Cuando se habla de personal interino, dependiendo del contexto donde se utilice el concepto, suscita respuestas muy contradictorias. Si nos situamos en determinados ámbitos de las administraciones municipales y dependiendo, aunque no siempre, de sus dimensiones, la figura del “enchufismo”, oscurece cualquier buena virtud que este personal tenga o que haya demostrado con su pulcra actuación profesional. En otros contextos administrativos, donde ha imperado la justicia, la aplicación de los criterios de publicidad, mérito y capacidad, han conjurado la tentación de enchufar a los “míos” y el servicio público se ha beneficiado de la incorporación de personas para desempeñar puestos de trabajo de forma eventual. En muchos establecimientos las personas interinas han encontrado un puesto de trabajo que, aunque eventual, gozaba de cierta estabilidad, desempeñando durante bastantes años el mismo.

En este punto es preciso arremeter contra aquellos políticos que han permitido, mediante la dejadez o incluso esgrimiendo el florete de la “oportunidad política”, el que numerosísimos puestos de trabajo de la función pública, en todos los territorios del Estado, se hayan sustraído a las legalmente establecidas ofertas de empleo público.

En este punto es preciso arremeter contra aquellos políticos que han permitido, mediante la dejadez o incluso esgrimiendo el florete de la “oportunidad política”, el que numerosísimos puestos de trabajo de la función pública, en todos los territorios del Estado, se hayan sustraído a las legalmente establecidas ofertas de empleo público. Maquillaje en los presupuestos, reformas pendientes de acometer, fusiones, supresiones, integraciones por hacer y nunca realizadas, han ido confeccionando un enmarañado mapa de puestos de trabajo no creados, pero en funcionamiento y claro está ocupado por personal eventual. Por ello cuando en los procesos de selección de personal, en las oposiciones, y considerando lo comentado anteriormente, se levantan voces airadas contra la experiencia profesional, alcanzada por este personal eventual en los baremos de puntuación, podrían llevar alguna razón. Sobre todo si cuando aquellos eventuales entraron a trabajar “a dedo”.

Pero mire Vd. por donde, para uno que entró, por esta puerta falsa, injusta, e inmoral (que abrió un político, no se nos olvide), decenas de miles tuvieron que acudir a convocatorias de bolsas de trabajo que fueron públicamente anunciadas, y que se constituían mediante los requisitos exigidos por ley en función de meritos y capacidades. A estas personas interinas ¿Qué pega se les puede poner? ¡Ninguna!. Es más, la mera existencia de esta conformación de bolsas haría innecesaria la convocatoria de empleo público. Porque ¿No es eso mismo la convocatoria de bolsas de empleo? Falta a estas segundas lo que se denomina una Oposición. Es decir la posibilidad de que entre las personas afectadas puedan oponerse unas a otras, mediante la demostración de que se acuerdan mejor de unas respuestas a unas preguntas concretas. Concepto este de la oposición decimonónico y que sólo tendría sentido cuando de carencia de otros elementos de juicio sobre la preparación y competencia profesional se tuviera. En el caso de las personas interinas que llevan años y años, décadas inclusive, realizando con eficiencia y de manera exitosa sus tareas ¿tiene algún sentido que se opongan a quienes no han podido tenerla?

Hay que añadir a estas reflexiones el componente de la inestabilidad de los destinos. Porque si es preciso reconocer el buen trabajo desarrollado por quienes interinamente han desempeñado un puesto de trabajo durante años en un destino determinado, debemos un reconocimiento muy especial a aquellas personas que además de llevar años trabajando interinamente lo hacen cada año en un destino diferente y separado por centenares de kilómetros de sus domicilios habituales. En Educación, especialmente en la docencia, decenas de miles de personas cada año obtienen interinamente puestos de trabajo en localidades e incluso provincias diferentes. Esta situación penosa donde las haya, agónica para muchas familias que ven separarse necesariamente a sus miembros es inhumana. Sobre todo cuando es posible evitarla y no se hace. Quienes gestionan el personal de las administraciones públicas no tienen la empatía necesaria para compadecerse de esta condena, que afecta a tantas personas, y que, con ligeras modificaciones en las políticas de contratación de nuevo personal y movilidad del personal estable, tendrían una solución digna para quienes trabajan eventualmente en puestos de trabajo de por si eventuales. Temporeros de nuestros días, braceros a jornal fijo, emigrantes de finca en finca, que entre lo que se gastan y reciben apenas les queda algo para sus familias. Encima pídasele un compromiso, no ya profesional, sino incluso personal, con el proyecto educativo de un centro escolar, en el que con suerte podrán trabajar algunos meses, para luego ser destinados a otro y después a otro…. En un camino que no lleva a ninguna parte.

Muchas miles de personas están en esta situación y a ellos hay que reconocerles su trabajo docente, añadiendo a este reconocimiento que ha sido ejercido en duras condiciones laborales y personales. Reconocer a sus familias la paciencia infinita y el apoyo que les prestan, para que el día a día de su magisterio sea fecundo. Reconocerles que aceptar estas condiciones laborales les priva de una vida familiar a la que también tiene derecho. Se suman a las infinitas huestes de trabajadoras y trabajadores que para poder llevar un jornal a sus familias tienen que sacrificar la convivencia diaria con ellas. ¿Quién podrá restituir tamaño esfuerzo y sacrifico? Comencemos dando soluciones porque SI ES POSIBLE.

Rafael Fenoy Rico Comunicación CGT Enseñanza

 


Fuente: Rafael Fenoy Rico