Artículo de opinión de Rafael Cid.

Todos los diarios que se editan en Madrid, sin excepción, han etiquetado sus portadas sobre este último 21-D bajo el signo de lo que los más rancios denominan “kale borroka”. Más o menos igual ha sido el tratamiento en las cadenas de televisión, públicas y privadas. Las imágenes dominantes variaban de los enfrentamientos entre manifestantes y mossos a los episodios de acoso de los “radicales” a la prensa. En eso ha consistido, mutatis mutandis, la cobertura informativa sobre la celebración en Barcelona del consejo de ministros del Estado.

Todos los diarios que se editan en Madrid, sin excepción, han etiquetado sus portadas sobre este último 21-D bajo el signo de lo que los más rancios denominan “kale borroka”. Más o menos igual ha sido el tratamiento en las cadenas de televisión, públicas y privadas. Las imágenes dominantes variaban de los enfrentamientos entre manifestantes y mossos a los episodios de acoso de los “radicales” a la prensa. En eso ha consistido, mutatis mutandis, la cobertura informativa sobre la celebración en Barcelona del consejo de ministros del Estado. Una escenificación que en el fondo no ha hecho sino recordar los usos y costumbres de etapas coloniales. Salvo que hayamos perdido el sentido de la proporción, parece obvio que la reunión de un gobierno protegido de la ciudadanía por un ejército de más de 9.000 policías no es precisamente un signo de normalidad.

El favor de la opinión pública es lo que se ventila en este complot. El así es si así os parece. Un crédito que el bipartidismo dinástico, antes hegemónico, perdió con el 155, el “a por ellos” y los porrazos de los antidisturbios durante la consulta soberanista. Especialmente en el plano internacional. Porque a nivel doméstico sirvió para detener, encarcelar y procesar a los políticos electos que la apoyaron. Los violentos eran ellos, en el argot de lo políticamente correcto Los que fueron a la cárcel y los que se vieron obligados a buscar refugio en el extranjero. Por eso, la crónica de lo sucedido el penúltimo viernes del año en Catalunya entrañaba un destino manifiesto.

¿Pero es real esa realidad? En absoluto. Se mire por donde se mire, la actitud del pueblo catalán en este asunto solo puede calificarse de admirable. Una prueba cabal del civismo de su sociedad civil. Tanto por parte de los independentistas como por parte de los que no lo son. A unos y a otros les alcanza idéntica ejemplaridad. Solo así se puede juzgar el hecho insólito en Europa de que después de muchas movilizaciones de cientos de miles de personas a lo largo de varios años, en ambientes de crispación cebada interesadamente, nunca haya habido que lamentar hechos luctuosos. Ni de los pro ni de los anti. Por el contrario, y por poner un ejemplo de mínimos, son incontables los altercados y agresiones con víctimas que se producen en muchos partidos de fútbol considerados de “alto riesgo” ¡La final de la Copa de Libertadores se tuvo que trasladar a otro continente por miedo a los disturbios devastadores de sus barras bravas!

¿Qué habrían hecho las autoridades si aquí se hubieran producido los muertos y heridos que ha habido en Francia durante la revuelta de los “chalecos amarillos”, con su cortejo de vehículos calcinados y comercios saqueados? Ese es el veredicto que hace fuerte política y éticamente al procés, al margen de cualquier otra valoración de tipo ideológico, y que ennoblece al conjunto del pueblo catalán. También lo que representa un auténtico quebradero de cabeza para el centralismo, huérfano de una excusa cierta de vandalismo, y no digamos ya de actos violentos, con los que poder justificar su atropello antidemocrático al legítimo derecho a decidir. La transición en marcha en Catalunya, de ley a ley por expresa voluntad de una parte significativa de sus habitantes, ha dado hasta la fecha el envidiable resultado de cero víctimas.

Por el contrario, la transición que veneran sus ceñudos oponentes nació en un charco de sangre. Solo en el mes de enero de 1977 se registraron 6 asesinatos, los 5 abogados de Atocha y los jóvenes Arturo Ruiz y Mari Luz Najar. Y si el registro se amplía al periodo 1975-1983 el cómputo oscilaría entre 188 muertes por “violencia política de origen institucional” que cita Mariano Sánchez Soler (La transición sangrienta) o las 178 debidas a “violencia del Estado de Sophie Baby (El mito de la transición pacífica). De ahí la importancia adquirida ahora por la vía eslovena, que unos interpreten como una llamada al guerracivilismo y otros como un camino para la resolución de litigios surgidos al fragor del derecho de autodeterminación. Lo que ocurre es que se trata de una percepción manipulada porque se propala con abuso de presentismo. Como bien ha resaltado con el rigor, prudencia y perspicacia que le caracteriza el profesor Carlos Taibo, la comparación con el caso catalán ha desatado un auténtico baile de máscaras en la España de los balcones y las banderas. Advierte este autor, profundo conocedor de lo que en su día se dio en llamar los conflictos yugoslavos, en un reciente artículo titulado La “vía serbia” y el nacionalismo español: <<Quienes en estas horas prefieren jugar al olvido o, más aún, exaltan una figura tan lamentable como la de Milošević nos están trasladando un mensaje inquietante. [… ] el uso de la fuerza en modo alguno les resulta desdeñable, al amparo de lo que algún lanzado bien podría llamar -en franco olvido de los muchos serbios que pelearon por la convivencia y plantaron cara al capitalismo mafioso y a las razzias étnicas asestadas por Milošević- la “vía serbia” . Qué ilustrativo resulta que en un proyecto como ése se den la mano muchos de los nacionalistas de Estado, el naufragio de nuestra izquierda zorrocotroca y la patética y connivente censura que ejercen muchos de los medios de incomunicación españoles>>.

La razón del debate abierto a cuenta de la presunta analogía entre la vía eslovena y el procés tiene aristas. La autodeterminación eslovena se consumó en 1991 tras un referéndum refrendado por la 92 por ciento de la población con una participación del 95 por ciento, siendo reconocida por la Unión Europea después que Alemania lo hubiera hecho unilateralmente. A ese climax en favor de una Eslovenía independiente contribuyeron algunos de los medios de comunicación más influyentes. En España el diario El País, ahora tan constitucionalmente unionista, llegó a publicar una tribuna de opinión del prestigio escritor checoslovaco Milan Kundera (Hay que salvar a Eslovenia.13 de julio 1991) donde podían leerse cosas como estas:” << […] comprendo la indignación que produce a los eslovenos la indiferencia de una parte de la población pública europea. Una indiferencia basada en la ignorancia. Oigo hablar al respecto del “peligro de balcanización”, pero ¿qué tienen en común Eslovenia y los Balcanes? Eslovenia en un país occidental […] Oigo hablar de los “viejos demonios del nacionalismo”. Durante este siglo, varias naciones europeas se han hecho independientes: los noruegos, los irlandeses, los polacos, los húngaros los rumanos […] hoy constituyen la hermosa diversidad de una Europa inimaginable sin ellas […] Esta es la razón por la cual el patriotismo de los eslovenos me afecta personalmente. Desde siempre ha estado basado no en un ejército o una partido político, sino en la cultura y, muy especialmente, en la literatura. Su máxima personalidad no es u guerrero o un predicador, sino France Presern, el gran poeta romántico de la primera mitad del siglo XIX […] hagan todo lo necesario para salvar a Eslovenia>>.

Al margen de lo que la posteridad estableciera sobre lo escrito por Kundera (contra Sócrates sabemos que virtud y conocimiento no siempre casan), lo cierto es que opiniones como la suya referidas a Catalunya parecen hoy condenadas en la asfixiante atmósfera de exaltación españolista. La reciente visita a los presos independentistas de Lledoners del artista y activista chino de los derechos humanos Ai Weiwei fue concienzuda y vergonzosamente borrada de la agenda política por muchos los medios de la Marca España. En este sentido, extraña que en plena campaña de estigmatización de la alternativa eslovena El País haya dejado pasar una oportunidad de oro para contribuir a su refutación por personaje interpuesto. En la entrevista a que el domingo previo al 21-D publicaba a Slavoj Zizek, el intelectual esloveno más reconocido internacionalmente, no había una sola referencia sobre el tema de moda. Cabe la posibilidad, no obstante, de que el desembarco en la presidencia del rotativo de Prisa de Javier Monzón, el que fuera durante veinte años el mandamás de Indra, la principal empresa armamentista del país, haya modificado las normas de estilo del periódico global.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid