Quizás descubrir los componentes que forman el genoma del poder sería merecedor del mayor premio de la humanidad. ¿Cuál es su mecanismo ? ¿Qué composición química desarrolla ese aroma tan característico ? Su descubrimiento bien merecería una partida de póquer con el diablo. Es tan fácil ponerse en la escalera que da acceso, como difícil es llegar a la cima. Pero lo que es tremendamente complicado es no salpicarse con las esquirlas de su ambición.

Quizás descubrir los componentes que forman el genoma del poder sería merecedor del mayor premio de la humanidad. ¿Cuál es su mecanismo ? ¿Qué composición química desarrolla ese aroma tan característico ? Su descubrimiento bien merecería una partida de póquer con el diablo. Es tan fácil ponerse en la escalera que da acceso, como difícil es llegar a la cima. Pero lo que es tremendamente complicado es no salpicarse con las esquirlas de su ambición.

El poder nos impregna tan sutilmente como la interpretación que hacemos de los sucesos que lo acompañan. Son olores inherentes al ser humano, tan esenciales, o, más que la manipulación, que la interpretación, manifiesta que hacemos del pasado. Todo es cuestión del color del cristal con el que se mire, o del hedor que desprenda. Aunque bien mirado, en esta época de aspereza intelectual, donde los Dragó y los Reverte claman sin rubor sus diatribas, no se pueden echar a perder dos perlas que, seguro, son componentes básicos en la pócima del poder ; elementos espesantes en la salsa de la ambición, debido a sus íntimas propiedades de contenido totalitario. Me refiero a las declaraciones extraídas por Millás en una entrevista realizada a Felipe González, desde donde se desprende la arbitrariedad del poder estatal -¿amparando a Rubalcaba ?-. Y, por otro lado, el discurso de Ratzinger comparando, similarmente, el actual estado religioso con la coyuntura de la II República –sin duda ninguna, asesorado por la Conferencia Episcopal-. Son dos fragmentos determinados de la realidad dignos de agradecer, puesto que la revisión de su fondo cobra máxima importancia para iniciar una reflexión de aspecto generalizador, en el tema a tratar.

Las dos opiniones ponen en evidencia la condición autoritaria del poder. Una, amparando el terrorismo de Estado, y la otra, la cólera divino del representante del dios católico en la tierra. Dos modelos genuinos de la guerra sucia (Estado y Religión) y, en cierto sentido, poderes reaccionarios. Y ya se sabe, cuando los poderes retrógrados quieren : no hay que remover el pasado, no hay que oxigenar las brasas de la historia. Pero cuando su condición autoritaria se tambalea, aunque sea mínimamente, como es el caso, horror : ¡Perdemos las elecciones ! ¡Vuelven los rojos ! No dejaría de ser cómico, si su condición permanente no hubiese costado tantas víctimas, incluso entre sus filas.

Es curioso que desde el socialismo se haya anunciado, sobre todo desde la muerte de Franco, la instalación del laicismo en el Estado, y todavía se mantenga el Concordato con el Vaticano de 1953 con evidentes vínculos franquistas, -la Iglesia está exenta de impuestos-. Y también resulta paradójico como desde el Vaticano se acusa al actual gobierno de anticlericalismo manteniendo, como mantiene, la financiación y las asignaciones presupuestarias, a cargo del erario público –sobre todo en educación-, a la confesión católica. Resulta incomodo, o por lo menos chocante, como un Presidente de Gobierno hace alarde público de su capacidad para acabar, o no, con la vida de nadie, equiparando su magnanimidad a la del Santo Padre cuando no concede su bendición al uso del preservativo en el continente africano muerto de sida. Es la sinergia del poder.

La conexión de sucesos que desembocaron en la dictadura franquista,-recordemos una vez más, decadencia de la monarquía, anticlericalismo, laicismo estatal…- eran el producto de una evolución, de una adaptación de las costumbres y tradiciones a las nuevas circunstancias y vicisitudes. Incluso el socialismo se involucró con la República, aún a pesar de su silencio durante la dictadura de Primo de Rivera. Entonces, sí se podía considerar que la sociedad se encaminaba hacia una progresista igualdad entre hombres y mujeres, a un dialogo, más o menos educado, entre ideas distintas, a afirmación de estatutos de autonomía y hacia la aconfesionalidad del estado consentida y asimilada, poco a poco, por la población. Pero los poderes reaccionarios consideraron que eso era demasiado. El fervor religioso intolerante, pedante, tosco, no permitía una socialización flexible sello de una sociedad tamizada, afable, humanitaria y racional. La Iglesia en comunión con los poderes más retrógrados, como han sido y son, la monarquía, el ejército y el tradicionalismo rural, sustituyó el báculo obispal por los fusiles. De eso no se acuerdan.

Eso sí, se nos recuerda constantemente la quema de iglesias y conventos, el asesinato de muchos religiosos y las atrocidades cometidas contra el clero. Pero, no suelen acordarse de los campesinos muertos de hambre al servicio antojadizo de los señoritos, del analfabetismo generalizado consentido por la Iglesia católica, de la tremenda diferencia entre ricos y pobres, de la desigualdad entre hombres y mujeres proclamada desde el púlpito, de la discriminación de los homosexuales, o cualquier otra desviación sexual, o del voyeurismo confesional. Tampoco nos recuerdan, como los pudientes, abortaban, se separaban con consentimiento eclesiástico, no nos recuerdan la pederastia –episodio sin investigar a fondo en este país- protegida y silenciada dentro de los seminarios y colegios, la homosexualidad travestida de uniforme o sotana declarando su hombría o castidad. Una revuelta social no nace porque la población está de acuerdo con los poderes instaurados. No. Tanto la República, como el levantamiento contra ella, son dos episodios de descontento. Uno popular y no debemos olvidar, como los visionarios quieren, que legal. El otro, elitista sirviéndose de la ignorancia sembrada por su doctrina y amparándose en la fuerza de las armas. Tampoco lo debemos olvidar, aunque no nos lo recuerden.

Los precedentes constitucionales de este país son caóticamente contradictorios dado que reflejan el equilibrio combatiente entre la dictadura, la monarquía, la iglesia y la herencia del terrorismo de Estado del que tanto alardean algunos. Por eso, no deben sorprendernos estas declaraciones realizadas por los representantes del socialismo y de la iglesia. Políticamente las negociaciones entre iguales son complicadas y espinosas. En este caso, ambos estamentos se consideran fuertes y en posesión de derechos, puesto que son potentes económicamente. Al patrimonio eclesiástico hay que añadirle los donativos y las financiaciones mencionadas, lo que motiva a Rouco Varela ha pronunciarse de la siguiente manera : “España fue uno de los escenarios donde creció y se difundió la fe, con una de las Iglesias que más dinamismo ha demostrado. Por lo tanto se debe a esa aportación excepcional que se ha dado dentro del país a lo largo de la historia”. Es cierto, la Inquisición, las expulsiones de todos los credos distintos, la condenación de todo acto contranatura fuera de sus márgenes y la colaboración con el franquismo, tan sólo por recordarles algo, son ejemplo de su política dinámica en este país. Lo mismo que el Estado, en su utilización y abuso de la fuerza coercitiva a su alcance, el GAL. Por ello, no hay que ubicarse muy lejos para demostrar que todos los poderes, aunque sean legales, emplean la fuerza a su orden para mantenerse en el mismo. Eso también incluye a la República. Por lo tanto, ninguno de los dos estamentos se ve capaz de exigir ni arrancar concesiones, el uno del otro. Les va bien. Ya lo dice el embajador socialista en la Santa Sede, “tanto la Iglesia como el Gobierno han cedido par mantener una buena relación”.

Es la sinergia del poder. Los socialistas no creen oportuno llevar a las Cortes la Ley Orgánica de la Libertad Religiosa, no es el momento. Tampoco la Iglesia condena abiertamente los crímenes de Estado, no estaría bien visto.

Julián Zubieta Martínez