Artículo de opinión de Rafael Cid

Echó a andar humildemente, sin llamar la atención, como un leve aleteo de mariposa, en el espacio municipal que otros olímpicamente despreciaron. Pero en poco tiempo se ha convertido en un referente ético. Aquel pensar global y actuar local que inspiró al 15M y luego galvanizó candidaturas comuneras en las elecciones del pasado 24 de mayo, ha terminado inventando otra forma de hacer política. Desde la polis y al margen de los partidos-aparato, las plataformas ciudadanistas y su democracia de proximidad están facilitando lo que el sistema estatal negaba.

Echó a andar humildemente, sin llamar la atención, como un leve aleteo de mariposa, en el espacio municipal que otros olímpicamente despreciaron. Pero en poco tiempo se ha convertido en un referente ético. Aquel pensar global y actuar local que inspiró al 15M y luego galvanizó candidaturas comuneras en las elecciones del pasado 24 de mayo, ha terminado inventando otra forma de hacer política. Desde la polis y al margen de los partidos-aparato, las plataformas ciudadanistas y su democracia de proximidad están facilitando lo que el sistema estatal negaba. El último ejemplo es la movilización social que acaba de motivar una red de ciudades asilo en todo el territorio nacional para refugiados e inmigrantes. Una orgullosa iniciativa frente a la calculada inacción del gobierno, que muestra a los pueblos de Europa que aún es posible revertir en los hechos cotidianos las políticas caníbal del Capital y de la Guerra.

Existe algo de reparación histórica en esta emergencia del contrapoder municipal como antídoto a la crisis, la corrupción y la depredación institucional. Como si se constatara que precisamente es por ese flanco plebeyo, tradicionalmente menospreciado por los políticos profesionales, donde cabe activar transformaciones sociales. Dos fechas compendian los periodos en los que la irrupción de lo local desbanco al absolutismo de los poderes establecidos. La primera acometida tuvo lugar en 1931, cuando unas elecciones municipales dieron la victoria a las fuerzas republicanas acabando así con la Primera Restauración borbónica. La siguiente, con una diferencia de 80 años, se produjo tras la irrupción del quicemayismo en 2011 y sus derivaciones políticas en el marco electoral. Esta última apuesta no ha cancelado la Segunda Restauración pero ha cuestionado su existencia hasta el extremo de tener que reflotarla habilitando una Segunda Transición.

Aunque en un primer momento, mitad fruto de las circunstancias y mitad del oportunismo, parecía que el legado político más claro de aquella avalancha de indignación popular iba a personalizarse en Podemos, un partido que verbalizaba ser la voz de los de abajo pero se constituía jerárquicamente desde arriba, la realidad está brincando sobre esas expectativas. Afectado de un mal de altura que ha hecho a la cúpula de Podemos renegar de algunas de sus señas de identidad (renta básica, reducción edad de jubilación, rechazo deuda ilegítima, etc.) para centrarse en llegar a La Moncloa a toda costa, han sido las pluralistas plataformas ciudadanas que ganaron en ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza, Santiago de Compostela, A Coruña. Cádiz o Ferrol quienes mantienen la conexión directa con el espíritu horizontalista, participativo e inclusivo de aquella protesta holística.

Han cambiado las tornas. Donde en un principio había una exultante máquina para “asaltar los cielos”, hoy a duras penas resiste una caricatura de su inicial arrogancia, y ello gracias a la respiración asistida que aún prestan los canales televisivos que le patrocinaron (lo último: “abrir su casa” al programa de Ana Rosa). Hasta el punto de que actualmente la capacidad de sorpasso del municipalismo alternativo como actor político autónomo pasa por liberarse del tutelaje caudillista urdido por el “pablismo”, en un atropellado intento para frenar su desplome. La cuestión aquí y ahora no es si Podemos, en su pretendida larga marcha a través de las instituciones, logrará desplazar al PSOE para protagonizar una Segunda Transición. Sino, por el contrario, cómo debe auto-organizarse esa ciudadanía insurgente para trasladar al ámbito macro el éxito mancomunado logrado a nivel micro, y desde allí polinizar la ruptura democrática. ¡Enorme papeleta!

Fines distintos con medios diferentes. Donde el nuevo partido bla, bla, bla de Pablo Iglesias escenifica un frentismo placebo con el que solapar su clonación por el sistema, las políticas proactivas de junteros y comuneros sirven para paliar el problema de los desahucios, dotar ayudas para las emergencias sociales y mandar en la práctica un mensaje de solidaridad internacionalista al epicentro democrático de la UE. La cumbre de representantes municipales en Barcelona para crear una red de ciudades-refugio con que responder al drama de los refugiados y la inmigración por hambre, es el vivo testimonio de la sociedad civil emancipada. También la consigna del derecho a decidir en Catalunya partió de los ayuntamientos. Es la revolución de los amateurs: de la gente, por la gente y para la gente. Lo dejó dicho el gran León Felipe: “No sabiendo los oficios los haremos con respeto/Para enterrar a los muertos como debemos / cualquiera sirve / cualquiera … menos un sepulturero.”

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid