Artículo de opinión de Rafael Cid

“La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana”

(Napoleón)

“La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana”

(Napoleón)

El tsunami político desatado tras los comicios andaluces ha dejado a la izquierda perpleja y a sus dirigentes pasmados, por no hablar del vapuleado casadismo pepero. Susana Díaz achaca lo ocurrido a la política amistosa de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes, y el jefe del gobierno le enmienda la plana a la viceversa. Unidos Podemos y Adelante Andalucía, su versión pret a porter, ni siquiera comparten el diagnóstico troncal de los socialistas. Pablo Iglesias renueva el “no pasarán” en clave de “alerta antifascista”, Íñigo Errejón declara que allí no le salen 400.00 fascistas y Teresa Rodríguez mantiene que la presidenta de la Junta hizo publicidad gratis a Vox al situar al partido de Santiago Abascal en el ojo del huracán de la campaña. No saben no contestan: se han vuelto creacionistas Según ellos, la derrota sin paliativos se habría producido por generación espontánea. Aunque, como demostró Pasteur, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

Como seres históricos que somos, nuestra existencia viene determinadas por las coordenadas espacio-tiempo. Tanto en la experiencia física, psíquica o anímica, como en los actos que la conforman siempre hay un aquí y un ahora ineludibles. Este patrón de comportamiento ha estado presente en el veredicto bético, sino condicionándolo al menos influenciándolo. El cuerpo electoral que el pasado domingo 1 de diciembre mostró sus preferencias partidistas  proyectaba una realidad simbólica inserta en el troquel de su propia identidad. El ciudadanismo  andaluz en el marco ampliado del Estado, lo autonómico y lo nacional fundidos en una determinada idea quietista de sociedad. Ese es el hilo rojo que explica el reparto de papeles surgido de las urnas y la irrupción de Vox.

El socialismo andaluz no es inocente de lo ocurrido. El régimen mandaba y controlaba las reglas del juego. Sus políticas han sido las que, en alguna medida, han cebado al depredador. Díaz, en realidad no ha sido sino el último eslabón de esa representación. Se equivocó de parte a parte la presidenta de la Junta en su monopoly electoral. Lo planificó con exclusivo acento andaluz, evitando enmarcarlo en la problemática estatal. Sin darse cuenta que de Despeñaperros abajo una cosa lleva a la otra. La identidad española es andaluza o no es nada. La Marca España no se entendería sin los toros (la Fiesta nacional), el flamenco (la canción española) y las procesiones. Casi todo lo que el malvado soberanismo había puesto en cuestión (Catalunya es la única comunidad que legislado la  prohibición de la lidia).

Aquí (espacio) y ahora (tiempo) juntos y separados interactuando. De hecho sus proyecciones maximalistas expresan perspectivas como utopia (no lugar) y ucronia (no tiempo). Y ahí es donde interviene la memoria colectica. No es cierto, como pretenden la sociología convencional, que por un lado vaya la memoria (individual) y por otro la memoria (histórica, y por tanto colectiva). Maurice Halbwachs demostró que existe una memoria colectiva, porque el individuo, en cuanto ser social (zoon politikon), construye su imaginario en contacto con todo lo que le rodea a lo largo de su vida. El 1-D en Andalucía funcionó la memoria colectiva por encima de la carcasa personal, y lo hizo primando la sensación de agravio a lo que la gente consideraba su acerbo cultural, su idiosincrasia. De ahí que, junto a la desfavorable situación económico-social, la corrupción y la parasitación de la Administración, por una vez la ideología dominante no fuera la de la clase dominante.  Sino la de la a España de los balcones y las banderas. La España cañí que el Partido Socialista de Andalucía (PSOE-A) tanto ha alimentado desde el poder.

Andalucía fue junto a Galiza la única de las cuatro “autonomías históricas” (3+1 en realidad) en donde, después de aprobado el Estatuto, ganó las elecciones un partido de carácter estatal, AP y  PSOE, respectivamente. Esa genealogía compartida como terminales del centralismo  mantendrá su paralelismo con leves diferencias a lo largo del tiempo. Mientras la Junta quedará siempre en poder de los socialistas, su homóloga, la Xunta, posibilitará que durante dos legislaturas (con González Laxe y Pérez Touriño) se compense la supremacía de los populares. En Catalunya y en Euskadi, por el contrario, serán formaciones nacionalistas quienes mayoritariamente copen el gobierno. De esta forma, un partido de convicción internacionalista como el PSOE, quizá porque su refundación en la transición corrió a cargo de un grupo autóctono, supedita su vocación cosmopolita a los intereses domésticos de la comunidad. Con un hecho diferencial esencial. Pues si bien en el País Vasco y en Catalunya las políticas identitarias que se aplican desde las instituciones suponen un proceso de des-españolización, en Galiza y sobre todo en Andalucía ocurre lo contrario. Allí se impone una dinámica mixta: un regionalismo de sesgo nacional.

Tras una primera etapa modernizadora, con jalones como la construcción en Andalucía de la primera línea del AVE y la ubicación en Sevilla de la Expo Universal, los socialistas en el poder iniciaron una política de ensimismamiento con el país, el paisaje y el paisanaje. Con el felipismo a doble grupa, en La Moncloa y el Palacio de San Telmo, aquella “tierra de María Santísima” del viejo régimen volvía por sus fueros. La “España del Sur”, que decía Alfonso Carlos Comín en un ensayo famoso, renovaba votos con la tradición en todas sus formas, desde la catequesis identitaria al museismo folklorista (la teoría de Ortega sobre Andalucía y la visión a lo Mérimée de los viajeros románticos). Al tiempo, las instituciones emprenden una política de fidelización popular que allana el statu quo. Lejos de promover una sociedad civil autónoma, el PSOE-A teje una inmensa red clientelar entre la población que inhibe cualquier pulsión emprendedora. Eso explica el fracaso electoral de aquellas opciones ideológicas de marchamo “nacionalista”, como el Partido Andalucista de Rojas Marcos y Pedro Pacheco. Porque, en un plano distinto y distante,  los socialistas se declararon legítimos herederos del “Ideal Andaluz” expuesto por Blas Infante en el Ateneo de Sevilla el 23 de marzo de 1914: “Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan cultural y una fuerza que apostolice y salve”.

Esa hegemonía omnívora ha durado 36 años ininterrumpidos durante los cuales ha cooptado el legado nativista del “padre de la Patria”, prodigado un Estado sino de Bienestar si de Beneficencia que satisface las demandas básicas de una mayoría social históricamente postergada, y  colmado el espíritu de sus orgullosas reliquias. Y ha sido precisamente sobre ese humus fundacional que en un momento propicio (el aquí y ahora espacio temporal) ha aflorado la polilla que señala su descendimiento. Porque, ante la disyuntiva de seguir al abanderado, cuyo socio en el Estado cuestiona valores compartidos con su política de apaciguamiento en el contencioso catalán, o reafirmar la fuerza de la tradición (la designación de la duquesa de Alba como hija predilecta de Andalucía es su epítome), la fidelidad al sistema se ha visto interrumpida con una revuelta contra el padre. El deslumbrante reinado del socialismo andaluz descansa sobre el éxito del inmovilismo cultural en la España del Sur. Confirmando una vez más que no hay libros, solo existen lecturas.

(Nota. Nada hace pensar que en estas elecciones haya habido fake news, pero sobre el primer círculo de Vox revolotean de personas que tiempo atrás colaboraron con el referéndum fake utilizado por Putin para justificar la anexión violenta de Crimea con un ejército de “hombrecillos de verde”. Curiosamente, el partido de Abascal propone en su programa alinearse con el Grupo de Visegrado integrado por los gobiernos euroescépticos que predican el bilateralismo  -Polonia, Hungria, Eslovaquia y República Checa-, cuestionando así la  arquitectura solidaria de la Unión Europea).

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid