Quien dijo que nadie da duros a peseta no conocía el fabuloso mundo de Bruselas. Los ciudadanos-electores damos duros a peseta a los eurodiputados-elegidos. Más concretamente, nuestros representantes confiscan duros de sus representados para sus huchas. En una lectura libre de lo que significa el cheque en blanco de la representación, los políticos vips elegidos para pulular por las sedes de la Eurocámara expropian nuestro dinero por su cara bonita. Esa es la esperpéntica realidad de ese milagroso plan de pensiones vía sivac radicada en el paraíso fiscal de Luxemburgo.

Por el simple hecho de salir refrendado en las urnas el pasado 25-M cada eurodiputado tiene derecho, entre otros “aforamientos” varios, a disfrutar de un plan de pensiones donde por cada euro que aporta el titular Bruselas se lo complementa con dos euros de fondos públicos. Dos por el precio de uno, y no son gananciales. Si en algún momento el plan arroja saldos negativo, también se echa mano del erario para reflotarlo. Seguramente porque como en su día dijo el ministro de Economía del felipismo, Carlos Solchaga, el “dinero público no es de nadie”.

Por el simple hecho de salir refrendado en las urnas el pasado 25-M cada eurodiputado tiene derecho, entre otros “aforamientos” varios, a disfrutar de un plan de pensiones donde por cada euro que aporta el titular Bruselas se lo complementa con dos euros de fondos públicos. Dos por el precio de uno, y no son gananciales. Si en algún momento el plan arroja saldos negativo, también se echa mano del erario para reflotarlo. Seguramente porque como en su día dijo el ministro de Economía del felipismo, Carlos Solchaga, el “dinero público no es de nadie”.

Mientras al españolito de a pie le sangran con impuestos patrióticos y cada campaña del IRPF, que por cierto supone más del 80% de toda la recaudación, se las ve y se las desea para cumplir con esa Hacienda que según la propaganda institucional somos todos, nuestros tribunos viven a cuerpo de Rey (y ahora de Reina también). Con el nuevo estatuto del eurodiputado que ha entrado en vigor en 2014, nuestros representantes-aforados en Bruselas tendrán derecho a un sueldo mensual bruto de 7.665 euros; jubilación vitalicia a los 63 años al margen de los años cotizados; viajes en clase business; asesores personales retribuidos; dietas por diferentes conceptos y una jornada laboral de cuatro días, de lunes a jueves inclusive.

El socialista Enrique Barón, en tiempos del franquismo aguerrido abogado laboralista, fue uno de los principales muñidores de esa monumental estafa en su etapa como presidente del Parlamento Europeo. Una especialidad a la que nos tiene acostumbrados el generalato de Ferraz desde los tiempos remotos en que un tal Javier Solana pasó, como aquel que dice, de ser de ministro de Educación a dirigir el tinglado de la OTAN. Por no hablar del ex secretario general del PSOE (1997-2000), Joaquín Almunia, jefe de los “hombres de negro” encargados de aplicar y supervisar el austericidio decretado por la Troika a los PIGS, en sus sucesivos cargos de Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios (2004-2009) y luego Vicepresidente de la Comisión Europea y Comisario de Competencia (2009-2014), al tiempo que el partido a cuya ejecutiva pertenece hacia campaña a favor de “los descamisados”.

Dejemos los calificativos para los titulares, pero toda esta movida es surrealista. Hay que recordar que hace solo unas semanas se linchó intelectualmente a quienes defendían el legítimo derecho a la abstención, reconocido en la Constitución como tal derecho, tachando a sus mentores de “hacer el juego a la derecha”, como dijo una conocida dirigente de IU. Y ahora, desde todos las troneras ideológicas, a derecha e izquierda, echan balones fuera ante la fechoría de esa sicav que disfrutan aquellos que salieron elegidos en esas benditas elecciones del 25-M. Surrealista y esperpéntico, digámoslo una vez más hasta que escampe, que ahora, a diestra y siniestra, se pretenda hacer borrón y cuenta nueva, mandando una carta a Bruselas aceptando (“retóricamente” porque no tiene plasmación legal) devolver la parte de dinero público del plan de pensiones (caso de la socialista Elena Valenciano) o entregando el acta de eurodiputado (caso del comunista Willy Meyer).

A la fuerza ahorcan. Porque si el escándalo no hubiera saltado a la opinión pública gracias a un medio alternativo, todo hace suponer que tanto Valenciano como Meyer habrían seguido con su provechoso absentismo fiscal. De hecho, ambos mantuvieron un silencio sepulcral al respecto durante diez años (el representante de IU) y nueve (la nominada por el PSOE), hasta que el azar, y no su propia voluntad, puso en marcha la guadaña de la responsabilidad política. ¿Recuerdan ustedes a los infumables Valenciano y Cañete /Cañete y Valenciano, pavoneándose de sus habilidades políticas en el debate trampa? ¿Y al desprendido Willy Meyer execrando la mano invisible del mercado durante la última campaña electoral? Recordemos que este segundo aforamiento (económico) que representa la sicav es totalmente voluntario, no como el primero (jurídico), que es inherente al acta de eurodiputado. Por eso sonroja que un flamante y rompedor eurodiputado como Pablo Iglesias, el líder de Podemos, elogie la renuente abdicación del dirigente de IU, tras una década de pertinaz amnesia, por el simple hecho de que otros políticos persisten en el latrocinio, ignorando olímpicamente a los que nunca suscribieron sicav.

Claro que ahora, elucubremos un instante, algo puede cambiar con el salomónico reparto del poder en la UE que han perpetrado el conservador Jean- Claude Juncker, encumbrado por los socialdemócratas para la presidencia de la Comisión Europea, y el socialdemócrata Martín Schulz, aupado por los conservadores para el chollo que se tercie. Juncker, el sucesor de Durao Barroso, el anfitrión del Trío de las Azores, fue durante muchos años primer ministro luxemburgués, el nido del águila del secreto bancario, y otros tantos presidente del Eurogrupo, casa matriz del austericidio.

Hay Marca España, impuesta, claro que sí. Pero también Casta España, elegida. Y a veces ambas ganaderías pastan en los mismos prados.

Rafael Cid

 

 

 


Fuente: Rafael Cid