Artículo publicado en Rojo y Negro nº 387 de marzo

Al ecologismo no le coge por sorpresa la desidia con la que abordó el gobierno gallego, del Partido Popular, la crisis ecológica desatada por el vertido al mar de 26 toneladas de gránulos de plástico tóxicos, que está afectando a las costas del Noroeste peninsular y que se son la punta del iceberg del enorme problema que suponen los plásticos a esfera planetaria.
Las que estamos, día tras día, defendiendo el territorio de las agresiones ambientales, sabemos que rara vez nos encontramos al gobierno autonómico de nuestro lado. Lo más habitual es que esté alineado con el infractor, amparándolo o encubriéndolo.
Un Partido Popular que ha declarado Galicia entera zona de sacrificio tiene como hábito la desidia ante la degradación del medio ambiente, más cuando esta afecta a la economía tradicional y no a las grandes empresas. Es algo que ya se vivió, hace años, con la infame Ley de Acuicultura, y de forma constante con empresas mineras y pasteras.
La presión mediática y el circo electoral han hecho que el gobierno gallego haya tenido que desistir del enésimo truco escapista y bajarse, a regañadientes, a la arena. Pero la desidia es adictiva, a pesar de toda la gestualidad del Partido Popular gallego. Lo cierto es que, incluso a día de hoy, el operativo desplegado por la administración para todo el litoral gallego es menor que el voluntariado que hemos concentrado, a veces, en una sola playa desde el ecologismo y la espontaneidad popular.
Si algo temen los gobiernos y resquebraja el sistema socioeconómico, es la autoorganización popular frente a la ausencia del Estado y tomando las riendas de la crisis. El pueblo gallego, a pesar de insidiosos estereotipos, siempre ha estado a la altura en circunstancias críticas. En esta ocasión, al igual que ocurrió hace dos décadas con el Prestige y casi cada año con los incendios forestales, cientos y cientos de vecinas de las pequeñas localidades costeras afectadas se volcaron en limpiar las playas y miles de gallegas de todo el territorio, e incluso de otros lugares, se apuntaron en las distintas brigadas que organizamos las asociaciones ecologistas.
Voluntariado que vuelve con tesón una y otra vez a limpiar, a pesar de lo desesperante que es recoger los gránulos y otros residuos plásticos armadas solo de un recogedor y una escoba. La marea de mañana volverá a cubrir de pellets la arena limpiada hoy, pero el voluntariado sigue intercambiando un esbozo de sonrisa de solidaridad cuando se cruzan las miradas.
Pero al César, lo que es del César. La responsabilidad directa del desastre es de la naviera propietaria del portacontenedores Toconao. Un “accidente”, como los cientos que ocurren al año en los siete mares, desprendió seis contenedores, alojados sobre cubierta (donde no deberías estar dada su carga), al mar del norte de Portugal. Uno de estos contenedores mal estibados se abrió al caer por la borda y vomitó al mar mil sacos con millones de pellets cada uno.
Estos diminutos fragmentos de plástico, talla media de 5 mm de diámetro, flotan en el agua confundiéndose con huevas y pudiendo ser ingeridas por peces y aves, causándoles la muerte por inanición al llenar sus estómagos. Además, la degradación en el medio marino de los pellets los convertirá en microplásticos y nanoplásticos que son ingeridos por el plancton y otros organismos filtradores, y de ahí a toda la cadena trófica.
Esto afectará al ecosistema, y cómo incansablemente repetimos desde el ecologismo, los desastres ambientales no remediados siempre acaban convirtiéndose en un problema de salud pública y causando impactos en economías locales íntimamente ligadas al mar. Decenas de miles de familias viven de la pesca y el marisqueo en las rías de Muros-Noia y Arousa, una actividad económica tradicional y sostenible que está gravemente amenazada por un vertido que se suma a otros impactos que han venido mermando la salud de las rías: la mala gestión de centrales hidroeléctricas como la del Tambre, la contaminación por metales pesados de las minas de Touro y San Finx o un sistema ineficaz de gestión de aguas residuales urbanas.
Los movimientos sociales no tardaron en organizarse para que el pueblo gallego expresara su indignación. Así, la compostelana Praza do Obradoiro acogió, el pasado domingo 21 de enero, a decenas de miles de gallegas y gallegos que acudieron a alzar su voz mostrando su rechazo ante una gestión pública ecocida que aboca los ecosistemas de las rías gallegas a un colapso ecológico. “En defensa do noso mar” era el lema bajo el cual cofradías de pescadores y mariscadoras convocaron a toda Galicia a una convocatoria a la que de inmediato se sumaron las organizaciones ecologistas y sociales.
El acicate de la manifestación fue esta última agresión ambiental en forma de gránulos plásticos, pero la gente del mar lleva más de un decenio sufriendo una continua debacle en sus capturas por los miles de vertidos cotidianos que impactan en las rías gallegas. Drenajes mineros, aguas fecales, sentinazos, residuos de la industria y descargas descontroladas de embalses ponen en jaque el delicado ecosistema marino y, por ende, la economía tradicional basada en una pesca y marisqueo sostenibles.
El resonar de “Nunca Máis” revive el desastre causado por el Prestige, aunque, por “suerte”, el vertido de pellets provocado por el portacontenedores Toconao está lejos de la magnitud del impacto del chapapote de aquel nefasto petrolero. Sin embargo, una invariante se evidencia en ambos desastres: la desidia del gobierno gallego del Partido Popular ante la crisis de los gránulos de plástico. La próxima ocasión la “suerte” podría ser otra y volverían los “hilillos de plastilina”.

Cristóbal López y Joám Evans
Activistas de Ecoloxistas en Acción

 


Fuente: Rojo y Negro