Artículo de opinión de Octavio Alberola

Pese a las declaraciones de sus principales dirigentes, afirmando que la CUP no apoyará la investidura de Artur Mas, es en una asamblea –“abierta a la participación de la militancia y de sectores afines de la izquierda independentista alternativa”- que esta formación “independentista y anticapitalista” decidirá si al menos dos de sus diez diputados prestan su apoyo para investir a Mas como presidente de la Generalitat.

Pese a las declaraciones de sus principales dirigentes, afirmando que la CUP no apoyará la investidura de Artur Mas, es en una asamblea –“abierta a la participación de la militancia y de sectores afines de la izquierda independentista alternativa”- que esta formación “independentista y anticapitalista” decidirá si al menos dos de sus diez diputados prestan su apoyo para investir a Mas como presidente de la Generalitat.

Si nos fiamos a lo sucedido estos últimos días, tras la constitución del nuevo Parlament, y acuerde o no la CUP prestar esos dos votos, los hechos parecen probar que la CUP está cumpliendo la promesa hecha por sus dirigentes de no hacer nada que pueda “descarrilar el proceso independentista”… Y ello pese a estar liderado por los sectores independentistas de la burguesía catalana que, al menos en el ámbito parlamentario, dispone de una representación seis veces mayor…

La prueba de esta alianza la han dado al presentar conjuntamente, con la plataforma de Artur Mas y Oriol Junqeras, un acuerdo que apuesta por iniciar el proceso de creación de “un Estado catalán independiente en forma de república”. Un acuerdo que estas dos formaciones esperan poder aprobar antes del pleno del Parlament el lunes 9 de noviembre. Pleno en el que debería hacerse la supuesta investidura de Artur Mas.

La “independencia”, ¿para qué?

Más allá de los “argumentos” jurídico-constitucionalistas que se están utilizando ahora -tanto los independentistas como el gobierno y los antiindependentistas- para acelerar o frenar esta iniciativa, los resultados del 27S muestran que ni los partidarios del “proceso independentista” ni los que lo rechazan pueden prevalerse de ser una mayoría “legal” y ética suficiente para imponer o rechazar la independencia en Catalunya. Pese a ello, unos y otros se consideran legitimados para imponerla o rechazarla, aunque por el momento no vayan más allá de declaraciones a los medios, de propuestas institucionales y de iniciativas leguleyas para conseguir sus respectivos objetivos.

Independientemente pues de la “legitimidad” moral e histórica, de las diferentes posiciones en este “conflicto”, y de que en los dos bandos existen grupos con intereses dispares, no coincidentes e inclusive antinómicos, es obvio que el por qué de la “independencia” no es el mismo para los del Juns per el SI y los de la CUP-CC, como tampoco se oponen a ella (en Catalunya) por las mismas razones los del PP, PSOE y Ciudadanos, por un lado, y los de IU, Podemos, por otro.

Lo sorprendente es que la CUP–CC, que pretendía y aún sigue pretendiendo ser una organización fundamentalmente “asamblearia” y “anticapitalista”, con “el pie, el alma, el corazón y la mente fuera de la institución”, se preste –de buena o mala gana- a participar en este grotesco espectáculo, en esta “parodia de democracia” que la CUP-CC no ha cesado de denunciar desde su fundación, y que de más en más se comprometa con el proyecto independentista de Mas y lo suyos. Un proyecto, el de la burguesía catalana, que por más catalana que sea no deja de ser burguesa.

La CUP: ¿independentista o anticapitalista?

Por supuesto, en la base y entre los candidatos y candidatas a representantes de la CUP-CC debe haberlos y haberlas sinceramente convencidos de estar sacrificándose por una causa noble: la de la “soberanía popular”, del “derecho a decidir” e inclusive del “bienestar del pueblo”. Y convencidos también de la necesidad de “negociaciones”, de “alianzas” y “pactos” para conseguir sus objetivos políticos, sociales y medioambientales. Sinceramente convencidos de que es así que se avanza en el “combate político” y se consigue mejorar la “convivencia” en el seno de la sociedad. En otras palabras: que –contrariamente a lo que se pensaba y se gritaba en las manifestaciones del 15M- no “todos los políticos son unos chorizos”, que debe haberlos honestos e incorruptibles, además de consecuentes con lo que piensan y dicen. Capaces, inclusive, de sacrificarse por el bien colectivo y de no hacer piruetas y dar puñaladas para ganar las elecciones democráticamente y no a cualquier precio.

Ahora bien, el espectáculo mediático-político al que estamos asistiendo en estos momentos muestra que, en nombre del pragmatismo, en todos los partidos –tanto en los que se han alternado en el poder desde la transición-transacción como en los que cuestionan y quieren poner fin a esa alternancia bipartidista- priman los egos y que, para asegurar una carrera política, se arrinconan los principios que antes se defendía. Ese oportunismo que ha predominado hasta ahora y cuyo resultado es encontrarnos, cuarenta años después de la muerte de Franco, con los poderes fácticos incólumes y los derechos sociales en igual o peor estado en que lo estaban entonces.

Ante una tal situación, es inquietante ver caer a la CUP -que pretendía y pretende (como Podemos) encarnar las exigencias de cambio político y social expresadas por los últimos movimientos sociales y en particular por el movimiento de indignación del 15M, en el posibilismo político. Esa manera de hacer política que, además de implicar compromiso e inducir al abandono de la radicalidad, es -como se ha demostrado a lo largo de la historia- un arma ineficaz para el cambio y si muy eficaz para mantener el statu quo político y social imperante.

No es pues sólo sobre la investidura de Mas (el representante de al burguesía catalana, el responsable de los ”recortes sociales” y encubridor de la corrupción convergente) que la CUP va a pronunciarse para no “descarrilar” el proceso independentista, también será sobre continuar o no con el posibilismo político, que, además de conducir a comprometerse con los de la “casta”, contribuye a desmovilizar los movimientos sociales y a fortalecer el sistema capitalista que se pretende combatir.

Por haberse metido en la trampa institucional, la CUP se encuentra ahora ante el dilema de decidir entre ser más independentista que anticapitalista o seguir luchando por un independentismo que sea verdaderamente social. Es decir: o fundirse en el sistema o seguir siendo la oposición de “izquierda independentista” al sistema capitalista (español y catalán) que proclama ser.

Octavio Alberola

 

 


Fuente: Octavio Alberola