Mujer. Mayor. Sola. Y pobre

  •  Una de cada tres españolas con más de 65 años vive en la pobreza
    Inocencia vive en una casa sin baño, y se viste con la ropa que le dan las vecinas. El piso sin ascensor donde Josefa pasa las noches en blanco, deseando morir, es de su hija. Las dos han sobrepasado los 80 años y viven solas. Cobran alrededor de 300 euros al mes, la pensión de viudedad de sus maridos. Aunque ellas trabajaron, y mucho, durante años. Una limpiando en bares y casas, la otra cosiendo pantalones. En España, el país de Europa que menos gasta en mayores en comparación con su nivel de envejecimiento, ser mujer, mayor y vivir sola multiplica el riesgo de convertirse en pobre. Una de cada tres españolas mayores de 65 años lo es. Son las más necesitadas de Europa, sólo después de las italianas.
    Mujer. Mayor. Sola. Y pobre

  •  Una de cada tres españolas con más de 65 años vive en la pobreza

    Inocencia vive en una casa sin baño, y se viste con la ropa que le dan las vecinas. El piso sin ascensor donde Josefa pasa las noches en blanco, deseando morir, es de su hija. Las dos han sobrepasado los 80 años y viven solas. Cobran alrededor de 300 euros al mes, la pensión de viudedad de sus maridos. Aunque ellas trabajaron, y mucho, durante años. Una limpiando en bares y casas, la otra cosiendo pantalones. En España, el país de Europa que menos gasta en mayores en comparación con su nivel de envejecimiento, ser mujer, mayor y vivir sola multiplica el riesgo de convertirse en pobre. Una de cada tres españolas mayores de 65 años lo es. Son las más necesitadas de Europa, sólo después de las italianas.

  •  Todo el día me lo paso llorando. Soy una persona inútil.
  •  Lo que tienes, Josefa, es una depresión.

    María, la voluntaria, toma la mano de Josefa, huesuda, transparente, entre las suyas. Y sólo entonces los ojos de la anciana, que tiene 85 años, eluden las lágrimas.

    Josefa lleva cuatro años sola, desde que enviudó, en este piso de Móstoles, una localidad del sur de Madrid. Cosía pantalones en su casa y luego los llevaba al comercio. Pero entonces, dice, no se aseguraba. Así que sus únicos ingresos provienen de la pensión de viudedad : 300 euros.

    Este piso sin ascensor -«está a nombre de mi hija, yo no tengo nada», aclara la mujer- se ha convertido, casi, en una torre inexpugnable. «Desde que me caí, el 26 de diciembre, volviendo de casa de mi hijo, me dá miedo todo. Me duele el pecho. Me duele el estómago. Me mareo y no me atrevo a salir sola».

    Mujer. Mayor. Sola. Estos tres atributos, que Josefa posee, se combinan peligrosamente para producir otro calificativo : pobre. Lo señalaban los autores del informe del Imserso Las personas mayores en España, 2004,

    la gran radiografía de ese sector creciente de la población, un 17%, aquel que ha cumplido 65 años. Más de siete millones de personas, según datos de 2003 : «Ser mayor añade tres puntos a la tasa general de pobreza (desde el 19% hasta el 22%)», decían, «pero ser mujer añade doce (35%) y vivir solo, más de veinte (hasta el 43%)».

    La estadística constata la desigualdad a estas edades en la situación de hombres y mujeres. Ellas viven más (superan en siete años a los hombres en esperanza de vida, 82 frente a 75), luego son más (el 57,8%) y estarán más tiempo solas. Como Josefa, una de cada cuatro españolas mayores vive sin compañía (26,7%), frente a uno de cada 10 hombres. Como ella, cuatro de cada 10 (47%) son viudas, situación que casi se dobla a partir de los 80 años (71%). En cambio, el 64% de los varones están casados a esa edad.

    Cuando se le relata un caso como el de Josefa, la investigadora Lourdes Pérez Ortiz, una de las redactoras del informe del Imserso, y autora también del estudio Envejecer en femenino. Las mujeres mayores en España a comienzos del siglo XXI, asegura que es una situación prototípica : «El problema de las españolas no es que no hayan trabajado fuera de casa, sino que muchas, las que no tienen estudios, se han dedicado a tareas más humildes, con más economía sumergida, así que no pueden acreditar su trabajo. Mayoritariamente perciben pensiones de viudedad, que son menores».

    Según el informe del Imserso, las españolas mayores son las más pobres de la Unión Europea, sólo por detrás de las italianas. Entendiendo por estar bajo el umbral de la pobreza el vivir con menos del 60% de la mediana de los ingresos medios de los hogares. La investigadora Pérez Ortiz ha calculado esta cantidad : «En una estimación aproximada, se puede decir que es pobre alguien que gane menos de 5.177 euros al año». O 369 euros al mes, si se divide por 14 pagas. Treinta y cinco de cada 100 españolas, según el informe del Imserso, están necesitadas. Sólo les superan las italianas (51%).

    El marido de Josefa era viajante y pasaba mucho tiempo de pueblo en pueblo. Ella trabajaba, dentro de casa, al cuidado de tres hijos, y también fuera, pero no cotizó. Así que sólo cobra la pensión de viudedad. Teniendo en cuenta que las pensiones son la principal herramienta de protección de los mayores, las cifras que arroja el informe sobre ellas ofrecen una lista de agravantes. Uno : el 61,9% de las pensiones contributivas de jubilación tienen como beneficiario a un hombre, y el 75,9% de las de viudedad las perciben las mujeres. Dos : la pensión media de una viuda es un 70% de la media de jubilación. Tres : las mujeres son las principales receptoras (84%) de las pensiones no contributivas, que son de 294 euros al mes. Y, finalmente, un dato que toca a los dos sexos : comparando el gasto en pensiones con el índice de envejecimiento, la situación de España es la peor de todos los países de la Unión Europea.

    Cuando una mujer enviuda, apuntan todos los expertos, se queda, en general, aproximadamente con la mitad de la pensión que recibía su marido. Y los gastos de la casa no se reducen a la mitad

    . Pero Josefa no se queja y eso que su pensión (300 euros) ni se acerca al salario mínimo, que es de 512 euros. Dice que una hija que vive en el extranjero le manda maletas enteras llenas de ropa. Sufre más por estar así, siempre sentada en el sofá, frente a una pequeña estufa. Los días se hacen largos. Prepara la comida, apaña la cama, a cuyo costado ha puesto el artilugio de la teleasistencia (es una de las 148.000 personas -3,14% de los mayores- que la reciben) y después, sólo queda esperar hasta las ocho y media de la tarde, hora en la que se acuesta. «Pero las pastillas no me hacen efecto y yo me desespero».

    Sólo hay un día distinto. El viernes. Cuando María viene a verla, durante una hora, y la lleva a pasear por el barrio. María es una mujer determinada, que ha sobrepasado los 70 años, luce el pelo cardado y un chaleco de Cruz Roja. Enviudar de su segundo marido la empujó a hacerse voluntaria. «Yo creo que he sufrido tanto, que he llorado y luchado tanto», dice María, «que tengo el corazón como una piedra. Por eso puedo trabajar con los ancianos».

    «De ella todo es bueno. Ojalá tuviera más días». Sólo cuando Josefa mira a María le bailan los ojos. «Con la gente me animo. Yo sólo quiero irme a una residencia, ¿usted cree que me la darán ?».

    Generalmente, las mujeres viudas se quedan en su casa, «además de por el apego, es que está muy mal visto socialmente acudir a una residencia», dice Pérez Ortiz. Otro investigador, Antonio Abellán, del CSIC, advierte que una mujer mayor, pobre y sola asume, encima, más riesgo de padecer discapacidad : «Por un lado, poseen poca educación y se casaron con hombres cuyo nivel económico era también bajo». La combinación de escasos recursos y pobre instrucción favorece las conductas poco saludables, que se suman al riesgo de discapacidad que ya tienen las mujeres por el mero hecho de serlo : sufren más fracturas, por ejemplo, ocasionadas por la osteoporosis, o tienen más posibilidades de padecer enfermedades crónicas. «Sí, las mujeres viven más, pero a costa de sufrir más dependencia», advierte el presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, Isidoro Rupérez.

    La discapacidad ya aparece en el horizonte : Josefa tiene miedo, que es por donde empiezan los problemas : miedo a salir, a caerse, -«algo que cuentan todas», dice Abellán-, por lo que no puede hacer los recados, o relacionarse. «Y si no salen, y no se mueven, y no se relacionan, son candidatas a caer en la discapacidad», añade.

    «Es curioso», prosigue la investigadora Pérez Ortiz, «no se quejan de lo poco que tienen, porque han llevado una vida muy dura, llena de cargas, y viven a veces la vejez como una liberación».

    Inocencia tampoco lo se queja, más que de no poder salir a darle 25 vueltas al polideportivo del barrio todas las mañanas, porque de unos meses a esta parte le entran mareos. A sus 81 años, se sienta muy erguida en el sofá. «La ropa me la dan los vecinos, y mire usted, voy tan limpita». La fachada de la casita donde vive, en Fuencarral, un pueblo anexo a Madrid que ha sido absorbido por la ciudad, tiene apenas tres metros de ancho. En el dormitorio, sin ventana, cabe poco más que la cama. El piso superior está clausurado, después de que uno de sus hijos muriera, arrasado por la droga. Un angosto ventanuco que da sobre la calle es la única ventilación de su retrete. «No tengo baño, pero me apaño bien. Esta mañana me he lavado primero la cabeza, que mire lo limpio que llevo el pelo, y luego por partes».

    Inocencia se lamenta poco. Y debe ser porque, casi una cría, recorría Madrid acarreando fardos de 60 kilos de leña. O porque tuvo nueve hijos y perdió a cuatro. O porque su marido, al que mató un coche hace 14 años, se bebía su sueldo de solador. «Sólo venía a hacerme hijos», dice de él. O porque fregó tantos bares que ya casi ni se acuerda.

    Así que el colesterol, el azúcar, el ojo perdido, el único radiador que calienta su casa, no parecen apenarle mucho. Una hija le lava la ropa y le trae la comida. Tiene teleasistencia y dos días a la semana acude a una iglesia evangélica, donde le dan un paquete de alimentos. «Gano 60.000 pesetas y hasta puedo ir pagándome el entierro», dice. ¿Y vender su casa para ir a un lugar más cómodo ? «No, eso no», dice, «pero me gustaría que me la arreglaran». «A veces no quieren perder el poco patrimonio que tienen para que los hijos puedan heredar algo», explica Pérez Ortiz. «Incluso algunas habitan en casas enormes que no pueden sostener. Viven como pobres ricos».

    Inocencia se marea, pero sigue saliendo todos los días. «Arrimadita a la acera, por si me caigo». Pero Josefa, no. Sobre todo llora.

  •  Tengo el corazón bien, qué lastima- insiste la mujer.
  •  No digas eso-, le responde María- que no se puede pedir la muerte, por si te hacen caso.

    Y no le suelta la mano.


    Fuente: ANA ALFAGEME / EL PAIS