La determinación de los 300 migrantes que mantuvieron la huelga de hambre en Grecia se explica por la dureza de la política de extranjería del país, “un inmenso campo de concentración de sin papeles”.

Kostas Papathomopoulos / Atenas (Grecia) Foto: Olmo Calvo

Viernes 25 de marzo de 2011. Número 146. Diagonal

“Somos migrantes de toda Grecia.
Vinimos aquí acechados por la pobreza,
el desempleo, las guerras, las
dictaduras. Las multinacionales de
Occidente y sus siervos políticos no
nos dejaron otra alternativa que
arriesgar nuestra vida diez veces para
llegar a las puertas de Europa.
Estamos en una situación de clandestinidad,
de falta de dignidad para
que los patrones y el Estado se
beneficien de la explotación salvaje
de nuestro trabajo.” […]

“Somos migrantes de toda Grecia.
Vinimos aquí acechados por la pobreza,
el desempleo, las guerras, las
dictaduras. Las multinacionales de
Occidente y sus siervos políticos no
nos dejaron otra alternativa que
arriesgar nuestra vida diez veces para
llegar a las puertas de Europa.
Estamos en una situación de clandestinidad,
de falta de dignidad para
que los patrones y el Estado se
beneficien de la explotación salvaje
de nuestro trabajo.” […]

“No tenemos otro medio para que
nuestra voz se escuche, para que sepan
cuáles son nuestros reclamos.
Trescientos de nosotros empezamos
una huelga de hambre. Arriesgamos
nuestra vida, porque ésta
no es una vida digna de vivir.
Preferimos morir aquí a que nuestros
hijos tengan que vivir lo que
nosotros hemos vivido”.

Estas frases de la asamblea de los
300 migrantes que mantuvieron
una huelga de hambre por 44 días
resumen los sentimientos de la gran
mayoría de las personas que han tenido
que dejar sus tierras y sus seres
queridos para buscar una vida
mejor en alguno de los países del
norte.

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VICTORIA. Los inmigrantes en lucha levantan el puño tras una asamblea. OLMO CALVO

Y de repente, la crisis

La falta de empleo y el aumento del
trabajo en negro ha provocado que
miles de personas que tenían una
vida estable no puedan demostrar
los 200 días de trabajo al año que
son requeridos para la renovación
de su tarjeta de residencia. Por otro
lado, el aumento de los flujos migratorios
provenientes de los países
asiáticos y africanos y el reforzamiento
del control en los países al
Oeste de Grecia convierte al país en
un inmenso campo de concentración
para las personas sin papeles.

Miles de migrantes en paro deambulan
por las calles de los centros
urbanos buscando comida o
chatarra en la basura. Esta triste
imagen, junto con el colapso de los
servicios sociales, alimenta el discurso
racista y xenófobo que trata
de desviar la atención de la población
griega y volcarla contra los más
débiles.

El miedo a una
explosión social llevó
al Gobierno a satisfacer
gran parte de lo que
pedían los inmigrantes

En este contexto, el 25 de enero,
después de un largo proceso de reuniones
internas y asambleas, 300
migrantes decidieron empezar una
huelga de hambre. Entre otras cosas,
demandaban que se les volviera
a otorgar el permiso de residencia,
que se desvinculara ese permiso
de los días de trabajo y que se volvieran
a regularizar todos los migrantes
que, por haber trabajado
menos, habían perdido sus papeles.

Y pasaron 44 días. Unos días que
se sucedían lentamente, bajo un silencio
mediático absoluto, pero con
el apoyo creciente de gentes que a
lo largo del país organizaron decenas
de actos de solidaridad, desde
conciertos y manifestaciones hasta
ocupaciones de medios de comunicación
y edificios públicos. Cientos
de personas se turnaban las 24 horas
para acompañar la lucha de los
migrantes, que consumían solamente
agua, sal y azúcar. Al cabo
de unas semanas empezaron los
primeros traslados al hospital por
problemas cardíacos, deshidratación,
enfermedad renal, etc. Por su
parte, el Gobierno mantenía una actitud
de espera: un día amenazaba
con la deportación y juzgaba a gente
solidaria por “tráfico de inmigrantes”
y el otro día les ofrecía unas pocas
migajas, con la esperanza de
que abandonaran la lucha. En plena
deslegitimización del sistema político
el Gobierno no quería dar muestras
de debilidad.

Hasta que se vio, con más de
cien personas en el hospital y con
el inicio por parte de algunos de
una huelga de sed, que los migrantes
seguirían firmes. El miedo a la
explosión social que un desenlace
trágico pudiera provocar llevó al
Gobierno a presentar una propuesta
que satisfacía gran parte
de sus demandas: permiso de trabajo
y residencia para ellos y reducción
de los años que son requeridos
para la regularización (de
doce a ocho) y de los días de trabajo
requeridos al año (de 200 a
90), para todos los migrantes. Al
día siguiente se llevó a cabo una
consulta interna, en las dos ciudades
donde se encontraban acampados
y en los hospitales donde
estaban dispersos, con la cual se
decidió el fin de la lucha.

Con esa huelga de hambre, los
‘sin voz’ consiguieron por primera
vez hacerse visibles y dar a conocer
su realidad y sus demandas. Y,
lo más importante, en esos momentos
en que los poderosos tratan de
desfigurar el mapa social y la gente
de a pie mira perpleja cómo sus vidas
están siendo saqueadas, la victoria
de esa lucha ejemplar volvió a
recordarnos el valor de las luchas
sociales y de la solidaridad.

HASTA LA HUELGA DE SED

36 activistas decidieron
llevar la huelga de
hambre hasta su último
paso: la huelga
de sed. En las últimas
horas de la protesta,
los hospitales que
atendían a estos inmigrantes
en Atenas y
Salónica se prepararon
para lo peor por
la negativa de varios
de los activistas a
ingerir el azúcar y el
agua que constituían
su única dieta desde
hacía más de un mes.
En un último intento
dos días antes de
ceder, el Gobierno
griego intentó dividir a
la asamblea al pedir
la hospitalización de
los 300 huelguistas
de hambre. “Tenemos
que mandar a los
antidisturbios para
que los echen a
todos”, declaró el
vicepresidente.

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Fuente: Diagonal