¿Quién no ha pasado por la caja del súper hablando por el móvil sin dirigir apenas la mirada a la cajera ? ¿Quién no ha pagado sin apenas decir buenos días o adiós a la persona que le ha atendido al otro lado de la cinta transportadora ? Anna Sam ha sufrido durante ocho años la indiferencia, cuando no el desprecio de los exasperados clientes de una gran superficie comercial de Rennes, en el noroeste de Francia. Harta de ser tratada como "menos que nadie", esta licenciada en Literatura de 28 años que no había encontrado mejor empleo decidió un día contar su experiencia en internet. Y arrasó.

¿Quién no ha pasado por la caja del súper hablando por el móvil sin dirigir apenas la mirada a la cajera ? ¿Quién no ha pagado sin apenas decir buenos días o adiós a la persona que le ha atendido al otro lado de la cinta transportadora ? Anna Sam ha sufrido durante ocho años la indiferencia, cuando no el desprecio de los exasperados clientes de una gran superficie comercial de Rennes, en el noroeste de Francia. Harta de ser tratada como «menos que nadie», esta licenciada en Literatura de 28 años que no había encontrado mejor empleo decidió un día contar su experiencia en internet. Y arrasó.

Su blog caissierenofutur.over-blog.com recibe unas 120.000 visitas diarias. En él explica cómo su puesto de empleada «transparente» permite observar el comportamiento humano puesto que la gente se conduce «como es en realidad». «Es increíble, se olvidan de que la cajera les está viendo, y actúan como si estuvieran en el salón de su casa», asegura.

Historias reales

Sam relata que muchos clientes ni siguiera saludan cuando llegan a la caja y pasan todo el tiempo colgados del portátil, desde que depositan los productos en la cinta hasta que se van. También cuenta escenas especialmente hirientes, como la de una madre que la señaló con el dedo al tiempo que le decía a su hija : «Lo ves, cariño, si no trabajas bien en la escuela acabarás convertida en una cajera, como esta señora».

A través de su blog, la joven se ha convertido sin pretenderlo en una especie de heroína, de justiciera de los trabajadores anónimos y mal remunerados del súper. El pasado mes de enero su fama trascendió el ciberespacio al ser invitada junto a la excandidata socialista Ségolène Royal a uno de los programas de televisión de mayor audiencia en Francia, Vivement Dimanche, conducido por el incombustible Michel Drucker, auténtica institución de la pequeña pantalla en Francia. «Desde que conozco tu blog, cuando llego a la caja del super apago el móvil. Gracias por esta lección de ciudadanía que nos has dado», admitió la dirigente del PS que hizo de la lucha contra la explotación de las cajeras un emblema de su campaña.

El fenómeno de simpatía hacia la empleada no ha pasado inadvertido al mundo editorial. Así que Sam ha pasado del blog al papel impreso con la reciente publicación de Les tribulations d’une caissière (Las tribulaciones de una cajera). La editorial Stock ha realizado una primera tirada de 30.000 ejemplares, que la autora firma a buen ritmo en su gira por librerías e hipermercados. Entre ellos, el Leclerc de Rennes, cuyos clientes no salen precisamente bien parados. «El director acudió a la presentación, y el personal no paraba de felicitarme, fue una buena iniciativa, muy positiva», subraya Anna Sam.

Ella dice no sentirse más que «una voz que ha sido escuchada». De hecho, no solo Royal ha cambiado su actitud en el súper. «Me dicen que ahora la gente cuando llega a la caja saluda más a menudo. El trabajo sigue siendo igual de difícil, pero al menos no somos tan ignoradas», comenta.

Los insultos

Ahora ya no tiene que escuchar los «insultos» de compradores estresados que «descargan su mal humor» en el último eslabón de la cadena. ¿Insultos ? «Sí, esa es una de las cosas más duras y que más duelen. Es increíble la facilidad con la que te llaman zorra o puta», afirma. Las razones de recibir semejante trato pueden ser tan banales como haber recordado al cliente que ha elegido una caja verde, donde no se dan bolsas de plástico, indicarle que la caja está cerrada, o responder con un «buenos días» al señor que asalta a la cajera con una queja.

Ahora ya no tiene que poner su mejor sonrisa ante el enésimo cliente que la trata como si fuera un robot. «De media, las personas que trabajan en la caja dicen buenos días y adiós 250 veces al día, gracias 500 veces, y los lavabos están en esa dirección 30 veces al día», recapitula. Una vez pasada la promoción del libro, Sam desea seguir escribiendo y encontrar un empleo más acorde con su formación literaria. «Sé que esto es efímero, pero el hecho de pasar de ser una cara anónima a ser una persona conocida ha sido una bonita revancha, que espero que sirva para cambiar un poco las cosas», concluye.


Fuente: ELIANNE ROS (El Periódico)