Artículo de opinión de Rafael Cid, publicado en Rojo y Negro de junio

“Toda determinación es negación”

(Spinoza)

“Toda determinación es negación”

(Spinoza)

A solo un año de conmemorar el cincuenta aniversario de “Mayo del 68”, Francia retoma el espíritu conservador que denunciara Marx cuando dejó escrito “la tradición de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (El 18 Brumario de Luis Bonaparte). Las elecciones presidenciales que, por defecto acumulado, han otorgado la victoria al ex banquero Enmanuel Macron demuestran que la única izquierda existente y resistente en el hexágono está en la abstención responsable. Desde las entrañas del régimen, cumplimentando las reglas del juego y sus sagrados mandamientos, aunque sea con la sana intención de cambiarlo todo, no cabe más que seguidismo, servilismo y continuismo.

Ocurrió en Grecia, cuando la coalición radical Syriza y su líder Alexis Tsipras terminaron siendo los principales valedores del modelo austericida que reiterada y solemnemente habían prometido derogar. Y acaba de suceder, desde sus antípodas ideológicas, en el país vecino con la llegada al poder, mediante el voto concentrado de la ciudadanía, del que fuera alto ejecutivo y asociado de la banca de inversión Rothschild durante el conflictivo periodo 2008-2102. Precisamente una de las entidades financieras que, con su codicia y desmanes, cebaron la crisis económica y social que sufren en sus carnes las sociedades europeas y sus clases populares.

Ciertamente los métodos usados en ambas circunscripciones para incubar esa estrategia del escorpión han sido distintos, pero no distantes. En el caso heleno se buscó un escarmiento con el que ejemplarizar en cabeza ajena la imposibilidad de desafiar al sistema. El famoso “no hay alternativa” de la señora Thatcher. Lo desalmado de la trama utilizada entonces consistió en que fuera el propio Tsipras, convertido en insospechado Torquemada, el encargado de aplicar la “solución final” para doblegar a los soliviantados griegos que habían ratificado en referéndum su voluntad de enfrentarse a la Troika. Menos siniestro, pero igualmente cínico, ha sido el procedimiento activado recientemente en Francia por los poderes fácticos a fin de entronizar “democráticamente” a uno de los suyos.

Al conjuro de un extravagante “no pasarán”, esgrimido para aglutinar un bloque común contra la ultranacionalista Marine le Pen y coreado  puntualmente por políticos, intelectuales y medios de comunicación, se ha logrado que uno de los pirómanos de la crisis resulte elegido como jefe de bomberos por decisión de sus damnificados. La distopía realizada. Incluso muchos  seguidores de Francia Insumisa de Jean-Luz Mélenchon,  la fuerza revelación que en la primera vuelta obtuvo un refrendo electoral del 21,3%, terminaron decantándose malgre lui por el neoliberal Macron, como demuestra el 66%  de votos finalistas obtenido por el representante de En Marcha. Cifra imposible solo sumando a su 24% inicial, el 20% de Los Republicanos de François Fillón y el reducido 6,3% de Benoit Hamon por el cadavérico Partido Socialista. Aunque de esa propina “antifascista” de FI nadie quiere acordarse. En España, durante la transición, se usó una treta parecida, pero al revés, para justificar que la entonces oposición de izquierdas (PCE y PSOE) pactara con los neofranquistas y aceptara el jefe de Estado designado por el dictador. En esa ocasión, la consigna -espantapájaros fue evitar “volver a las andadas” con otra guerra civil. Y el beneficiado del apretón, otro partido de aluvión recién fletado que no era ni carne ni pescado, la Unión de Centro Democrático (UCD).

Pero el relato, lejos de haberse acabado, en realidad empieza ahora. Las presidenciales francesas han servido para demostrar que el ocaso del bipartidismo es una realidad contante y sonante, y además que el régimen de partidos está en franca decadencia (ver http://www.rojoynegro.info/articulo/ideas/partidos-kaput). Tanto porque la opinión pública se ha dado cuenta de que a la postre los partidos-aparato actúan como máquinas que parasitan lo público en su beneficio, como porque sus propios dirigentes, llegado el caso, son los primeros en vulnerar los principios democráticos que debían presidir su organización interna. Lo hemos visto hace poco con el golpe de mano dado por los cuadros del PSOE y el sanedrín de Ferraz al ex secretario general Pedro Sánchez, y últimamente en las primarias del PSF, con un derrotado ex primer ministro Manuel Vals que no dudo en sabotear al ganador, su compañero de partido Hamon, postulándose a favor de su teórico rival  Macron.

La novedad en este fin de ciclo que despunta es la aparición de formaciones “pret a porter”, como En Marche, que imitan desde la derecha a partidos “atrapalotodo” y movimientos colaborativos tipo Podemos o Cinco estrellas. Unas y otros, son organizaciones omnivoras, volcadas en generar confianza entre el elector abstracto, mientras se alejan del rancio formato estructurado orgullosamente en torno a la identidad ideológica de sus afiliados. Ha mutado el modelo de negocio. Además, autocalificarse de derecha o de izquierda ya no imprime carácter, y empieza a ser percibido como un lastre para acceder al poder. De ahí que ninguno de los grupos políticos emergentes utilice ese reclamo en su tarjeta de visita. Prefieren el genérico expansivo al específico introspectivo, caso de En Marcha, Podemos, Cinco Estrellas, Ciudadanos. El fracaso de Izquierda Unida (IU) se explica precisamente por la limitación que en una sociedad cambiante como la presente supone buscar la mayoría social necesaria para gobernar  desde la reserva ideológica. Circunstancia que en IU se agravaba con el férreo control ejercido por el Partido Comunista (PCE) sobre sus órganos federales de dirección colectiva.

Lo trascendental de  lo ocurrido en Francia, lo irremediablemente nuevo, reside en que ahora el partido que asume la función de suplente al gobierno y alternativa al statu quo es el posfascista Frente Nacional, en proceso de metamorfosis para convertirse en un movimiento de carácter soberanista que compita con los signatarios de la globalización. Marine Le Pen, por obra y gracia de ese artificial “todos a una como Fuenteovejuna” que ha alineado y alienado al resto de los partidos con el hombre de la “casa Rothschild”, ostentará en lo sucesivo el rango de jefa de la oposición y máximo referente del primer partido obrero en su ya “aldea gala”. Ni izquierda ni derecha, sino todo lo contrario: el espíritu de Vichy.

Irrumpe así otro paradigma. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial la izquierda social deja de ser la divisa de las fuerzas progresistas, y ello porque sus bases tradicionales, sintiéndose traicionadas por sus partidos y dirigentes, están cambiando de bando. De ahí que la opción representativa de las clases trabajadoras diezmadas por el paro y la inseguridad ante el futuro lleve hoy el ADN de la extrema derecha proteccionista. Se ha roto la ecuación que igualaba izquierda a obrero, y aparece una versión espuria del proletariado militante que apoya tesis xenófobas. Y encima, también novedad en estos años, el rédito cultural del antifascismo en las urnas será patrimonio de grupos conservadores, se denominen neoliberales o socioliberales. La función crea el órgano.

Pero no vale con constatar los efectos ocultando la cabeza como el avestruz mientras se cantan las habituales letanías del victimismo. Hay que saber, o al menos plantearlo, cómo se ha llegado a esto. Causas y efectos, medios y fines, y asumir responsabilidades para buscar salidas al embrollo y poder mirarnos a la cara sin avergonzarnos. Desde luego, no hay una razón para explicar esa tenebrosa deriva, sino múltiples. Pero al menos dos, de perfiles superpuestos, uno endógeno y otro exógeno, saltan a la vista. En primer lugar, la superioridad del “homo económico” sobre el oxidado “sujeto ético”, por la común confluencia de neoliberales y marxistas en ponderar lo material como motor civilizatorio. Desde esa perspectiva, en realidad otro versión de pensamiento único, la gota malaya de tirios y troyanos ha terminado formateando un ciudadano unidimensional, con una sensibilidad abotargada por la ficción de salvaguardar su íntima prosperidad. Sin más valores que los derivados del proceso de producción y consumo (martillo y yunque de la obediencia debida), parece lógico que cuando la crisis ha puesto en precario su modus vivendi haya acudido a ponerse bajo la protección de nuevos salvadores que le ofrezcan volver a la casilla de salida sin mayores reparos.

Esto demuestra lo equivocado de la teorización marxista que veía en el fascismo la última trinchera de la burguesía para defender sus intereses. El fascismo y el nazismo, entonces y ahora si pudiera hacerse la traslación mimética, son expresiones agresivas del estatismo nacionalsocialista, con un sustrato de soflamas anticapitalistas y un profundo desprecio a los valores que encarna la democracia (como el “socialismo en un solo país” estalinista). Esta es la otra de las patas de la paradójica catarsis en marcha. Tesis que defendió Friedrich Pollock, miembro destacado de la Escuela de Frankfurt, frente a la escolástica marxista-leninista en su obra “Is National Socalism a New Orden?”. Sostenía heterodoxamente Pollock que casi todas las características esenciales de la propiedad privada habían sido destruidas por los nazis y que en general la racionalidad técnica había reemplazado el formalismo legal como principio rector de la sociedad, logrando de este modo la primacía de la política sobre la economía. (Martin Jay. La imaginación dialéctica. Pág. 255-256). Pautas que se observan en ese discurso contra las élites y la denuncia de la oligarquía que explica en parte el corrimiento tectónico de las bases obreras hacia el Frente Nacional. Porque si damos por buena el  mainstream marxiano al uso comulgaríamos con la aberración de considerar a Macron y Le Pen como un tándem en competencia simulada.

Todo lo expuesto anteriormente vale también para los sindicatos, aunque no participen directamente en la competición política. De hecho muchos de los votantes que han encumbrado a Macron y han hecho lo propio con Marine Le Pen pertenecen a esas mismas centrales que, en el caso francés, no llegaron  aponerse de acuerdo para plasmar en un documento común el rechazo al Frente Nacional. Una contradicción andante que los retrata como meros tinglados burocráticos y de defensa corporativa. Sean cuales fueran sus credenciales y su pedigrí ideológico. Ni siquiera el anarcosindicalismo, que por filosofía y experiencia opera al margen de la lucha por el poder y tiene una tradición antiautoritaria y asistémica, está libre de contagio. La mejor prospectiva de organizaciones como CNT o CGT está en potenciar su perfil emancipatorio. Sin un movimiento libertario nómada que polinice la sociedad civil el anarcosindicalismo corre el riesgo de adocenarse sin remisión.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid