Los trabajadores y los sindicatos (no siendo aquellos que se postulan como correas de transmisión de corrientes o partidos políticos) deben abstenerse de participar en los festejos finales de cualquier proyecto constituyente estatal, como lo hicieron o tendrían que hacer al comienzo del proceso, en las elecciones a cortes constituyentes.

Los trabajadores y los sindicatos (no siendo aquellos que se postulan como correas de transmisión de corrientes o partidos políticos) deben abstenerse de participar en los festejos finales de cualquier proyecto constituyente estatal, como lo hicieron o tendrían que hacer al comienzo del proceso, en las elecciones a cortes constituyentes.

DE SINDICATOS Y CONSTITUCIONES

En artículo anterior («Los anarquistas y las constituciones», en La Campana, nº 7, del 16.11.2004) afirmaba que «los anarquistas no debíamos -sin contradecirnos a nosotros mismos- participar en el tinglado que confirme una Constitución». No en vano -decía-, estamos los anarquistas frente por frente «a cualquier texto, institución, instrumento político o artefacto social, que derive de la organización estatal y consagre en dicho Estado la desigualdad o el sometimiento», como es el caso de una Constitución, de cualquier Constitución … «¿Votar ? NO, gracias», concluía ; combatir la desigualdad, la injusticia y el sufrimiento que todo Estado provoca y toda Constitución consagra, eso SI, y sin desmayo.

Pero, ¿Qué ocurre con los sindicatos, con los trabajadores ? ¿También ellos deben darle la espalda a la confirmación de una Constitución, que tan claramente se perfila en contra de sus intereses al consagrar el régimen de explotación económica, el autoritarismo político y la opresión social ?

La única respuesta digna a esta última pregunta, es SÍ, y ello de modo mucho más contundente que en lo que se refiere a los anarquistas.

Pues si un anarquista, en tanto que sujeto individual, interviene en un proceso constituyente estatal (y el referéndum no es más que la traca final de ese proceso fraudulento, por supuesto prescindible) se limita a ser contradictorio consigo mismo y las ideas que asegura defender. Sin embargo, un sindicato en tanto que sujeto colectivo, si interviene en ese proceso, se desnaturaliza, pervierte su función social y su actividad se transforma, inevitablemente, en una impostura. Sólo aquellas organizaciones sindicales que se postulen abiertamente como correa de transmisión o personaje subalterno de un partido o corriente política más o menos precisa, pueden caer en la tentación de escenificar su sumisión a la política y promover la participación en el proceso constituyente (votando a esta o aquella facción política candidata en las Cortes Constituyentes) o, sin atreverse a tanto, a llamar a sus «huestes» a votar, que SI o que NO en el festejo final.

Un sindicato es una asociación de trabajadores para la defensa de sus intereses, inicialmente los materiales e inmediatos. En el curso de esa defensa, los trabajadores, de modo natural y nada forzado, a poco que desarrollemos nuestra actividad libremente, sin coacciones ni manipulaciones interesadas, adquirimos la conciencia de la opresión en que nos encontramos y del antagonismo que nos enfrenta a los empresarios y a sus amigos, entre ellos, de modo principal, la administración política estatal. También nos habituamos a la lucha colectiva, comprendemos en sus justos términos el valor de la solidaridad social y llegamos a reconocer a los enemigos de la libertad y la justicia. Finalmente, comprendemos que la solución a nuestras reivindicaciones (el punto final al conflicto social que nos enfrenta al capitalismo) solo llegará si colectivamente, sindicadamente, autogestionariamente, en el ámbito asambleario del propio sindicato local, -sin jefes ni comités decisorios, sin otras representaciones que las que derivan del mandato imperativo de la asamblea-, las definimos, luchamos por ellas y logramos mantenerlas vigentes.

Ambas cuestiones son inseparables en un Sindicato. Por un lado, la conquista de reivindicaciones materiales y sociales inmediatas, por supuesto compatibles con la persistencia del régimen capitalista. Por el otro, la conciencia cada vez más cabal de la opresión que se vive, y el desarrollo de hábitos colectivos en la lucha social, cuyo final lo fijará la desaparición del régimen capitalista y de jerarquía estatal. Cuando por la labor de zapa de los enemigos de los trabajadores y del sindicalismo, uno de los dos pies falla, el sindicato se desnaturaliza y pervierte su función social. Termina no siendo un sindicato, ¡por más que mantenga formalmente ese nombre !, derivando hacia la bandería política e ideológica o hacia fórmulas burocráticas del tipo mafioso, más o menos sangriento.

Y esta perversión es la que se instala en los sindicatos que participen en el proceso constituyente. Independientemente de que lo hagan desde el principio del proceso, participando en las elecciones a Cortes Constituyentes, como ocurrió en la España de 1977, o que sumen sólo a última hora, votando que SI o NO en el referéndum que ha de legitimar todo el proceso anterior. Todavía es más lamentable este último caso, pues ya el sindicato, como el «pueblo soberano» será el payaso de las bofetadas (el que hace reír a quien le abofetea), que ha de limitarse a rubricar lo decidido por el poder constituyente.

Todo esto es particularmente evidente en el caso del referéndum que va a celebrarse en España sobre la Constitución Europea. También aquí, algunos políticos intentarán utilizar a los sindicatos como correas de transmisión para sus intereses específicos, incluso afirmando con absoluta desfachatez que un «plebiscito no es como las elecciones», obviando que el texto sometido a referéndum (la llamada Constitución), no es otra cosa que el fruto -siempre amargo para los trabajadores- del poder y del juego por su reparto.

Lluís Corredor


Par : La Campana