Cuarenta años después, muerto ya Franco, poco quedaba del legendario movimiento de Durruti convertido en pasado y relegado a un segundo plano de la vida política de la transición.
Las divisiones internas y el enfrentamiento entre las distintas facciones del anarcosindicalismo, entre quienes se exiliaron y quienes quedaron dentro, entre ortodoxos y heterodoxos, son estudiadas con detenimiento por Herrerín en estas "memorias de una familia política".


Cuarenta años después, muerto ya Franco, poco quedaba del legendario movimiento de Durruti convertido en pasado y relegado a un segundo plano de la vida política de la transición.

Las divisiones internas y el enfrentamiento entre las distintas facciones del anarcosindicalismo, entre quienes se exiliaron y quienes quedaron dentro, entre ortodoxos y heterodoxos, son estudiadas con detenimiento por Herrerín en estas «memorias de una familia política».

«La división interna fue horrible, tremenda. Durante la investigación para el libro me fue imposible sentar a dos personas de 80 años en Toulouse. Hasta ahí llega el enfrentamiento», explica. El historiador argumenta : «Hubo un grupo que no quiso perder el tren de la historia. En los años cincuenta se ponen al frente de organizaciones como la Unión de Fuerzas democráticas, pero las salidas que había se desecharon. Vencieron los más intransigentes : en 1975, Montseny seguía hablando de acción directa. Apostaron por una línea de inmovilismo ideológico. El otro grupo intentaba buscar una salida, pero tampoco encontró el camino ideológico. El paso a lo mejor hubiese sido hacer una organización nueva, pero les dio miedo romper el mito de las siglas». En su estudio, Herrerín ha hecho frente a la lucha «política de la memoria» que las dos facciones de la CNT sostuvieron : «En 1945, los dos grupos quieren demostrar que tienen razón, llega la lucha total por todo. Ambas facciones intentan adueñarse de Durruti, echar marcha atrás. Es la lucha por la memoria».

La dura represión franquista contra el movimiento anarcosindicalista es otro de los temas en los que Hererrín entra de lleno. La elección de nuevos cuadros de mando y la reorganización del sindicato comenzaron en los campos de concentración. Una y otra vez, los cabecillas eran detenidos y la organización interna iba quedando fuertemente diezmada. Herrerín apunta a la imposibilidad de mantener en la clandestinidad una organización de masas, y presenta por primera vez un riguroso estudio de fuentes. En la entrada de anarquistas en 1947 en los sindicatos del régimen, el historiador marca diferencias : «Hay que diferenciar entre los que entraron empujados por sus compañeros y los que se suben al carro de los vencedores. Los cincopuntistas como Lorenzo Íñigo o Francisco Royano, con un largo pasado en la cárcel, son grandes militantes que ven que los comunistas están tomando mucha fuerza en el movimiento sindical. Su anticomunismo les lleva a pactar con los gerifaltes, pero con el régimen es imposible llegar a un acuerdo ; son engullidos por la dictadura. Muchos de los que entraron en el cincopuntismo se fueron».

Herrerín habla de la historia de la CNT -«los grandes perdedores»- como del «retrato de un familiar que murió de jovencito», y dice que con su libro ha intentado mostrar «las arrugas, el paso del tiempo». «En la memoria de los españoles están aquellos camiones y en el imaginario parece que lo que ha quedado es la bomba».

Él destaca el estrecho vínculo que el anarquismo mantuvo con la cultura, la importancia que a ella le siguen dando los viejos anarquistas : «El recuerdo de los ateneos literarios donde muchos de ellos aprendieron a leer y el respeto que tenían por la cultura es algo que mantienen».

ANDREA AGUILAR – Madrid

EL PAÍS