Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado

Leyendo las barbaridades que, sin pudor alguno, se publican a diario en las redes sociales es muy fácil que caigamos en el pesimismo más derrotista y pensemos que lo nuestro no tiene remedio. Y no lo digo solamente porque haya una mayoría de gente más preocupada por los goles de Ronaldo o las peleas en Gran Hermano que por sus derechos sociales y laborales. Eso es muy grave, sin duda, y así nos luce el pelo a la irreconocible clase obrera; aunque ya estábamos resignados a vivir en esta pasmosa pasividad general ante recortes en salarios, pensiones, enseñanza y sanidad.

Leyendo las barbaridades que, sin pudor alguno, se publican a diario en las redes sociales es muy fácil que caigamos en el pesimismo más derrotista y pensemos que lo nuestro no tiene remedio. Y no lo digo solamente porque haya una mayoría de gente más preocupada por los goles de Ronaldo o las peleas en Gran Hermano que por sus derechos sociales y laborales. Eso es muy grave, sin duda, y así nos luce el pelo a la irreconocible clase obrera; aunque ya estábamos resignados a vivir en esta pasmosa pasividad general ante recortes en salarios, pensiones, enseñanza y sanidad.

Pero, lejos de analizar las razones que nos han conducido a esta situación y de buscar soluciones colectivas a la progresiva precarización de nuestras condiciones de vida, la reacción más frecuente es errar el tiro (me refiero al tweet, evidentemente) y echar pestes de sectores sociales que están incluso peor que los autores de esos pensamientos condensados en 140 caracteres y que no tienen culpa alguna del desastre anunciado para las clases populares: asalariados, pensionistas, autónomos, gente sin trabajo, etc. Clase trabajadora, para entendernos, aunque ahora se haya puesto de moda llamar clases medias a estos colectivos empobrecidos.

Bueno, pues en lugar de indignarse con los gobernantes que aprueban todos los recortes, con las empresas que los exigen y los sindicatos concretos que los pactan, lo que vamos a encontrar en esas redes sociales del diablo son ataques a inmigrantes y refugiados; como si fueran ellos los que han traído los contratos temporales o los salarios de 600 euros al mes. Rara vez se critican con argumentos las reformas laborales, las privatizaciones, las reconversiones y los ERE que han propiciado la destrucción de miles de empleos en los ramos más rentables (banca, automoción, turismo, energía, transporte o comunicaciones) y la sustitución de una parte de ese empleo digno por precario, subcontratas, temporalidad, salarios de hambre y condiciones de explotación más propias del siglo XIX que del XXI.

La presunta “culpabilidad” de los refugiados se desvanece sólo con recordar que el Gobierno de nuestro país apenas concede unos cientos de estatutos de refugiado al año; a pesar de las miles de solicitudes que se tramitan y de que el propio Rajoy se comprometió ante la UE a acoger a 17.387 huidos de las guerras de Oriente Medio, y cobra por todos ellos a pesar de que España sólo ha acogido a poco más de 1.400 de estas víctimas, expulsadas de su tierra por una guerra en la que tantos intereses occidentales  están en juego; los combustibles y la venta de armas, por poner un par de ejemplos.

En cuanto al otro colectivo injustamente acusado de todos nuestros males como sociedad, el de los trabajadores inmigrantes,  es una obviedad que se trata de otro mito. Todos sabemos que estas personas tienen las tareas y los salarios (por llamarlos de alguna manera) que los españoles no quieren disfrutar (camareros, recogida de cosechas, cuidado de mayores, trabajo del hogar, etc.) y, en modo alguno, pueden ser responsables de los 3 o 4 millones de parados habituales desde hace años; países como Francia, Alemania, Reino Unido o los EE.UU. cuentan con una población extranjera muy superior y sus índices de desempleo son bastante más bajos que los de España.

Aclaro que he incluido la reflexión anterior únicamente para replicar a quienes utilizan esos falsos argumentos para intentar disimular su xenofobia, pero sería suficiente y más justo apelar al derecho de todo ser humano a un puesto de trabajo y a un lugar donde vivir; sobre todo cuando conflictos armados, hambrunas y otras catástrofes te expulsan de la tierra donde has nacido. Que se lo pregunten si no a los millones de españoles que, desde hace más de un siglo hasta nuestros días, han tenido que emigrar a Europa, América o Norte de África.

Si, como aseguran expertos y clase política, ya hemos salido de la crisis (yo creo que algunos nunca han entrado y muchos siempre hemos estado en ella) lo procedente es que esa mejoría económica repercuta también en los de abajo. No se pueden justificar los bajos salarios cuando los beneficios de la patronal no paran de crecer. Es más, algunos empresarios ya están diciendo que hay que subir las retribuciones de los trabajadores porque son éstos los que tienen que consumir los productos y servicios que ofrecen las empresas; algo realmente complicado si se está en el paro o cobrando unos cientos de euros al mes.

Otro tanto ocurre con esas pensiones que se empeñan en decirnos resultan insostenibles; si todo el mundo tiene un trabajo y un sueldo dignos, aumentarán sensiblemente las cotizaciones y los recursos para pagar a quienes han trabajado durante toda su vida. La alta productividad y la creciente automatización de tareas permiten a la economía actual mejorar los salarios, reducir la jornada laboral (empezando por las 35 horas) y adelantar la edad de jubilación (de momento a los 60 años) lo que abriría a la juventud más preparada que hemos tenido las puertas del mercado de trabajo y- por ende- al otro mercado, el  del consumo.

Parece mentira que unas soluciones tan sencillas no se les ocurran a los privilegiados cerebros que controlan y dirigen nuestras vidas, pero es que sus prioridades no son buscar la felicidad del pueblo al que dicen representar, sino a los poderes económicos a los que sirven.

Antonio Pérez Collado

CGT-PV


Fuente: Antonio Pérez Collado