A lo largo de 10 años, entre 1961 y 1971, el Ejército de EE UU arrojó alrededor de 80 millones de litros de herbicidas sobre las junglas y plantaciones de Vietnam. Entre ellos, el más empleado debido a su terrible efectividad fue el conocido como agente naranja. Un total de 24.000 kilómetros cuadrados fueron rociados con el veneno, lo que dejó una cicatriz que aún se puede ver en los cuerpos de muchos vietnamitas.


A lo largo de 10 años, entre 1961 y 1971, el Ejército de EE UU arrojó alrededor de 80 millones de litros de herbicidas sobre las junglas y plantaciones de Vietnam. Entre ellos, el más empleado debido a su terrible efectividad fue el conocido como agente naranja. Un total de 24.000 kilómetros cuadrados fueron rociados con el veneno, lo que dejó una cicatriz que aún se puede ver en los cuerpos de muchos vietnamitas.

Le Quang Chon es un hombre roto ; roto por la guerra de Vietnam, que para él, como para muchos en su país, nunca acabó. El agente naranja, un herbicida utilizado ampliamente por EE UU durante el conflicto, con el doble propósito de eliminar la vegetación para dejar al descubierto al enemigo y destruir las cosechas, ha arruinado su vida, la de sus hijos y la de su nieta. Las tres generaciones de la familia sufren graves problemas de salud, a causa de la dioxina que contenía el herbicida, según aseguran los médicos vietnamitas.

Este compuesto químico extremadamente tóxico ha sido culpado de la alta incidencia de enfermedades de la piel, malformaciones genéticas, cáncer, discapacidades mentales y otros problemas que sufren la población de algunas zonas de Vietnam y veteranos del conflicto de EE UU, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y sus familias.

Sentado en un banco en su modesta vivienda en las afueras de Thanh Hoa -una población de 200.000 almas, 200 kilómetros al sur de Hanoi-, Le Quang, un antiguo campesino, de 54 años, mira hacia el pasado, y, con los ojos inundados de lágrimas, que en ocasiones no logra contener, cuenta su historia. A su lado, su nieta se agita en los brazos de su esposa, que tiene la mirada perdida. Junto a la pared, un pequeño altar con una foto rinde memoria al menor de sus tres hijos, Chung, fallecido hace dos meses, a los 21 años.

«Tras finalizar la guerra en 1975, mi esposa tuvo nuestro primer bebé. Pero lo que nació no era un ser humano. En tres ocasiones, dio a luz seres que eran monstruos, y que murieron inmediatamente. Poco después, nació una niña que parecía normal. En 1982 tuvimos un niño, y en 1985, otro. Pero según se hacían mayores comenzaron a sentir dolores en los huesos. Los médicos diagnosticaron a la chica cáncer y, cuando tenía 15 años, le tuvieron que amputar una pierna», dice. Lo mismo le ocurrió al menor, mientras el segundo apenas puede caminar y tiene que utilizar muletas. «Luego, mi hija se casó y tuvo una niña», continúa. «Pero cuando los médicos descubrieron que ésta tenía espina bífida a causa del agente naranja, su marido las abandonó».

La pequeña, Le Thi Lan Anh, de 6 años, es una de los muchos niños que, cuatro décadas después de que el Ejército de EE UU rociara Vietnam con el defoliante, siguen naciendo con daños en el cerebro, caderas incompletas y otras deformidades. Pero Washington insiste en que no hay pruebas científicas suficientes que demuestren que las dioxinas son la causa.

Según la Academia Nacional de Ciencias de EE UU, hasta 4,8 millones de personas pudieron resultar expuestas al herbicida. «Médicos vietnamitas han concluido que la dioxina es la causante de diferentes enfermedades, y produce cambios en los genes y los cromosomas de la gente expuesta, sus hijos y sus nietos. Estimamos que hay al menos un millón de víctimas», afirma el doctor Le Ke Son, responsable del Gobierno de Vietnam para los temas relacionados con el agente naranja.

Entre 1961 y 1971, las fuerzas estadounidenses arrojaron alrededor de 80 millones de litros de herbicidas sobre las junglas y plantaciones, principalmente en Vietnam, pero también en Laos y Camboya. Un total de 15 productos químicos fueron ensayados o utilizados. Los principales fueron los «herbicidas del arco iris», llamados así por el color de las marcas de identificación en los barriles. Entre ellos, el agente naranja fue el más empleado debido a su efectividad para convertir los bosques en mares de esqueletos de troncos y ramas. Era pulverizado desde aviones, helicópteros, camiones y lanchas, pero también a mano en los alrededores de las propias bases aéreas. Sólo en Vietnam fueron rociados 24.000 kilómetros cuadrados con químicos. Cuando el líquido llovía del cielo, los soldados y la población utilizaban trapos impregnados con orina para protegerse la boca y la nariz.

«No sé de ninguna guerra que haya dejado una cicatriz como la guerra de Vietnam, una cicatriz que puedes ver en el cuerpo de mucha gente», asegura Nguyen Minh Y, de la Asociación de Víctimas del Agente Naranja de Vietnam.

Tres zonas del país son consideradas aún hoy altamente contaminadas : los alrededores de las antiguas bases aéreas de Da Nang, Phu Cat y Bien Hoa, en cuyas instalaciones eran almacenados los químicos. Los terrenos y estanques colindantes tienen un alto contenido de dioxina. Un estudio realizado en Bien Hoa con la colaboración de científicos canadienses ha detectado en el suelo niveles varios centenares de veces superiores a los aceptables en otros países.

Miles de niños con problemas han nacido de padres que no se vieron expuestos al herbicida durante la guerra, pero que, según los expertos, pueden haber consumido alimentos contaminados. Aunque las autoridades advierten a quienes viven cerca de estas zonas que no beban el agua, coman el pescado o cultiven frutas o vegetales, alguna gente sigue sin estar al tanto del peligro.

Las víctimas pertenecen normalmente a las familias más pobres. Incapaces de hacerse cargo de estos niños, muchas los abandonan en un país en el que los defectos de nacimiento son considerados un castigo por los males cometidos por algún ancestro. Acaban en los llamados Poblados de la Paz, que son financiados por el Gobierno y países como Alemania. Existen 11, que acogen a unos 1.000 chicos, pero tratan a muchos más. En ellos reciben educación, cuidados médicos y rehabilitación. Pero, según asegura Nguyen Thi Thanh Phuong, directora del centro de Hanoi, establecido en 1998 en un antiguo cuartel de paredes desconchadas, carecen de fondos suficientes. El PIB per cápita de Vietnam fue de 610 dólares (460 euros) en 2005, menos de la mitad que el de China (1.416 dólares).

El Poblado de la Paz adjunto al hospital de obstetricia Tu Du, en Ciudad Ho Chi Minh (antigua Saigón), es el principal. Alberga a 60 chavales con graves malformaciones. En una de las habitaciones, dormita una niña de 11 años de cabeza mucho más ancha que los hombros ; otra, con todo el cuerpo cubierto de escamas negras, da patadas al aire atada en una cama ; más allá, una criatura de cuatro años, sin ojos, agita las manos delante de la piel que cubre el lugar que debían ocupar los párpados.

«La mayoría de los niños que están aquí no tiene familia», explica Nguyen Thi Phuong Tan, la directora. «Cuando las mujeres vienen a dar a luz, les hacemos ultrasonidos, pero esto no es posible en los pueblos. Y para la gente es inasequible hacerse una prueba de ADN antes de tener un niño, ya que cuesta 2.000 dólares».

En otra de las habitaciones, Nguyen Viet, de 25 años, que carece de capacidad cognitiva, agita la cabeza sobre una almohada mientras emite sonidos guturales sujeto por el brazo a la cama. Viet, cuyo cuerpo parece un muñón, fue separado de su hermano siamés Duc -quien trabaja en el centro, en informática- cuando tenían siete años. Cada uno de ellos tiene una pierna, y padecen serias deformaciones óseas. Otros internados -como un niño de cinco años con ojos como pelotas de ping pong, o un chaval sin piernas y dos dedos en forma de pinzas en lugar de manos- corretean por los pasillos, ríen o dan saltos por las camas como cualquier otro niño.

La guerra finalizó el 30 de abril de 1975, cuando los comunistas del Norte tomaron Saigón y unificaron el país. Hanoi y Washington restablecieron relaciones diplomáticas en 1995, y están intentando cimentar sus relaciones, gracias a la intensificación de los intercambios económicos.

Estados Unidos ha descartado compensar a las víctimas vietnamitas, aunque se ha mostrado dispuesto a proporcionar asistencia técnica y fondos para limpiar las zonas contaminadas. La organización de veteranos de guerra estadounidenses proporciona expertos, y la Fundación Ford ha financiado estudios medioambientales y sanitarios.

Para el doctor Le Ke Son, no es suficiente. «EE UU debe cooperar de una forma más estrecha», afirma. Le Ke Son asegura que el Gobierno da una pensión media de unos 18 dólares al mes a un total de 209.000 víctimas, lo que representa más de 40 millones de dólares al año. Una cifra que médicos y víctimas consideran insuficiente.

Los afectados exigen a Washington que reconozca su responsabilidad y una compensación clara. En 1984, los veteranos estadounidenses lograron 180 millones de dólares de las compañías fabricantes del agente naranja, como Monsanto y Dow Chemical. Antiguos soldados de Australia, Canadá y Nueva Zelanda llegaron a un acuerdo extrajudicial ese mismo año. Y en enero pasado, el Tribunal de Apelaciones de Corea del Sur ordenó a Monsanto y Dow pagar 62 millones de dólares a 6.800 veteranos del país.

En 2004, la asociación de víctimas vietnamitas presentó una demanda contra los fabricantes en un tribunal de Nueva York, pero fue rechazada. El Gobierno estadounidense no está incluido en la demanda ya que esgrime inmunidad soberana. En septiembre de 2005, la asociación apeló. La decisión judicial está pendiente.

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Fuente: JOSE REINOSO / EL PAIS