Jesús Ruiz Pérez

Si un libertario presta su apoyo a la democracia (capitalista burguesa) porque desea fortalecerla, si llega a ingresar en un partido, si acepta incluso ostentar cargos políticos, ¿cómo puede seguir siendo considerado libertario ? Habrá quien opine, y no le faltará su parte de razón, que ha cruzado un límite, más allá del cuál no hay anarquismo que valga, aunque se empeñe en lo contrario. Hay un antes y un después, y el "político" abandona, por fuerza, el anarquismo, para arribar a otra cosa. Si insiste en llamarse libertario, será por ignorancia o, más bien, por afán impostor.

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De izquierda a derecha, Salvador Quemades, Salvador Seguí y Ángel Pestaña, hacia 1920

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De izquierda a derecha, Salvador Quemades, Salvador Seguí y Ángel Pestaña, hacia 1920

Llevo años dedicado a investigar este asunto, difícil y polémico, de los libertarios “políticos”. Mi tema, en concreto, son las expresiones del posibilismo libertario durante la Segunda República (1931-1936), un periodo de la historia de España donde se dieron al mismo tiempo dos condiciones propicias. En primer lugar, una enorme fuerza del anarcosindicalismo y el anarquismo, fruto de décadas de esfuerzos y sacrificios. Y, en segundo lugar, la existencia de un Estado democrático y de derecho, en algunos aspectos autoritario y represivo, cierto, que demostró casi continua intransigencia hacia la acción directa de la CNT, también cierto, pero más o menos respetuoso con la voluntad electoral y las libertades de los ciudadanos, lo que supuso un margen amplio para el fair play político y social dentro de los límites de la legalidad (liberal capitalista burguesa). En tales circunstancias, muchos libertarios, en un momento u otro, decidieron apoyar la Segunda República, para defender el espacio de libertades que les ofrecía, y algunos llegaron a dar el paso de aceptar la militancia en partidos políticos y el ejercicio del poder a escala municipal, regional y nacional.

La definición exacta de «posibilismo», de acuerdo con la Real Academia, es : «Tendencia a aprovechar para la realización de determinados fines o ideales, las posibilidades existentes en doctrinas, instituciones, circunstancias, etc., aunque no sean afines a aquellos». Empleo este término tanto por precisión como por fidelidad hacia los historiadores que me han precedido y, más importante aún, hacia la misma historia. No en vano quien habló en primer lugar de “posibilismo libertario”, si creemos a Federico Urales, fue Salvador Seguí, cuando a finales de 1922 propuso que la CNT prestara su apoyo a los candidatos republicanos. El posibilismo se ha dado a lo largo de toda la historia del movimiento libertario, y ha tenido distintas expresiones, quizá la más conocida de ellas, y una de las más polémicas, la partipación de anarquistas, durante la Guerra Civil (1936-1939), en el Gobierno nacional, la Generalitat y el Consejo de Aragón.

Puede argumentarse, y no sin razón, que el posibilismo condujo, y retomo aquí la (auto)crítica con la que empezaba el artículo, a abandonar los principios anarquistas. Hubo libertarios que entraron en política y que en el trayecto dejaron de serlo, pese a su formación y su pasado ; y debo tenerlo en cuenta al estudiar el posibilismo, si quiero definir con precisión los límites de todas sus manifestaciones. Pero también hubo entre los libertarios “políticos” otros que siguieron manteniendo como principios irrenunciables el antiestatismo, es decir, la convicción de que la revolución nunca se haría desde el Estado, y el anticapitalismo, llámese socialismo o comunismo (no autoritarios). Libertarios que, a pesar de optar por el posibilismo, no abandonaron sus rasgos de identidad anarquista.

Ahora estoy escribiendo mi Tesis Doctoral ; hubiera sido preferible hacer este artículo después de haberla acabado, no un año antes de darle redacción definitiva. Me limitaré aquí a una breve y provisional noticia sobre el posibilismo libertario a partir de algunas de mis investigaciones que ya han visto la luz : las dedicadas a Félix Morga, Alcalde de Nájera, «comunista y libertario» (por usar sus propias palabras), sobre quien escribí el libro Posibilismo libertario (2003), Marín Civera, el célebre director de la revista Orto, dirigente y teórico del Partido Sindicalista y, por lo que se refiere al espacio común, ideológico y de acción, compartido por el republicanismo de extrema izquierda y el mundo libertario, la figura del abogado, político y literato Eduardo Barriobero y Herrán. Ejemplos a los que puede añadirse, sin ir más lejos, el del periodista libertario Eduardo de Guzmán, biografiado en este mismo número de Rojo y Negro, que se presentó candidato a diputado por Sevilla en las elecciones generales de noviembre de 1933.

Eduardo Barriobero intentó captar el voto de los anarcosindicalistas, la base de su electorado, con la promesa de que transformaría la Segunda República en una auténtica democracia republicana, donde podrían desarrollar sus actividades sin temor a la represión gubernamental. Los políticos, como él, se reservarían dicha tarea, y era a los trabajadores a los que correspondería, a partir de entonces, llevar a cabo la revolución por su cuenta. Encontramos un planteamiento parecido en Félix Morga y en Marín Civera, quienes mantuvieron los principios irrenunciables de los que hablaba más arriba, el antiestatismo y el anticapitalismo, y limitaron su apoyo a la democracia a la salvaguarda de un espacio de libertad, al margen de las instituciones, donde poder trabajar por la revolución, desde el sindicalismo y la divulgación de la cultura. Éste era un equilibrio difícil de mantener, un equilibrio que en ocasiones se acabó perdiendo, por cuanto todo posibilismo arrastra consigo la paradoja de reforzar aquello que se quiere destruir. Pero el compromiso con la política se asumió, desde tales supuestos, sin renunciar al compromiso con la revolución, una revolución, de signo libertario, puesta en marcha al mismo tiempo y de modo paralelo, y cuyo triunfo se creía más o menos cercano.

La memoria de los libertarios «políticos» pone en primer plano un problema constante en la historia del anarquismo, los dilemas que plantea la oposición a la participación política en el seno de una democracia (capitalista burguesa). Eso no significa que salde los debates al respecto : no demuestra la mayor o menor eficacia histórica del posibilismo, o que se tratara de una postura preferible, necesaria o correcta. Como siempre, las conclusiones dependerán de las convicciones de cada lector, de la fe, en suma. No voy a negar que como autor también tengo mis propias simpatías. Si no pensara que el posibilismo libertario merece ser rescatado del olvido y estudiado, porque ofrece un conocimiento valioso, no le hubiera dedicado las horas de trabajo que supone escribir una Tesis Doctoral. Pero, en aras de la honestidad intelectual, pienso que el autor, en tanto autor, debe abstenerse de opinar sobre el tema que trata : no puede invocarse la “autoridad” para respaldar juicios de valor. Y no sólo desapruebo tomar los “hechos probados” y agitarlos, igual que una bandera : me parece, además, improcedente y frustrante.

Como historiador de vocación y, hoy por hoy, de profesión, siempre me ha disgustado el empleo partidista de la historia, y su manipulación. Resulta frecuente ver cómo se recurre a los hechos del pasado para usarlos como argumento irrefutable en favor de una determinada postura, convirtiéndolos en fuente de legitimidad o impugnación. Considero que hay que evitar este fetichismo : la historia no ofrece planes infalibles o profecías consoladoras, ni otorga a lo verificado otro prestigio que el de haber llegado a suceder. Extraer enseñanzas exige siempre un trabajo de análisis y de reflexión, y tener presente la peculiaridad de cada situación histórica. Siempre que lo que se desee es aprender, adquirir conocimientos científicos, y no utilizar el pasado para hacer propaganda.

El estudio del posibilismo libertario permite rescatar del olvido, del relato de los vencedores y del discurso de la inmutabilidad del Todo, a personas de carne y hueso que dedicaron sus esfuerzos a transformar la sociedad, conscientes de que la historia la hacen los hombres. Recuperar sus experiencias y sus esperanzas, sus vidas y sus nombres ; comprobar cómo estos libertarios “políticos” organizaron la sociedad cuando tuvieron oportunidad de ejercer el poder, cuáles fueron sus programas de acción inmediata y el papel que les concedieron dentro de una perspectiva revolucionaria. Y comprobar también cuáles fueron las renuncias y las concesiones que debieron aceptar, los límites con los que toparon y sus fracasos.

Quedaría satisfecho si mi investigación sirviera para que los libertarios del presente sumen la experiencia de los posibilistas a ese patrimonio colectivo formado por el conjunto de sus predecesores, no necesariamente anarquistas : aquellos que trabajaron por la emancipación humana, la justicia y la libertad.

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Fuente: Jesús RUIZ PÉREZ, “Memoria de los libertarios « políticos »”, en Rojo y Negro, Nº178 (Mayo 2005), p. 14 ISSN 1138-1019