publicista que usa lonchas de Bach o Kubrick sin manta ni rebozo, y gana. Miedo me da preguntar si interpelar a un ministro en el parlamento será reproducción indebida de un guión televisivo, parir, hacer fotocopia pirata de otro misma o de una otro, y vivir, reproducción ilícita de una inacabable producción social pero con autor (eso sí, anónimo) ; y hasta me da miedo pulsar estas teclas, no sea que una sociedad de autores de Fenicia, sin más obra que vivir de la ajena, tenga los derechos del alfabeto, o abrir estos labios a ese compás de tantas vidas que llaman castellano, no sea que de un rincón alce su morro un digno representante de esta sociedad general de autores de España, o de la vida, que se la encontraron hecha y la inscribieron en un registro para explotarla. Miedo me da preguntar, porque una pregunta de verdad se sabe dónde o cuándo o por quién empieza, pero jamás adónde lleva ; porque una pregunta de verdad se encuentra, no se busca en la programación del mundo, ese gran cuestionario ajeno en que se respondieron los muertos ya cumplidos, donde nada preguntará jamás por ti ni hará esa pregunta que espera una vida entera partida en dos ; porque aquello por lo que una pregunta de verdad pregunta no tiene ser ni nombre hasta que en ella se encuentra y se formula, respuesta y pregunta, autor y obra a una. Sí, claro que tengo una pregunta, lo que no tengo es un usted para ella : porque la pregunta es por el autor de semejante vida (eso sí, anónimo), y la respuesta, una sociedad anónima (eso sí, de autores). Que en ese tajo cabe entera la vida partida que llevamos, ni me atrevo a decirlo en la lengua de todos, no sea que me salga un verso con derechos y venga a querer cobrarme un autor social, o una sociedad autora, por reproducirme así de primeras sin productor, ni sello, ni bautismo. Porque una pregunta de verdad nace como un verso, salvando las distancias : entre una existencia y los nombres de ser en que se contesta, nada de cristal. Pero una televida en lonchas prescritas de 59 segundos para contestarse es un televerso que no salva, preserva esa diferencia como si nada en una indiferencia como de cristal, donde nada importa pregunta ni respuesta, sino que se produzcan como reproducción del guión en el escenario prescrito : un cristal de nada, imposible territorio sin dimensión de la religazón y el encuentro, de siempre codiciado por todo alcahuete o correveidíle que tengo una pregunta para él, porque saben que ese perfil define y tasa ya irremisiblemente como obra y producto suyo a los que separa en pregunta y respuesta, obra y autor, hombre y mujer o cualquier otro género vendible, indiferentemente. Así es que ese platónico plató con sombras a color ya puede juntar existencias como preguntas y llevar, diciendo que vuelven, filosóficos contestadores del reino de las respuestas, que todo sigue siendo cavernícola simulacro de la escena preferida por los encandilados telecautivos : la de salir de la caverna de los ecos a la voz del día, la escena de su propio final de personaje que pregunta sin preguntarse por qué, por qué a ése, y eso, y aquí, y ahora ; de personaje prescrito que pregunta siempre en respuesta a necesidades ajenas de algún telenosotros cristalizado, de algún estado o alguna memoria o algún guión con autor, pero anónimo, que de tanto hablarse solo, pero social, se quedó sin interlocutor y ahora se lo escribe. Salidas de caverna a caverna, en un desplome sin fin de cajas chinas, una sociedad general de personajes busca preguntas en que aparentarse autor, no respuestas en que serse pregunta. Y sí, yo también tengo una : lo que no tengo es un usted a quien dirigirla. No sale en pantalla, ni de ella.


Fuente: José Luis Arántegui