Artículo de opinión de Amparo Ariño Verdú, Dra. en Filosofía. Universidad de Valencia.

Cada día 6 de febrero tiene lugar la jornada mundial reivindicativa contra la mutilación genital femenina (MGF en los medios), conocida también como «ablación del clítoris» y que, según sus grados, implica además la mutilación de los labios menores y parte de los mayores de la vulva.

Cada día 6 de febrero tiene lugar la jornada mundial reivindicativa contra la mutilación genital femenina (MGF en los medios), conocida también como «ablación del clítoris» y que, según sus grados, implica además la mutilación de los labios menores y parte de los mayores de la vulva.

Sea realizada por razones culturales o religiosas, o cualquiera otra razón que no sea médica, la MGF es una forma de violencia contra la mujer precisamente por el hecho de ser mujer. Es un modo de violencia de género en cierto sentido paradójica por la intervención en ella de las mujeres, bien consintiendo, bien realizando estas prácticas, pero es propia de sistemas de dominación patriarcales en los que es el hombre el que decide e impone lo que debe ser y somete a las mujeres al deber de obediencia. Es el hombre, detentador del poder, quien hace participe de éste a las ejecutoras cómplices que son las mujeres que practican la ablación a las niñas. De esa complicidad, que no es es sino adhesión y sumisión de mala fe al poder a fin de participar del mismo, se benefician estas mujeres siempre que se mantengan obedientes a los jefes, a los patriarcas.

La MGF impide que la mujer sienta placer sexual y se propone así garantizar que ésta llegará virgen al matrimonio. Se realiza con la finalidad de asegurar además, posteriormente, la fidelidad de la mujer al marido, puesto que ésta no sólo no sentirá placer al mantener relaciones sexuales, sino que le resultarán dolorosas. Por eso, si no se le ha realizado la ablación, la mujer es considerada «impura» y se la rechaza para el matrimonio. De ahí que las niñas que no hayan sido mutiladas serán consideradas ya impuras cuando lleguen a la pubertad. Por esta razón será más difícil que un hombre las tome por esposas y tendrán que aportar al matrimonio una dote mayor de la que aportan las mutiladas.

Además, el cuerpo que ha sido sometido a la ablación será un cuerpo doliente. Doliente en las relaciones sexuales, en el parto -donde peligrará gravemente la vida de la madre al haberse realizado la infibulación, es decir el cosido de la parte que resta de los labios vulvares tras la mutilación- será un cuerpo doliente incluso en sus actividades cotidianas como la micción o la ambulación. En definitiva, un cuerpo doliente, mermado y humillado, lo que facilitará el sentimiento de inferioridad de la mujer, su miedo, su obediencia.

Pero no es esta la única ni la principal motivación para infligir a la mujer esta práctica tan cruel. Como venimos diciendo, mutilar los genitales externos de cuerpo de la mujer implica, fundamentalmente, privarla de su capacidad de placer sexual. Es la máxima manipulación a la que puede someterse la sexualidad femenina.

Sabemos que son anualmente millones las niñas sometidas a esta práctica, a esta mutilación, en el mundo. Sabemos que, incluso en occidente, niñas nacidas aquí pero cuyas familias proceden de otros países en su mayor parte africanos, no se libran de ella. 17.000 niñas en nuestro país actualmente están en peligro de sufrirla Todo eso lo sabemos. Deberíamos preguntarnos por lo que no sabemos, esto es: cual es la raíz, la causa última de esta tradición al parecer milenaria. ¿Es el miedo lo que subyace a esta agresión? ¿A qué temen quienes quienes la imponen? Como la MGF tiene como finalidad, sobre todo, imposibilitar el placer genital de la mujer, podemos deducir que su causa es el miedo al placer femenino, el miedo a la capacidad orgásmica de la mujer. Es como si se pensara que el placer debe ser privativo del varón. Y también que el clítoris tiene que serle extirpado a la mujer porque es un órgano eréctil, y eso es impropio de lo femenino. Porque ocurre, además y es significativo, que el clítoris es el único órgano de la anatomía humana cuya sola función es el placer. No se acompaña de función excretora, como el pene o el ano, ni de función reproductora, como el pene y la vagina: sólo placer, sólo orgasmos.

¿Teme acaso el varón al poder del placer sexual de la mujer? Desde luego no todos los varones, seguro que no. Pero, seguro también, que sí hay ese miedo en aquellos que han adoptado los valores patriarcales. Es sabido que el poder teme el logro del placer por parte de los sometidos, por eso trata de impedirlo, de controlarlo. Así lo han explicado autores como W.Reich o Foucauld. Ese control del placer de los sometidos por parte del poder es útil para garantizar la obediencia. Por eso el patriarcado tiene miedo de la posible autonomía del placer femenino. El patriarcado tiene miedo al poder de la mujer, que cuestionaría el suyo. Este miedo es la causa última de la ablación y causa coadyudante de la misoginia.

Porque la mujer es poderosa. La mujer da la vida con su cuerpo: no sólo aporta la mitad de los cromosomas del zigoto, además esa vida crece y se desarrolla en su vientre, la alimenta con su alimento, la hace respirar con su respiración , la hace vivir viviendo ella. En la cuestión de la envidia ancestral, primitiva, de la maternidad por parte de los varones patriarcales entraremos en otro momento. Ahora señalaremos tan sólo que si la mujer puede ser dueña de su propio placer, entonces la mujer, piensa el patriarcado, podría tener todo el poder. Por eso quiere mutilarla física y psicológicamente, por eso la acusa de bruja, de puta, la maltrata, la encierra, la quiere mantener en ignorancia y le dificulta el acceso a la cultura. Por eso, a veces -muchas veces- la mata.

Amparo Ariño Verdú

 


Fuente: Amparo Ariño Verdú