Artículo de opinión de Rafael Cid

Aunque me ha salido un título a medio camino entre los western crepusculares de John Ford y las chorradas de Disney, en este primer día del 2020 no se me ocurre otra manera de valorar ese programa para un <<Gobierno progresista>> liderado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Difícilmente, y de hecho es algo inédito, una propuesta de calado socialdemócrata podría haberse dado con el bipartidismo dinástico hegemónico.

Aunque me ha salido un título a medio camino entre los western crepusculares de John Ford y las chorradas de Disney, en este primer día del 2020 no se me ocurre otra manera de valorar ese programa para un <<Gobierno progresista>> liderado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Difícilmente, y de hecho es algo inédito, una propuesta de calado socialdemócrata podría haberse dado con el bipartidismo dinástico hegemónico. No tanto por el fervor monárquico, que ninguno de los dos partidos contrayentes se atreve a poner en duda, sino porque su acceso al poder lo hicieron desde posiciones más sólidas. Unas veces, las menos, fruto de mayorías absolutas, y otras, las más, con mayorías reforzadas por las formaciones nacionalistas vascas y/o catalanas, a tanto la pieza.

Y así iban trampeando a sus respectivas aficiones. Sabedores de su incontestable potencial, solían abandonar sus promesas electorales por aquello de la estabilidad, el patriotismo constitucional y demás gaitas. En esta ocasión, sin embargo, esa lógica se ha mordido la cola. Ha sido precisamente la debilidad dúplex de PSOE y de UP lo que ha desembocado en una propuesta de legislatura de ambiciones reformistas, que ya es audacia con los tiempos que corren. También, y en eso se sigue la tradición, se ha pasado del donde dije digo digo Diego, pero para avanzar. No vamos a recordar las veces en que Sánchez demonizó a Iglesias por activa, pasiva y perifrástica. Pero a la fuerza ahorcan. La alternativa es que no tenían alternativa. O se entendían o serían devorados en las urnas. El mismo Iglesias vio las orejas al lobo cuando en los pasados comicios cedió el tercer puesto en el ranking parlamentario a los apestados de Vox. El espíritu de Bambi nunca abandona a los desesperados (Guerra no ha dado ni una).

Claro que la sospecha de encontrarnos ante un parto no deseado, introduce elementos de incertidumbre sobre la convicción de lo firmado. Sospecha que ya asomaba en ese preacuerdo de diez puntos con el que anunciaron sus esponsales. Un decálogo de vaguedades que tampoco falta en el programa de marras. Para pasar del <<puedo prometer y prometo>> deberán obtener a futuros el visto bueno de los partidos que ahora apoyan la investidura para entronizar a Pedro Sánchez. Cosa problemática teniendo en cuenta que entre esos circunstanciales compañeros de viaje hay de todo como en botica. Mérito tendría que el PNV, y no es el único, abandonara su rancio abolengo conservador para suscribir al cien por cien lo ahora ofertado.  Por no hablar de los cántabros de Revilla y los canarios, si como todo apunta Marruecos va a cobrarse su papel de carcelero para emigrantes con destino a la frontera sur de la UE extendiendo sus aguas territoriales sobre la zona saharaui.

Menos problemática se presenta la adhesión de ERC, sobre todo porque llueve sobre mojado y es de suponer que los de Junqueras habrán puesto precio a su compromiso de no sabotear la aprobación de los Presupuestos, como hicieran en 2018. Además, esta puede ser la primera etapa de una carrera cuya meta prevista estaría en las próximas autonómicas de Catalunya. Reeditar un tripartito con el PSC de Iceta y los Comunes de Colau es el oscuro objeto de deseo que permitiría a ERC ocupar el podio de un independentismo venido a menos, cuando sus socios y sin embargo adversarios de Puigdemont le pisan el terreno. Nuevamente, los débiles unidos nunca son vencidos, con el añadido en este caso de prestar un servicio colateral al unitarismo estatal al cuartear el frente del derecho a decidir. Que en el caso del secesionismo se traduce en una ERC cada vez más partido aparato y, contradictoriamente con su historia, un Junts per CAT más concordante con las organizaciones de la sociedad civil ANC y ómnium Cultural. El <<efecto Mandela>> también cuenta.

Regalo que la derecha extensa no contempla en toda su importancia, obsesionada como está con la <<traición>> que para ella significa esa Coalición Progresista y su paquete de medidas anexo. Y es que aparte del plano político, lo simbólico también representa una inquietante novedad para la <<España de los balcones y las banderas>>. El primer gobierno de izquierdas desde la Segunda República y encima acunado por un partido sedicentemente soberanista, ahí es nada. Si no estuviéramos en la Unión Europea la tentación de otro 23-F ya estaría circulando por algunas cabezas. Y aun así no han faltado propuestas de algunos nostálgicos del ruido de sables en situación de reserva.

Pero como estamos en la UE las lanzas se truecan en cañas, no menos afiladas. Nos debemos a sus coordenadas presupuestarias y financieras, sobre todo porque en el pacto de gobierno no figura ni por asomo derogar la reforma del artículo 135 de la Constitución que limita nuestra capacidad crediticia. Tanto que Bruselas se puso la venda antes de recibir la pedrada cuando advirtió al presidente en funciones que el próximo ejercicio presupuestario España debería ahorrar 10.000 millones de euros y dedicar los excedentes que pudieran generarse a rebajar la cuantía de la deuda. A la Comisión Europea no le valió como garantía el nombramiento de la  eurócrata Nadia Calviño como vicepresidenta económica anunciado ex ante por Sánchez. Banco de pruebas o potro de tortura para un programa de gobierno que identifica una batería de gastos para reflotar el Estado de Bienestar fabulando sobre los ingresos para financiarlos. La cuadratura del círculo que persiguió denodadamente el maestro Ramón Llull. Poder, si se puede; querer, ¿se quiere?

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid