LOS OTROS CAÍDOS
POR DESGRACIA, a veces el Congreso de los Diputados ha de dedicarse a las hazañas bélicas. Antes los soldados muertos clamaban venganza. Ahora se exigen dimisiones.
LOS OTROS CAÍDOS

POR DESGRACIA, a veces el Congreso de los Diputados ha de dedicarse a las hazañas bélicas. Antes los soldados muertos clamaban venganza. Ahora se exigen dimisiones.

Hemos visto a personas con traje y corbata hablando de unos soldados muertos. La muerte no gusta a nadie y algunos diputados se enzarzan en estériles y desagradables discusiones sobre unos militares fallecidos en acto de servicio. Si ha sido un accidente o un ataque es lo de menos. Se nos han muerto 17 militares y la sorpresa es enorme. Hasta parece que un militar, por el mero hecho de serlo, debería ser invencible e inmune a todo mal. Cuando se habla de las Fuerzas Armadas se percibe en el ambiente una artificiosa necesidad de revestir los percances con el sudario del heroísmo.

De las Fuerzas Armadas siempre se acostumbra a colgar adjetivos como abnegadas, profesionales o valerosas. Sin duda todos estos adjetivos se los merecen. Pero no nos han de hacer olvidar que el oficio de las armas es, hoy por hoy, un oficio que se ejerce de forma voluntaria. Si hay alguna actividad verdaderamente de riesgo, ésa es la actividad militar. De nada sirve que los anuncios que incitan a nuestros jóvenes a alistarse destaquen la formación técnica, la labor humanitaria y el compañerismo. Un arma, desde una simple pistola a un portaviones, tiene una función inequívoca. Un arma se usa siempre contra el enemigo, ya sea amenazándole o simplemente activándola. Y el enemigo, por su parte, intenta hacer lo mismo. Con lo cual podemos inferir que la muerte, en el colectivo militar, forma parte de su propia condición. Tanto es así que sólo en las Fuerzas Armadas se aplica con normalidad trágica ese curioso eufemismo por el que a las muertes en acto de servicio se las denomina bajas.

Afortunadamente, muchas cosas han cambiado en los ejércitos desde que se cantaba aquella canción en la que el soldado se proclamaba el novio de la muerte. Pero, a pesar de que, en los conflictos armados, la peor parte se la llevan los civiles, todavía no se ha conseguido un Ejército profesional al que no le afecten ni las balas, ni las bombas, ni los accidentes como el del helicóptero de Herat. Ser soldado significa asumir esos riesgos. Debatir, como pretende el portavoz del PP, que sea el presidente del Gobierno el que asuma la responsabilidad del helicóptero, del viento de cola y del conflicto de Afganistán es una manera de perder el tiempo y el prestigio parlamentario.

Porque hay muertes profesionales muy parecidas que también merecerían un amplio debate nacional. Los accidentes laborales son una verdadera lacra. Los trabajadores no han tenido la oportunidad de decidir si trabajaban en una mina, en el tajo, en el metro o en la construcción. Los muertos en accidente laboral no suelen destacarse mucho en la prensa. Incluso se tiende a responsabilizar a las víctimas de sus propias negligencias. No hay heroísmo en un andamio sin protección, no hay abnegación en el terraplén que se viene abajo, no hay valor en los gases letales de un pozo ciego. No hay medallas ni discusiones parlamentarias. Es sólo la vida de cada día la que ni siquiera se interrumpe cuando alguien sin uniforme muere en acto de servicio a su familia. Ante la muerte no hay oficios más nobles que otros ni lágrimas más patrióticas.


Fuente: joan barril / El Periodico