Son muchas las opiniones vertidas sobre el anarquismo y yo mismo entro en un tópico si digo que, gran parte de ellas, desvirtuadas bien por ignorancia, bien por manipulación ideológica o, directamente, claros intereses políticos. Tampoco quisiera caer en un victimismo, también demasiado habitual, sobre el constante ninguneo que sufre por la mayor parte de la historiografía oficial o la negación del papel que le corresponde en los estudios sobre los movimientos sociales.

José María Fernández Paniagua

Son muchas las opiniones vertidas sobre el anarquismo y yo mismo entro en
un tópico si digo que, gran parte de ellas, desvirtuadas bien por
ignorancia, bien por manipulación ideológica o, directamente, claros
intereses políticos. Tampoco quisiera caer en un victimismo, también
demasiado habitual, sobre el constante ninguneo que sufre por la mayor
parte de la historiografía oficial o la negación del papel que le
corresponde en los estudios sobre los movimientos sociales.

José María Fernández Paniagua

Son muchas las opiniones vertidas sobre el anarquismo y yo mismo entro en
un tópico si digo que, gran parte de ellas, desvirtuadas bien por
ignorancia, bien por manipulación ideológica o, directamente, claros
intereses políticos. Tampoco quisiera caer en un victimismo, también
demasiado habitual, sobre el constante ninguneo que sufre por la mayor
parte de la historiografía oficial o la negación del papel que le
corresponde en los estudios sobre los movimientos sociales.

A nosotros nos corresponde, desde la honestidad y el trabajo, arrojar luz
sobre un movimiento esforzado, como ningún otro, en dar respuesta a los
problemas sociales y en profundizar en los diferentes ámbitos que abarca
la capacidad humana. Voy a comentar a continuación, sin una profundización
científica de la que adolezco y con el filtro añadido de mis propias
experiencias que también hay que tener muy en cuenta, algunas opiniones
claramente ligeras y esquemáticas, pero hechas por personas corrientes,
creo que sin demasiados ánimos de desprestigiar pero con todos los
prejuicios que se quiera, y que puede corresponder a gran parte de las
nuevas generaciones. Es por esto que pienso que, lejos de acusar o
despreciar lo que sólo conduce a la marginalidad, merece la pena seguir
combatiendo los numerosos prejuicios que existen sobre el anarquismo ; si
una de las premisas fundamentales del mismo es el culto al conocimiento y
cómo conduciría a la autoconsciencia y a la emancipación, es nuestra
obligación ser coherentes y establecer una dinámica de aprendizaje mutuo
con todos y cada uno de los seres humanos. De esta manera, con un
conocimiento sólido de la materia que nos ocupe y con el añadido de
nuestras continuas experiencias personales, es imposible mantenerse
inmóviles en opiniones que pronto quedarán atrás.

Hace poco, en un chat con Irene Lozano, autora de una biografía reciente
sobre Federica Montseny, alguien le preguntó qué opinaba sobre el
anarquismo, «una ideología que resultaba ridícula hoy día» (sic).
Especialmente triste resulta el comentario, para empezar este modesto
recorrido por el imaginario colectivo, y difícil es encontrar el lugar por
dónde empezar a refutarlo. Diré que existe un indudable triunfo moral -que
se va reafirmando a medida que avanza la sociedad- para el anarquismo y
los anarquistas y son los que han demostrado mayor justeza en sus juicios
y acciones. Su búsqueda de la libertad, de la justicia y del conocimiento,
profundizando y superando el dogma y los convencionalismos hace que, al
menos, merezcan un respeto a la hora de establecer un juicio serio.

Otro comentario muy extendido, aquí tal vez más habitual en personas de
mentalidad progresista -aunque habría que tratar de dar una definición
sólida a dicho término-, es el de que «el anarquismo es un ideal bello
pero resulta una utopía». El argumento, quizás contaminado por lo habitual
que resulta, no da lugar a una conversación demasiado seria ;
históricamente, no hay un solo anarquismo y, así, se puede opinar e
incluso tener una bonita discusión científica o económica sobre que, por
ejemplo, una concreción anarquista como es el colectivismo bakuniniano
resulta irrealizable -que es el significado que se le quiere dar a la
palabra utopía la mayor parte de las veces- o anacrónica pero hablar, así
en general, sobre si una sociedad sin Estado es posible, y que tenga
continuidad en el tiempo, requiere una preparación que nos sobrepasa

 incluso, probablemente estando dotado de precognitivas que no tenemos las
personas normales-.

Una sociedad sin Estado pero, claro está, mucho más. Las sociedades sin
Estado han existido durante gran parte de la historia de la humanidad pero
la cuestión estriba en la construcción de una sociedad donde no exista una
clase dirigente y el mínimo de delegación, una sociedad libertaria con
todo lo que conlleva la tradición ácrata -aquí, el cientificismo y
heterodoxia del anarquismo resulta de vital importancia- sujeto, por
supuesto, a una constante evolución, a nuevas respuestas que da la misma
experiencia -otro punto de vista importantísimo en el anarquismo es su
negación de una teoría cerrada dejando un campo libre para lo empírico-.
¿Resulta esto una utopía ? Está claro que no es esa la cuestión sino el
grado de dificultad que suponga su construcción y no creo que nadie afirme
que resulte sencillo incluso ante un supuesto vacío de Estado ; y no se
trata sólo de lamentarse por las circunstancias actuales y los numerosos
enemigos que tiene el anarquismo sino, también, tratar de confirmar que la
forma de ser más libres y más felices, de asentar la base de la sociedad
libertaria, es combatiendo las instituciones y superestructuras con sus
diferentes formas de dominación, sí, pero también huyendo, a nivel
personal, del tutelaje, buscando el máximo de autonomía y aceptando que
esa capacidad de progreso es posible en cada persona, sean cuales fueren
sus circunstancias.

Esto deben ser más que palabras bonitas y quizá pueda calar algo en todas
esas personas prejuiciosas con el anarquismo que lo niegan como algo
ridículo o irrealizable ; si tratamos de no verlo como una ideología o,
mucho menos, una doctrina y más como una filosofía o una moral, con su
praxis cotidiana, el campo puede estar abonado para una sociedad mejor.
«Anacrónico», es otra palabra atribuida con frecuencia al ideal ácrata y,
sin embargo, no puede estar, en mi opinión, más cargado de futuro ; su
búsqueda de justicia social y conciliación con la máxima libertad
individual no tiene parangón con ninguna otra forma de organización
social. Todo lo bueno que tiene nuestra democracia liberal -entendiendo
esta palabra como una actitud de libertad y tolerancia en las relaciones
humanas y dejando a un lado el sistema económico del que hablaré más
adelante- ya lo propugnó el anarquismo décadas antes de que los elementos
reaccionarios fueran cediendo lentamente ante el progreso.

¿Dónde reside, pues, la extemporaneidad del anarquismo ? Quizá vaya
demasiado lejos al pensar que las teorías del milenarismo o de los
rebeldes primitivos -como explicación a la fuerza del movimiento
libertario, por ejemplo, en España- puede que tengan algo de culpa de esta
nueva caricaturización o reduccionismo en la que se entra sin demasiada
dificultad por parte de la opinión popular. La explicación más sencilla
puede estar en ese razonamiento, al que se llega vía pensamiento único, de
«el fin de la historia y de las ideologías» ; es decir, no hay otra
respuesta a la cuestión social o económica, vivimos en el mejor de los
mundos posibles. Afortunadamente, el tiempo actúa como un perfecto
erosionador de la estulticia y quiero percibir ya un soplo de aire fresco
para estos nuevos dogmas que produce la adoración al llamado mercado
libre. El anarcosindicalismo puede ser objeto también de este juicio
negativo al considerarse el proletariado un concepto difuso en la
modernidad ; discutible es esto, por supuesto, pero de nuevo tomamos una
parte por el todo. La sindical es otra forma más de emancipación que
traslada las herramientas de lucha del anarquismo -plena autonomía,
asambleísmo, acción directa…- a la organización obrera y cuyo afán
revolucionario es incuestionable sobre el papel pero que, en la práctica,
ha dado lugar a conflictos y polémicas a los que no ha sido ajena la
historia ; se puede confiar, actualmente, en la fuerza o viabilidad de la
opción anarcosindicalista pero contemplo el anarquismo como liberador de
una manera más amplia superando la visión histórica de que una clase
social concreta será la protagonista de la deseada revolución. No
obstante, resultan indudables la precariedad laboral -que marca la
plenitud de la vida de una persona- y la indefensión del trabajador frente
al sistema capitalista por lo que resulta primordial la labor de un
sindicato combativo y transformador.

Otro lugar común en las opiniones populares sobre anarquismo es
considerarlo algo similar a otras ideologías «radicales» como el comunismo

 o, concretando, a la praxis marxista ya que existe un comunismo
libertario-, confirmado en muchas ocasiones por movimientos sociales que
utilizan con alegría una iconografía perfectamente intercambiable a gusto
del consumidor. Hay que decir que los anarquistas ya denunciaron y
combatieron los regímenes totalitarios mucho antes de su caída definitiva ;
si la acción libertaria es la lucha contra el poder y su meta la
destrucción definitiva del Estado, con mayor motivo se va a abominar de
sistemas donde se confía en un poder totalizador magnánimo, por mucho que
asegurara Marx que la perfección del Estado haría innecesaria su
existencia. La historia esta ahí, y dejando a un lado las perversiones o
desviaciones en las que algunos insisten todavía, es para pensar en el
germen autoritario que puede llevar en su seno la doctrina marxista y en
el despotismo al que conduce su concreción política, cosa que ya vislumbró
Bakunin en la I Internacional dando lugar a la corriente antiautoritaria
del socialismo. Como se ve, desde un principio resulta imposible confundir
ideas que son antitéticas y que dieron lugar a una bifurcación difícil de
reconciliar ; si algunos pensadores han hablado de un «marxismo libertario»
es, quizá, por apertura y acercamiento de una doctrina cerrada y
científica al anarquismo que siempre tendió al análisis y a hacerse
preguntas antes que a dar respuestas definitivas. Hoy en día, insisto, el
anarquismo posee un indiscutible -aunque resulte difuso y pocos lo
acepten- triunfo moral al haber colocado la libertad como valor primordial
y puede mirar con orgullo hacia adelante ; el comunismo, agoniza
patéticamente con la mirada puesta en referencias como la Revolución
cubana que constituye, todavía, una triste realidad.
Superado el desastre que supusieron los sistemas totalitarios, el
anarquismo debe dar respuestas en su afán socializador antiestatalista ;
otra gran preocupación en las personas es la de una propuesta sólida y
moderna de economía que garantice el bienestar -las propuestas históricas
libertarias pueden resultar un estupendo referente pero sería bueno
estudiar las complejidades de la actual globalización capitalista para
combatirla en profundidad, cosa que también realizaron los grandes
pensadores libertarios en su momento-.

Esto constituye, quizás, una gran asignatura pendiente para convencer de
que es posible una alternativa liberadora frente a un sistema que, entre
sus grandes capacidades, además de mantener las relaciones de poder, está
la inculcación de que no es posible cuestionar el estado de las cosas. Es
fácil denunciar que seguimos siendo, en gran medida, esclavos de un
sistema económico desigualitario, depredador, alienante, capaz de fabricar
mentes sumisas gracias a constantes «opios del pueblo» y «pan y circo» que
han demostrado tener muchos más recursos y lugares que los tradicionales
de la iglesia y la taberna, gracias, en gran medida, a una revolución
tecnológica que, lejos de desestimarla como alienadora como manifiestan
algunos, debe ser puesta al servicio de las premisas libertarias.


Fuente: Tierra y Libertad / José María Fernández Paniagua