Artículo de opinión de Maura Rodrigo y Joseba Santesteban en representación de CGT/LKN Nafarroa

Mirar hacia otro lado, actitud muy humana cuando tenemos delante un problema que no sabemos cómo abordar, como si aquello que no vemos, no existiera. Solo que la realidad es tozuda, se impone, y tarde o temprano, aquello que obviamos creyendo que así no nos afectará, termina por complicarnos y someternos; hay otra opción: afrontar el problema, analizar y buscar soluciones. No nos engañemos, la pasividad es en sí misma toda una decisión, el no actuar es un modo de acción, que asume aquello que de manera impositiva ha sido diseñado por las élites.

Mirar hacia otro lado, actitud muy humana cuando tenemos delante un problema que no sabemos cómo abordar, como si aquello que no vemos, no existiera. Solo que la realidad es tozuda, se impone, y tarde o temprano, aquello que obviamos creyendo que así no nos afectará, termina por complicarnos y someternos; hay otra opción: afrontar el problema, analizar y buscar soluciones. No nos engañemos, la pasividad es en sí misma toda una decisión, el no actuar es un modo de acción, que asume aquello que de manera impositiva ha sido diseñado por las élites. La inacción no está libre de consecuencias.

La nueva fase de la crisis que venía se acentuará tras la COVID 19: el cambio climático, el crecimiento de las desigualdades, el paro estructural, la pobreza; conceptos todos ellos inherentes al modelo económico y social imperante, nos supera. Ignoramos que este sistema, basado en la desigualdad, no es capaz de sostenerse sin nuestra implicación directa. Somos parte sustancial del mismo. Vivimos en la falsa creencia que no está en nuestras manos revertirlo y conscientemente o no contribuimos al desastre que viene. Abrazamos la falaz tesis del crecimiento como mejora, no de nivel, sino de condiciones de vida hipotecadas en actitudes consumistas: la hipérbole del consumo. Esto, que se resume en la valoración social interesada de “eres lo que tienes”, ilustra el problema al que, mirando a otro lado, no queremos hacer frente, porque pensamos que trabajando por encima mismo de las necesidades de vida, compitiendo en el entorno laboral y social, alcanzaremos esa falsa sociedad elitista que vende tan bien la economía de mercado. Trabajar por encima de las necesidades, para comprar ese vehículo de gran potencia; la casa de la costa; de la montaña; la estancia vacacional en destinos de lujo, que nos hará trabajar más para poder mantenerlo, mientras la vida se escapa entre las largas horas de producción.

“Cuando usted compra algo no lo compra con plata, lo compra con el tiempo de su vida que gastó para tener esa plata”. La frase de Pepe Mújica ilustra sabiamente sobre la necesaria reflexión en torno a la riqueza y calidad del trabajo. La máxima de “el tiempo es oro” la revierte en “el tiempo es vida”, incidiendo en la importancia del tiempo y la administración del mismo sobre las materias de vida verdaderamente importantes, que la dedicación a la producción exacerbada nos limita. Vivir confortablemente, en el siglo XXI, no requiere grandes esfuerzos si tenemos las necesidades básicas cubiertas, y a ello desde nuestra individualidad, el reparto del trabajo, es una contribución decisiva en el valor de lo común. Trabajar es un derecho y no una suerte. Trabajar menos para trabajar todas, garantizando que todas y todos tengamos los ingresos suficientes que nos permitan vivir con dignidad, encender la calefacción si hace frío, capacidad para afrontar los gastos de una vivienda, y comida en la mesa todos los días.

Este tiempo de pandemia ha puesto en valor lo social y la fuerza de lo común. La COVID-19 se muestra como aliada en la denuncia de las políticas liberales y la inutilidad de las inversiones “estratégicas” en grandes infraestructuras, en detrimento de las que están relacionadas con las necesidades básicas de vida. Este tiempo pandémico nos muestra el camino de la sostenibilidad, de la necesidad de repensar el presente si queremos garantizar el futuro. En nuestras manos está. El ser humano no se entiende sin el colectivo, sin el grupo. Esto lo sabían muy bien nuestros antepasados, trabajar en auzolan, apoyarse en momentos de dificultad, han sido las claves para la supervivencia.

Vivimos en ciudades en las que no conocemos a nuestro vecindario, creemos que el mundo empieza y termina en nuestro entorno más inmediato, ignorando que solas y solos no somos nada. Nos necesitamos, necesitamos de nuestro entorno, y este nos necesita. Si en algún lugar está la alternativa, es en el grupo, en la comunidad, en pensarnos y funcionar como colectivo. No podemos permitir que la miseria y la pobreza se instauren en la sociedad, solo así nos sabremos a salvo; y para esto, tenemos que buscar soluciones que nos impliquen a todas y a todos. Evidentemente el Reparto del trabajo, por si solo no es suficiente, pero trabajar menos para trabajar todas, acabar con las horas extras, con el pluriempleo; repartir el trabajo en el hogar, en los cuidados… , es romper con la norma para comenzar a construir una sociedad más justa.

 

 


Fuente: Maura Rodrigo y Joseba Santesteban, CGT/LKN Nafarroa