Artículo de opinión de Rafael Cid

Entre el 24M y el 13J cabe la misma empatía que entre un ilusionado embarazo y el feliz alumbramiento. La primera cita representa la jornada en que el Partido Popular perdía la mayoría absoluta en buena parte del mapa político local y autonómico. La segunda, el momento en que esos malos augurios cedían paso a una fuerte crecida de las formaciones de izquierda a nivel municipal (la sedicente socialista y la emergente ciudadanista).

Entre el 24M y el 13J cabe la misma empatía que entre un ilusionado embarazo y el feliz alumbramiento. La primera cita representa la jornada en que el Partido Popular perdía la mayoría absoluta en buena parte del mapa político local y autonómico. La segunda, el momento en que esos malos augurios cedían paso a una fuerte crecida de las formaciones de izquierda a nivel municipal (la sedicente socialista y la emergente ciudadanista).

Un vuelco que, como ocurre siempre con la victorias, todos se disputan (las derrotas nunca tienen dueño). Hay quien atribuye el éxito al carisma de los nuevos dirigentes. Otros prefieren mencionar la habilidad en el manejo de las nuevas tecnologías como artífice del triunfo. E incluso quedan analistas más prosaicos que recurren al rechazo de la corrupción reinante para anillar el sorpasso político. Pero casi nadie menciona al verdadero motor del cambio: el 15M y su estela. Aunque todos lo saben y muchos lo temen.

La sociedad española es, de entre todos los países de la Unión Europea, la única que ha buscado y logrado una “salida progresista” a la crisis a pie de calle. Mientras en el resto del continente, el auge de la ultraderecha fue la manera en que los votantes castigaban a los gobiernos del austericidio, aquí la alternativa ha consistido en un giro institucional de abajo-arriba. Incluso en Grecia, el triunfo de Syriza en las urnas se vio correspondido con un fuerte aumento de las expectativas de los neonazis de Amanecer Dorado, aupado al tercer puesto el su parlamento. Quizás el Movimiento 5 Estrellas, tan mal-tratado en los medios españoles, sea nuestro interlocutor más cercano en el aspecto de respaldo popular.

Podría argumentarse que en realidad el nuevo escenario no es muy diferente del anterior, con dos formaciones políticas, Ciudadanos y Podemos, que a la manera de UPyD e IU, vienen a complementar al bipartidismo PP-PSOE por sus flancos. Pero es una extrapolación miope. Porque olvida que de los más de 10 millones de personas que engloban las 26 ciudades con flamantes alcaldes de izquierda, casi la mitad habitan en las principales capitales, precisamente donde han ganado fuerzas políticas auto-organizadas al margen del canon partidista.

Esa circunstancia es la que hace de la presente coyuntura un relativo acontecimiento, que se visibiliza en la frescura de los discursos con que han tomado posesión de sus cargos los y las representantes de estas plataformas. Juraran en algunos casos “lealtad al rey”, como dice el zafio protocolo, o prometieran por imperativo legal en otros, las formas con que han asumido sus funciones los recién llegados sonaban creíbles por primera vez en mucho tiempo y del todo ajenas a la rutina de la obediencia debida. Entre el plural “echadnos si no cumplimos lo que hemos dicho”, con que Ada Colau selló su compromiso con Barcelona, y el más intimista “No nos tengáis miedo”, de Manuela Carmena en Madrid, existen las diferencias propias de dos personalidades de impar edad y gobierno. Pero también el mismo gesto que distingue la impostura de los tahúres de la realpolitik de la animosa ingenuidad de los amateurs.

Nada que ver con el vergonzoso espectáculo ofrecido antes del parto del 24M y después del pacto del 13J por algunos líderes del bipartidismo en sus comparecencias públicas y sus consortes mediáticos. Fomentando un frentismo irresponsable, mientras unos cifraban sus arengas en evitar la llegada de “los soviets” otros clamaban para “echar al PP de las instituciones”. Una dialéctica con resonancias en aquella confrontación amigo-enemigo de cosecha filofascista, que se veía amplificada por tertulianos agit-pro con opiniones cremallera que oscilaban entre predicar el riesgo de un nuevo “Tamayazo” o advertir sobre el retorno de “las checas”.

A estas teatralizadas cruzadas político-mediáticas se debe en gran parte que en algunos lugares la gente no haya aceptado el veredicto de las urnas con el talante democrático aconsejable. Resultaba un auténtico bochorno contemplar programas donde se informaba en directo sobre estas mínimas escaramuzas entre partidarios y detractores de alcaldes salientes y entrantes, como si los narradores fueran ajenos a los que sucedía en la pequeña pantalla. Cuando en espacios como Al Rojo Vivo, por ejemplo, desde el presentador-predicador (todo un dechado de dramatización y gesticulación corporal de la noticia), hasta el último todólogo allí convocado se han especializado en atizar gasolina sobre los hechos con sus provocadoras soflamas de parte.

(A la hora de cerrar esta nota se destapan los demenciales tuits publicados por el recién nombrado concejal de Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Madrid de Ahora Madrid, Guillermo Zapata, donde bajo la excusa de “humor negro” se permite chanzas con las víctimas del holocausto y de ETA. Sería lamentable que con la estúpida y tópica excusa de “ser uno de los nuestros” esa afrenta inadmisible quedara sin la reparación política de su inmediata renuncia. Se empieza así y se termina como el Papa Francisco, quien ha dicho ante Putin que la agresión rusa a Ucrania es una “contienda fratricida”).

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid