Artículo de opinión de Rafael Cid

“Sin asomarse al presente

es imposible comprender el pasado”

(Marc Bloch)

“Sin asomarse al presente

es imposible comprender el pasado”

(Marc Bloch)

En los momentos más cruciales de la crisis griega fue lugar común entre comentaristas y analistas referirse al conflicto entre el gobierno de Syriza y la Troika con alusiones de distinto calibre al pasado histórico del país heleno. Según unos, sus actuales ciudadanos no tenían nada que ver en virtudes cívicas con aquellos antepasados que “inventaron” la democracia, acusando a cuatro siglos de dominación otomana de haber mutado su idiosincrasia seminal. Otros, sin embargo, no dudaban en referirse al contencioso como “una tragedia griega” para exagerar su lado fatalista. Sin embargo, pocos supieron ver que el otro lado del espejo: que en realidad las campanas doblaban por la “Marca Europa” que había llevado al borde del abismo al pueblo griego con su despiadado diktat. Porque esa posición inflexible venía a corroborar por enésima vez que la Unión Europea (UE) estaba diseñada, construida y gestionada sobre bases mercantiles más propias de una sociedad de acciones que de una comunidad política de gananciales movida por la solidaridad entre sus miembros.

La dismetría entre lo que realmente estaba ocurriendo ante nuestros ojos y lo que en diferido transmitían los interesados intermediarios oficiales, versionando nuevamente la opinión publicada como auténtica opinión pública, dejaba a la intemperie el verdadero debate de fondo. Lo que en la disputa planteada maniqueamente se ventilaba tenía una dimensión global desestabilizadora. Si a comienzos del siglo XIX Benjamín Constant hablaba de las libertades de los antiguos y las libertades de los modernos, para contraponer el tipo de democracia de acción directa afín a las colectividades a escala humana con la democracia representativa de las sociedades complejas, lo que la “tragedia griega” ponía ahora de manifiesto era la profunda incompatibilidad entre el concepto mismo de democracia como activo de emancipación política y el sistema de economía capitalista de Estado. Una experiencia paranormal, casi.

Si Admitimos que el fin ideal de toda colectividad es devenir en una polis, que como las que identificaron las épocas de Efialtes, Clístenes o Pericles conformen un solar para todos sus conciudadanos, la Unión Europea y su madrastra la Eurozona tienen un problema de legitimidad irresoluble de no considerar el “caso Grecia” como el último aviso para cambiar radicalmente sus tramposas reglas del juego. Como en aquellos tiempos en que la necesidad hizo que el demos y el kratos cooperaran para generar una armonía que el mundo ha conocido con el nombre de democracia, hoy la urgencia estriba en remover obstáculos para encontrar la senda que conduzca de la trucada democracia de los usureros a la democracia sin adjetivos de los pueblos. De lo contrario podemos reproducir y perpetuar en el viejo continente esos turbulentos periodos de stasis (guerra civil) que precedieron a aquella primera fulgurante primera Ilustración ateniense.

Crisis es un término polisémico. Permite enunciar un momento de ruptura social, pero también implica una ventana de oportunidad, un kairos, el momento propicio para emprender acciones que engendren algo transgresoramente nuevo. Por eso en la antigüedad griega, el vocablo krisis significaba ante todo “decisión”. Conjugados con voluntad política estos elementos que empatizan más de veinticinco siglos de historia en Europa, bien podrían darse las condiciones para replantear sobre nuevos pilares el olvido del pueblo que llamamos Unión Europea para dar ventaja a la justicia (dike) que debe alumbrar una ciudadanía donde sea más lo que une que lo que separe.

Es cierto que aquella demo-kratia fundacional no era perfecta y estaba lastrada por una especie de númerus clausus que postergaba en el proceso de toma de decisiones a mujeres, extranjeros y esclavos (en aquel entonces una parte significativa de la población). Pero incluso con esa lacra excluyente, eran todos los que estaban, lo que explicaría que bajo su estrella política naciera la filosofía y se dieran algunas de las mayores realizaciones artísticas que ha conocido la humanidad. Hoy el signo es muy diferente. Si entonces la botella estaba medio llena, hoy ni están todos los que son ni son todos los que están, ya que la representación política placeba y la intransigente dominación económica han relegado al demos (pueblo) a una función subsidiaria frente a la oligarquía usurpadora realmente gobernante.

Basta contrastar las audaces medidas de un Solón en el siglo V a.C., derogando la pena de esclavitud por deudas, respecto a una antidemocrática Troika que la reinventa con imposiciones que comprometen el futuro en dignidad de varias generaciones de griegos y griegas. Y lo que es más grave, pretendiendo con esta artimaña punitiva disciplinar a los demás deudores, presentes y ausentes, en “la obediencia debida” al capital financiero internacional. Todo ello, en vez de usar su hegemonía para acometer una reconciliación (diálysis) desde el epicentro griego que revirtiera la decadente Unión Europea hacia una comunidad de bienestar y prosperidad. Una orgullosa y cosmopolita confederación de polis sobre el solar donde se levantó el Partenón.

Porque con ser el austericidio la máxima expresión del intercambio desigual en la UE, oferta (créditos financieros) versus demanda (ajustes y recortes), a que el nivel superior de las instituciones somete a los peldaños inferiores, y el Grexit su cartografía más hostil, la moneda única no ha sido el único territorio donde las instituciones han desplegado esas artes caníbales. Conviene recordar que antes de que imperara la Eurozona, cuando primaba la fase de integración de los países en el “mercado común”, ya se aplicaba ese “doy para que me des” que constituye su crematística arquitectura original. Los fondos estructurales y para el desarrollo que el Estado español recibía de Bruselas (maná que administró el PSOE hegemónico en el gobierno para afirmar su red partidaria-clientelar) tenían como contrapartida cesiones estructurales en sectores productivos estratégicos como el olivar, el viñedo, el lácteo o la ganadería, expoliados en favor de otras economías geopolíticamente más contundentes.

Por tanto, la necesaria y generosa rectificación europea no ocurrirá si el impulso transformador sigue enfeudado a los poderes fácticos, las implacables instituciones o las agrupaciones falsamente representativas que parasitan el poder mientras la voz del pueblo es ultrajada en referendos sin voluntad política. Algún día habrá que admitir que la democracia es solo un simulacro si el sufragio activo (capacidad de elegir: votar) y el sufragio pasivo (capacidad de elegible: ser votado) están asignados a conjuntos disconjuntos (los ciudadanos por un lado y los partidos y sindicatos institucionales por otro) para articular una sociedad dependiente de dirigentes (los representantes) y dirigidos (los representados). Un imaginario social establecido de abajo-arriba en las formas, pero de arriba-abajo en la práctica.

Ahora que la capitulación de Syriza ante la Troika y el no menos vergonzoso acuerdo militar con Israel (cuando Amnistía Internacional denuncia crímenes de guerra en Gaza) han noqueado el último espejismo de la “casta política”, el espíritu de la plaza Syntagma debe tomar el relevo de la remontada sobre sus brasas. Como cuando en otra debacle histórica, tras la derrota en la Guerra del Peloponeso, aquellos griegos igualmente desahuciados por la adversidad convinieron en autoorganizarse en democracia para admiración de propios y extraños. A grandes males grandes remedios. Hay alternativa. Si fluye el diálogo bidireccional entre pasado y presente, presente y pasado, siempre hay alternativa, pero hay que ganársela. Es la idea que late en el cuadro del genial pintor Gustav Klimt “Teseo y el Minotauro”, que representa al mítico héroe ateniense luchando contra el monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre para liberar a sus compatriotas.

La misma crisis que se ha cebado en Grecia tiene en árcanos registros un aliento para conjurar el peligro de una Unión Europea de caseros e inquilinos. Lo recuerda la helenista Nicole Loraux por boca de Aristóteles al citar el episodio en que los vencedores de una guerra optaron por mutualizar las hipotecas de los vencidos: “Al decidir asociarse a la deuda de la gente de la ciudad, la democracia, dicen, se había puesto al servicio de la polis una e indivisible, más allá de los desgarros de la historias y de las disensiones de los ciudadanos entre sí” (La ciudad dividida, pág.263).

Es la impagable deuda que tenemos contraída con Grecia. Una cultura que nos legó la palabra “idiota” (idiôtai) para identificar a los que únicamente se ocupan de su propio provecho. O sea, el tipo de individuo-burbuja que cultiva el capitalismo rampante y fomenta la “Marca Europa”.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid