Dolores que no duelen y desagrados que hacen reír

El Profesor y Veterinario Juan Carlos Illera se ha convertido en una suerte de anestésico para heridas y conciencias en el mundo taurino apuntando un afán de narcosis universal. Este hombre, gracias a los prácticos microchips que le implanta a los toros y también a la determinación del cotisol en saliva de los toreros, afirma que el animal no humano criado para la lidia ha modificado su umbral de dolor hasta tal punto que deja de sentir y por eso regresa para le vuelvan a ensartar el acero.

Yo también puse cara de pasmado cuando leí tales declaraciones por primera vez, pero no imaginan la de babieca que se me quedó al saber que, según nos explica con aire magistral: «están hallando resultados igualmente excepcionales en la capacidad del matador». Luego uno contempla el rostro de profundo sufrimiento del torero cuando es empitonado y se pregunta que dónde está esa particular respuesta neuroendocrina causada por el estrés de la faena, dándose cuenta al fin de que el dinero puede, presuntamente, comprar la deontología, pero nunca la verdad.

Yo también puse cara de pasmado cuando leí tales declaraciones por primera vez, pero no imaginan la de babieca que se me quedó al saber que, según nos explica con aire magistral: «están hallando resultados igualmente excepcionales en la capacidad del matador». Luego uno contempla el rostro de profundo sufrimiento del torero cuando es empitonado y se pregunta que dónde está esa particular respuesta neuroendocrina causada por el estrés de la faena, dándose cuenta al fin de que el dinero puede, presuntamente, comprar la deontología, pero nunca la verdad.

No soy yo quien para rebatir sus asombrosas tesis. El también veterinario y Presidente de AVAT José Enrique Zaldivar lo ha hecho de un modo incontestable, desmontando la degenerada y me temo que interesada interpretación que este virtuoso del microchip ha realizado de sus investigaciones. Quien esté interesado en conocer los detalles puede acudir a los estudios que Zaldívar ha divulgado al respecto. Por cierto, que el Profesor Illera, con ser tan «revolucionarias» las conclusiones de su trabajo no las publica, algo que sorprende. ¿El motivo? Rojo y en la arena sangre del toro. Hay fluidos que como ciertas razones no admiten maquillaje por más que haya detrás todo un equipo volcado en aplicarles afeites.

Continuemos con algunas dudas surgidas de toda esta parafernalia que atufa a teatrillo organizado por el lobby taurino en un momento en el que su actividad se tambalea por escasez de afición comprobada, exceso y ejemplo indiscutible de violencia y derroche de subvenciones para mantenerla. ¿De dónde salen los fondos que financian un estudio tan del interés de unos pocos pertenecientes a un sector concreto y llevados a cabo en una Universidad Pública? Confiemos en que no provengan de los presupuestos y menos en un periodo de recortes drásticos. Otra: según afirmó este hombre en el Parlamento de Catalunya durante el debate de la ILP abolicionista, su estudio del tálamo había pasado la primera criba del comité científico de una conocida revista de endocrinología, ¿seguro Profesor? ¿de verdad que así fue?

No hace el Señor Illera más que conceder entrevistas, impartir charlas y recibir premios siempre por supuesto de la mano del entorno taurino, que le pasean como un mesías vestido de luces por España y el extranjero para que repita aquí y allá:»que no, que no os enteráis, que los toros reducen el dolor de la lídia porque liberan betaendofinas que anestesian el lugar donde esa sensación se produce».Como el hedorcillo es inevitable se apresura a afirmar que él no es aficionado a las corridas de toros y que se aburre soberanamente en ellas, tal vez queriendo dotar de ese modo a sus consideraciónes de un halo de objetividad. Para ilustrar lo curioso su primera «coartada» moral dejo aquí una frase que pronunció durante un pregón en Ciudad Rodrigo, donde por cierto lo presentaron como: «Gran aficionado a los toros». Esto dijo quien asegura no gustarle la lidia: «Intentan demostrar al mundo poseídos y presos de un animalismo delirante, que nuestra Fiesta sólo está llena de crueldad y de tortura, acusándonos a los que amamos al toro y a este espectáculo único, de inquisidores». Los taurófilos adolecen de serios problemas con el verbo amar, pues unas veces juran que ese es el sentimiento que les une al mismo toro al que martirizan y matan. Otras, como ahora, aman un espectáculo que no les seduce. ¿Entienden algo? A mí se me antoja un arcano.

En cuanto al tedio que al Profesor le invade en el ruedo la respuesta viene en forma de fotografía, la que acompaña a este texto y en la que se le ve durante una corrida celebrada en la Plaza de Toros de Lima (Perú). Ya, ya se le nota en ella el intenso sopor y disgusto que le atenazan. ¿Será que su sistema nervioso le bloquea el fastidio sustituyéndolo por placer? Habrá que insertarle un microchip para averiguarlo.

Julio Ortega Fraile

Delegado de LIBERA! en Pontevedra

@JOrtegaFr

www.findelmaltratoanimal.blogspot.com


Fuente: Julio Ortega Fraile