Por Ángel Luis Lara - Desinformémonos.- Reflexiones y trazos de relato en torno a la ocupación del Wall Street, útiles para comprender la evidente disimetría entre lo imaginado, lo esperado y lo ocurrido.

Nueva York. “El 17 de septiembre queremos ver 20 mil personas inundando el sur de Manhattan, montando tiendas de campaña, instalando cocinas, levantando pacíficas barricadas y ocupando Wall Street”. 

De esta guisa el colectivo
canadiense de jammers culturales Adbusters lanzaba el
pasado mes de julio un llamamiento a ocupar el polo simbólico
fundamental del (des)orden capitalista. Ni más ni menos. Un mensaje que
atravesó las redes sociales rápidamente y que se replicó por el
hiperespacio a la velocidad de la indignación y del radical deseo de
cambio que prolifera por el planeta.

De esta guisa el colectivo
canadiense de jammers culturales Adbusters lanzaba el
pasado mes de julio un llamamiento a ocupar el polo simbólico
fundamental del (des)orden capitalista. Ni más ni menos. Un mensaje que
atravesó las redes sociales rápidamente y que se replicó por el
hiperespacio a la velocidad de la indignación y del radical deseo de
cambio que prolifera por el planeta. Desde entonces, dos órdenes
desiguales han ido vertebrando el flujo de comunicación y de emociones
en torno al desafío: por un lado, Internet; por otro lado, el aterrizaje
de la convocatoria en la ciudad de Nueva York con la configuración de
una Asamblea General encargada de la logística de la
movilización y la materialidad tangible de la misma. Ambos órdenes han
convivido en paralelo desde realidades a años luz la una de la otra.
Mientras el hiperespacio ha sido un amplificador interminable de la
propuesta, con un impacto reseñable en las redes sociales más
importantes y con una numerosa población flotante de internautas
siguiendo su estela, el desarrollo de la Asamblea General ha
generado una influencia verdaderamente escasa en la gran manzana. Si el
reseñable movimiento en Internet ha construido un notable impacto
virtual y ha tejido puentes con el 15M y los movimientos de cambio en el
Mediterráneo, el aterrizaje material de la iniciativa en la ciudad de
Nueva York se ha movido en lógicas y parámetros ciertamente alejados de
las rupturas y de los elementos de innovación política que dichos
movimientos han puesto sobre la mesa del siglo en curso.

El pasado sábado por fin
fue 17 de septiembre. A lo largo del día, cerca de dos mil personas
participaron del intento de ocupación de Wall Street y doscientas de
ellas acamparon en el corazón del epicentro financiero del mundo. Con
ellas parece que también han acampado los límites de la forma de la
convocatoria y de su aterrizaje material en la gran manzana. Tanto
cuantitativa como cualitativamente el balance de la jornada parece no
responder al revuelo generado en Internet y a las expectativas que la
convocatoria había despertado en medio mundo. Lo que sigue son algunas
reflexiones y trazos de relato en torno a la experiencia, absolutamente
parciales e incompletos, pero quizá útiles para comprender la suerte de
la convocatoria y la evidente disimetría entre lo imaginado, lo esperado
y lo ocurrido.

The Old Blade Runner

La convocatoria de Adbusters
dio lugar a la celebración de un acto público en el corazón del
distrito financiero neoyorquino el pasado 2 de agosto. Allí convergieron
dos mundos y dos tiempos históricos. Por un lado, grupos tradicionales
de izquierda, con una elevada media de edad, portadores de un nivel
reseñable de desfase propositivo y de un léxico ciertamente
antediluviano (proletarios-de-todos-los-países-uníos-!). Por otro lado, un grupo plural de gentes convocados por la acumulada solvencia creativa de Adbusters,
al mismo tiempo que profundamente afectados por los multitudinarios
movimientos democráticos desatados en el Mediterráneo, de la plaza de
Tahrir de El Cairo a la Puerta del Sol de Madrid. Entre los dos mundos y
los dos tiempos, unas escasas doscientas personas.

Desde lo cuantitativo, el primer capítulo de la convocatoria de Adbusters no
parecía traducirse en una potencia capaz de afrontar el tamaño del
desafío propuesto por el colectivo canadiense. Desde lo cualitativo, los
significantes más marcianos y los delirios más disparatados tampoco
auguraban nada bueno. Ante paisaje tan desolador hubo quien huyó sin
dejar rastro, como algunos activistas de la guerrilla de los Yes Men,
seguramente los más sensatos. Otros, sin embargo, permanecimos allí
sujetos a una extraña inercia, tal vez explicable a partir del potente
universo empático que la ola de revueltas mediterráneas ha inseminado en
el presente. En medio del distrito financiero neoyorquino, entre la
mirada curiosa de los turistas y la mofa abierta de los agentes de
policía que custodiaban tamaña reunión de aparentes lunáticos, iniciamos
una asamblea ante la disolución irremediable y progresiva del mundo del
pleistoceno. Apenas cien personas y nada nuevo bajo el cielo. Un grupo
cuya composición no difería notablemente de los perfiles encontrados en
el viaje de Seattle a Génova en una vida anterior: estudiantes,
activistas, profesores de universidad y maestros de escuela, hackers, skaters, videocreadores, trabajadores de oficina, homeless, antropólogos irredentos (incluido el afamado y díscolo David Graeber), bloggers, jammers, investigadores y becarios, músicos, guionistas de la Writers Guild of América
y un simpático veterano de la guerra del Vietnam. En fin, quizá un
cúmulo de capacidades y de destrezas susceptible de devenir sinergia
capaz de dinamizar el proceso organizativo y comunicativo hasta la
pretendida ocupación de Wall Street un mes y medio más tarde. También un
océano de incertidumbre, de límites, de ambivalencia. Todo y nada, pero
un todo quizá posible. Fundamentalmente, por el viento que la
convocatoria comenzaba a levantar en Internet. También por la constante
obsesión por la transparencia y por el devenir democrático del proceso
que dejaban ver muchas de las intervenciones en la improvisada asamblea
callejera. Definitivamente, por la determinación, implícita en gestos y
discursos, de practicar una ruptura con las maneras tradicionales de la
política y con el orden instituido, a izquierda y a derecha. Esa fue mi
impresión entonces, animado por el espacio inaugurado por esa reunión,
dotado de un carácter liso y ampliamente participable, imbuido de la
determinación y el deseo contagioso de sus habitantes.

Sin embargo, esa tarde
de agosto, sentado en el suelo del distrito financiero de Nueva York y
rodeado de una representación disparatada de la fauna y flora del
cognitariado de la gran manzana, recordé una sencuencia de Blade Runner en la que Batty le dice a Deckar: “Te necesito, tío. Necesito al viejo blade runner,
necesito tu magia”. El problema era que si había algo que intuía no
íbamos a necesitar en el viaje que recién comenzaba eran los
replicantes. Tampoco los policías, aunque esos seguro iban a estar y no
dependían de nosotros. Entonces, ni pensar en ellos. Mejor concentrarnos
en los replicantes.

De lo liso a lo estriado

El aparente espacio liso
abierto en las calles del distrito financiero el 2 de agosto, apelando
abiertamente a la pluralidad y a las diferencias, pronto se fue
estriando en su aterrizaje y en su continuidad organizativa,
fundamentalmente porque el perfil activista enseguida fue adquiriendo
centralidad y protagonismo entre la población de las asambleas. Ya se
sabe que al activista le ocurre igual que a la ciencia sedentaria, que
sólo es capaz de moverse en un campo de iteración o de recursión
infinita de un esquema adquirido. El activista tout court, como
el científico sedentario que tan bien describiera Jesús Ibáñez, se
muestra generalmente incapaz de escapar a la reproducción de su archivo
de lo ya inventado: en su relación con los procesos y los espacios
sociales suele mostrarse como un verdadero replicante. A partir de esa
premisa, muy pronto las asambleas se convirtieron, entre otras cosas, en
espacios de agregación y de choque entre activistas. Un ecosistema
propicio para la proliferación y la reproducción de los tics, las
lógicas, las discusiones y los discursos propios del activismo más
recalcitrante.

A ello seguramente contribuyeron decisiva y activamente los propios Adbusters
y la iconografía con la que vistieron su llamamiento a ocupar Wall
Street: la imagen central de la convocatoria mostraba una bailarina
haciendo equilibrios sobre el Charging Bull, el enorme toro de
bronce que preside el distrito financiero neoyorquino. Hasta ahí todo
bien. El problema era que detrás de la inocente danzarina se veía una
columna de activistas enmascarados cubiertos por una nube de gas
lacrimógeno, en una clásica postal que recreaba los imaginarios
tradicionales del enfrentamiento con la policía y del activismo más
desatado. La cita de Raimundo Viejo que acompañaba el texto de la
convocatoria probablemente tampoco ayudaba: “El movimiento
antiglobalización fue el primer paso en el camino”, imponiéndole un
origen y generándole unilateralmente una memoria a la iniciativa. De
igual manera, el hecho de que el encabezamiento de los mensajes de los Adbusters
circunscribiera declaradamente el campo de sus receptores, dirigiendo
su llamamiento única y explícitamente a los “rebeldes, radicales y
soñadores utópicos”, tampoco resultaba de ayuda. Por no hablar de la
foto de un joven encapuchado subido a una marquesina con la que
ilustraron uno de los mensajes de su masiva newsletter,
insistiendo en un universo inconográfico y simbólico restringido y
excluyente. Pura iteración, puros replicantes. Glups. El viejo Batty was
back.

Tanto es así que, pese a
la constante referencia al 15M madrileño y al deseo declarado de
explorar la novedad, elementos que se explicitaban en no pocas
intervenciones en las asambleas, el proceso material de organización en
torno a la idea de ocupar Wall Street pronto se estrió en exceso, hasta
devenir un espacio atrapado en gestos y discusiones que subrayaban su
compromiso con lo ya vivido, en detrimento de un interés por los
relevantes elementos de innovación creativa y de nueva política que el
movimiento 15M ha puesto sobre la mesa. Ese compromiso con lo conocido
del activismo clásico tout court se expresa sintéticamente en
dos coordenadas que quizá resulten útiles para construir la imagen de la
distancia entre lo activado hasta ahora en Nueva York y las lógicas más
potentes que emanan de los mil y un relatos de lo experimentado durante
los primeros pasos del movimiento en España.

La primera de esas
coordenadas es una obsesión enfermiza por la identidad: las preguntas
que orientaban y conducían de manera latente los primeras discusiones en
las asambleas en Nueva York eran fundamentalmente qué somos y quiénes somos.
De manera recurrente, esos interrogantes connotaban y orientaban los
debates, en una tensión en la que algunos activistas apelaban
constantemente a la necesidad de que el espacio conversacional y
organizativo abierto en torno al proyecto de ocupar Wall Street se
definiera (“¡¿Somos o no somos anticapitalistas?!”). Si uno
tuviera que colocar esta coordenada en un mapa, seguro sería en el
epicentro de las antípodas del 15M, un movimiento que ha inaugurado la
posibilidad de una práctica política multitudinaria eminentemente
post-identitaria, una especie de no ser en común que, lejos de uniformar
y reducir las diferencias, convoca a las singularidades en cuanto tales
y permite arrancar el ser de las garras de los significantes y las
representaciones, hasta el punto de hacer del anonimato su clave de
sentido más importante.

La segunda coordenada de
la distancia entre lo activado hasta ahora en Nueva York y la
racionalidad emanada del 15M se deriva de la primera. Cuando la creación
de un espacio está condicionada por una pretensión constante a su
delimitación, ese espacio se acaba definiendo inevitablemente a partir
de la configuración de sus márgenes y de sus fronteras: nosotros y lo que está afuera o, en el argot del activismo clásico, el grotesco nosotros y la gente normal
(“the regular people” o “the people out there”, tan escuchado en
algunas intervenciones). Esa geografía de la composición y de la acción
colectivas, anclada en el binomio adentro-afuera, vuelve a
colocar a Nueva York en las antípodas de la Puerta del Sol: es posible
que el 15M sólo resulte verdaderamente aprehensible desde la potencia
incluyente que ha determinado su capacidad, a veces intermitente, para
componer un nos-otros tan masivo y tan complejo que el único
significante que se ha encontrado para nombrarlo es un estado de ánimo,
común e ilimitado, en el que cada cual puede colocar y compartir sus
razones particulares: indignados. Incluso durante el repliegue a
la izquierda y a las trincheras de lo trillado por parte de las
reducidas huestes estivales del movimiento 15M durante la faraónica
visita de Benedicto XVI a Madrid, surgió una iniciativa de encuentro y
reconocimiento mutuo con los peregrinos católicos que visitaban la
ciudad: el hashtag #JMJ15M abrió en Twitter una conversación muy participada y dio lugar a una asamblea común en una plaza.

Las reseñadas
coordenadas en el mapa de Nueva York no sólo explican la distancia que
separa a la gran manzana de Madrid, sino que sirven para subrayar la
potencia y la importancia de la racionalidad y de la lógica que muchas
de las prácticas del 15M han puesto sobre la mesa de la política y de la
sociedad. Al mismo tiempo, ambas coordenadas explican seguramente parte
del escaso eco que la convocatoria para ocupar Wall Street ha
encontrado entre los neoyorquinos, así como que muchos de los que nos
sumamos a sus asambleas iniciales fuéramos perdiendo fuelle y presencia
con el paso de las semanas.

Límites antropológicos: entre culturas, disposiciones psicológicas y estados de ánimo made in USA

Desde el comienzo de mi
vivencia del proceso abierto en torno a la idea de ocupar Wall Street y
dar el pistoletazo de salida a una esfera de acción política en la onda
del 15M y de los movimientos en el Mediterráneo, ha habido dos elementos
que me han llamado la atención sobremanera. El primero ha sido la
notable presencia de españoles habitantes de la gran manzana en las
asambleas, algunos instalados en la escucha y otros empeñados
activamente en contribuir con toda la modestia del mundo a la apertura
del proceso a parámetros no identitarios ni trillados, lamentablemente,
con una escasa suerte en su propósito. El segundo elemento que me ha
llamado la atención ha sido la existencia de un campo magnético
permanente, del tipo de la cúpula que impedía la fuga de Logan
en la película de Michael Anderson, que condicionaba las conversaciones y
los modos de estar en las asambleas: un estado mental colectivo
ciertamente inquietante que en numerosas ocasiones se movía entre el miedo y la paranoia. Desde el clásico rechazo del activista tout court
a ser filmado y fotografiado, aunque esté participando de una reunión
absolutamente pública en una concurrida plaza céntrica de Manhattan y
formando parte de una corriente general de acción colectiva que prima la
proliferación y la circulación de imágenes de sí a través de Internet, a
la policía como vector perenne de sentido en el tejido de estrategias y
planes en la actitud de algunos de los participantes en las asambleas (¡En esa plaza no, que los cerdos nos pueden rodear y detener a todos! o ¡Cuidado con lo que decimos porque seguro que estamos infiltrados por la policía!).
Ese estado mental entre el miedo y la paranoia, tan generalizado en una
parte significativa de la población estadounidense, tuvo durante las
asambleas previas al 17 de septiembre manifestaciones ciertamente
virulentas que se plasmaron en algún que otro comportamiento que no sólo
lindaba con lo patológico, sino que condicionaba y lastraba
constantemente el funcionamiento y la evolución de las conversaciones y
de las discusiones en las asambleas, logrando determinarlas en no pocas
ocasiones y sujetando el proceso a un estado de ánimo en el que,
inevitablemente, primaban las pasiones tristes, lo que componía un campo
magnético alejado de la alegría y de la ilusión, poco capacitado para
la seducción y generador de una natural fuerza centrífuga que expulsaba a
la gente más que atraerla.

Junto a este campo
interno de gravedad, ha existido además un campo energético externo que
puede aclararnos la evidente diferencia entre el impacto social del 15M
en España y el escaso eco que la convocatoria #OccupyWallStreet
ha tenido entre los neoyorquinos. Para entender de qué estoy hablando
me pondré insoportablemente aburrido e irremediablemente pesado,
proponiendo brevemente un marco abstracto en el que situar nuestro punto
de vista.

Ese marco propone una
manera posible de pensar el presente que habitamos, entendiéndolo como
el espacio-tiempo de la culminación neoliberal de un violentísimo
proceso integral de reconfiguración de los poderes tal como los definió Michel Foucault: poder soberano (hoy ya no gobiernan los gobiernos, sino las instancias económicas transnacionales y las agencias de calificación tipo Moody’s: Democracy is dead), poder disciplinario (el viejo orden industrial y su regulación a través de la relación salarial tradicional se disuelven irremediablemente: Welcome Knowledge Capitalism) y poder biopolítico (la precariedad se constituye en forma de vida y condición universal por obra y gracia del secuestro financiero de la moneda: Bye Bye Welfare).
Mundialización, sociedad postindustrial y capitalización de los
derechos y las prestaciones sociales es una triada con la que resulta
posible el abordaje del sentido de la coyuntura histórica presente. La
tercera de las coordenadas de esa triada, la constitución biopolítica de
un régimen generalizado de precariedad en el que los derechos sociales
se capitalizan, al mismo tiempo que se impone su conversión definitiva
en deuda colectiva (deuda pública) y en deuda e inversión individuales
(créditos y seguros privados), es la que está provocado en países como
España un estado general de shock en el que la gente asiste,
entre la indignación y la incredulidad, al cambio radical de paradigma
que significa el desmantelamiento del Welfare. Desde este punto
de vista, es muy probable que el carácter multitudinario del 15M y su
conexión con amplios sectores de la población haya encontrado su caldo
de cultivo precisamente en los efectos anímicos y en los profundos
malestareas generados por el carácter extremadamente virulento de dicho
cambio de paradigma.

En Estados Unidos, sin
embargo, las cosas son muy diferentes. Y, lo que es más importante, el
llamamiento a ocupar Wall Street lanzado por los Adbusters ha
encontrado un estado de ánimo y una predisposición entre los
estadounidenses completamente divergente respecto a la de los españoles.
Para los neoyorquinos, como para el resto de sus compatriotas, los
efectos de la intensificación de la ofensiva neoliberal no constituyen shock ni cambio radical de condición alguna: hace más de treinta años que el Welfare
es historia en el país de las barras y las estrellas, más de tres
décadas de intervención y de reconfiguración biopolítica a través de un
proceso de capitalización absoluta de los derechos y de las prestaciones
sociales ya culminado hace tiempo. Desde este punto de vista, el estado
de ánimo generalizado en Estados Unidos tiene más que ver con la abulia
y con la apatía que con la indignación: la aguda desafección de Bartleby,
el enigmático copista de Wall Street creado por Melville, constituye la
piel de gran parte de la población estadounidense. Al parecer, la otra
parte ha optado decididamente por inmolarse junto al Tea Party.
Dios. Que el Reverendo Billy y la Iglesia del Earthalujah nos pille
confesados. Sin embargo, ¿significa eso que no hay nada qué hacer y que
ya todo está perdido? Seguramente no. Tal vez quiera decir que un
llamamiento a los “rebeldes, radicales y soñadores utópicos” de Estados
Unidos para ocupar ni más ni menos que Wall Street, quizá no haya sido
la mejor manera de conectar con el estado de ánimo generalizado ni de
comenzar a andar el camino. De la abulia a la indignación no sólo hay un
océano, también hay un mundo.

Izquierda y lógica patrimonialista: ¿y tú de quién eres?

Las cifras de
participación en la movilización en Wall Street el sábado contrastan con
la cantidad de gente que el pasado 12 de mayo se movilizó en el
distrito financiero neoyorquino contra la política municipal de recortes
sociales del alcalde Bloomberg y contra el secuestro de la política por
Wall Street: entonces se manifestaron más de veintemil neoyorquinos y
neoyorquinas provenientes de prácticamente todos los rincones de la
ciudad, mientras que #OccupyWallStreet apenas ha conseguido juntar a
unos cuantos cientos de personas. Pero, todavía más importante, la
cualidad de la gente que ha movilizado la convocatoria de Adbusters
también es diametralmente diferente a la diversidad y al carácter
multitudinario de la manifestación del pasado mes de mayo. Si entonces
una marea multiétnica, compuesta por personas de todas las edades, entre
familias de renta baja, migrantes, estudiantes de secundaria y de
universidad, profesores, sindicalistas, abogados, trabajadores sociales y
activistas de organizaciones comunitarias tomó las calles del distrito
funanciero, el perfil de los que nos movilizamos en Wall Street el
sábado pasado se resume básicamente en la proposición jóvenes-universitarios-blancos.
Si a eso le añadimos que una parte significativa de esos jóvenes ha
llegado desde otros puntos de Estados Unidos, entederemos que el impacto
de la iniciativa lanzada por los Adbusters ha sido prácticamente nulo en la ciudad de Nueva York.

Pero, ¿dónde están las
más de veintemil personas que se movilizaron el pasado mes de mayo? ¿Por
qué han decidido no participar en #OccupyWallStreet? Es probable que
muchos de ellos y de ellas ni siquiera se hayan enterado de la
iniciativa. Lo que es seguro es que las organizaciones, los tejidos
sociales y los espacios comunitarios que construyeron la movilización
del pasado mes de mayo no han querido saber nada de la convocatoria. La
desconfianza ha sido la actitud predominante entre las instituciones de
la izquierda y del espectro progresista de la ciudad, también entre sus
gentes. Es cierto que el colectivo que ha gestionado durante un mes y
medio el aterrizaje de la convocatoria de Adbusters en la
ciudad no ha tenido la capacidad de articular una estrategia sólida de
socialización de la iniciativa entre las redes, las asociaciones y los
diferentes movimientos de la ciudad. Tampoco ha sido capaz de expandir
la comunicación hacia los barrios. También es cierto, sin embargo, que
los contados intentos que se han emprendido han chocado contra un muro
de desinterés y de desconfianza.

Hace unas semanas me tocó presenciar una conversación en la que una persona de la Asamblea General de #OccupyWallStreet le exponía a una activista de la red Make The Road
el sentido de la iniciativa en el distrito financiero. La respuesta de
la receptora del mensaje fue sencilla: “¿Quiénes sois, de dónde salís,
cómo os llamáis?”. La compañera de la asamblea, con una actitud muy
agradable y con gran capacidad discursiva, le habló una y otra vez del
anonimato, de la necesidad de establecer puentes de método y forma con
los movimientos en el Mediterráneo, del deseo de abrir un espacio
ciudadano en el que no hubiera siglas, ni signos, ni referentes de lo
instituido, así como un etcétera hilado y coherente que no hizo más que
despertar todavía mayor desconfianza en la oyente. Esa dinámica se
replicó en otros encuentros con sectores y colectivos del espectro
progresista y comunitario de la ciudad. Hay en la izquierda neoyorquina y
en los movimientos ciudadanos locales una cultura política marcadamente
patrimonialista, adherida a una especie de foto fija de organizaciones
que determina que todo aquello que no salga en esa foto o no posea
referencia formal o patrimonio alguno, sea objeto de una desconfianza y
de un desinterés extremo. También hay una fragmentación particularmente
intensa y un posicionamiento que en muchas ocasiones prima lo ideológico
y se enroca en procedimientos y discursos cliché, más allá de
su utilidad o su sentido. Como muestra un botón: el pasado sábado,
coincidiendo con el desarrollo de la iniciativa #OccupyWallStreet en el
distrito finaciero neoyorquino, la coalición ANSWER, referente
en Estados Unidos de la lucha contra la guerra desde hace años,
celebraba una conferencia en Harlem sobre la necesidad de construir y
defender el socialismo (“Socialism: Building the Movement We Need For the Society We Deserve!” -nótese el marcial signo de exclamación-). No comment.

Habrá quien diga, con
toda la razón del mundo, que mi descripción de la izquierda de Nueva
York no difiere notablemente del retrato posible del conjunto de las
izquierdas planetarias, incluidas por supuesto las de la Península
ibérica. Esa es una de las razones más evidentes del sentido urgente del
15M, así como de la creativa ruptura cultural y política que éste ha
puesto sobre la mesa. Sin embargo, que la convocatoria para ocupar Wall
Street no haya tenido la capacidad de conectar ni con el estado de ánimo
generalizado entre la población flotante que habita la gran manzana, ni
con las redes sociales terrestres que componen el universo comunitario y
de disenso de la ciudad, coloca la convocatoria de Adbusters
en una marcada situación de aislamiento, con una suerte verdaderamente
incierta. Parte de ese aislamiento, además, se deriva del desinterés
evidente de los convocantes y organizadores de la iniciativa por permear
elementos vitales de la vida de la ciudad, como por ejemplo la esfera
lingüística: en la profunda y tupida Babel de Nueva York la
comunicación de la convocatoria únicamente se ha desarrollado en inglés.
En este sentido, más que hablarnos de una apertura, #OccupyWallStreet
tal vez nos esté hablando de un cierre. Un verdadero sinónimo de Half Nelson. Bloqueo total. S.O.S. Sólo nos salva un milagro.

El día D a la hora H o Martín Romaña en Wall Street

La experiencia de
movilización condensó notablemente algunos de los elementos
problemáticos señalados en páginas anteriores. Nada nuevo bajo el cielo:
presencia mayoritaria de activistas sujetos a un universo estético y de
enunciación típicamente altermundialista e izquierdista, algunos de
ellos llegados desde diferentes partes de Estados Unidos, incluidas
varias localizaciones ciertamente remotas. Una especie de resurrección,
incluida la de la mítica Roseanne Barr, que arengó a las masas megáfono
en mano para emoción de los que allí estábamos congregados.

La Wikipedia, dotada de
esa certera capacidad definitoria que suele caracterizar a la
inteligencia colectiva, cuenta ya con una entrada sobre Occupy Wall
Street: “(…) typically of anti-capitalist and radical leftist persuasions, including the NYC General Assembly and U.S. Day of Rage. (…) Socialist, anti-capitalists (…)
Organizers hoped to bring between 20,000-90,000 protesters to Wall
Street, but only several hundred people have joined the demonstration so
far”. Me gustaría poder decir lo contrario, pero la Wikipedia no
miente. Lo que sí es cierto es que no dice que además de la composición
que describe, había otras cosas: por ejemplo, un montón de jóvenes
universitarios sin adscripción ni experiencia política previa que dieron
vida a un interesante cúmulo de pequeñas asambleas simultáneas en la
plaza de Zuccotti. Ese momento asambleario levantó aire fresco y pobló
la movilización de gentes nuevas. Nos regaló un motivo para la
esperanza, pero tal vez su efecto tuvo un carácter demasiado efímero.
Lamentablemente, me temo que la asamblea general celebrada a las siete
de la tarde volvió a recomponer los universos descritos por la
Wikipedia. Mi experiencia en dicho foro se resume en tres intentos
fallidos de participación. Veamos:

Intento 1.
Charlo a unos metros de la asamblea con algunos amigos españoles con los
que he compartido la travesía hasta el 17 de septiembre. Se acerca el
amigo italiano que nos visita estos días y que no entiende ni papa de
inglés. Viene alterado y asustado. “Todo es muy raro, parece que están
rezando”, nos dice. Nos dirigimos a la asamblea. Efectivamente, todos
los presentes al unísono parecen estar rezando una plegaria a voz en
grito. Pero no, no es eso. Respiramos. Resulta que como no hay megafonía
amplifican las intervenciones en la asamblea con el siguiente método:
uno habla y el resto repite a grito pelado sus palabras, para que así el
eco se distribuya por la plaza y todos puedan oírlas. Tras unos minutos
de intento de comprensión de lo que se habla y completamente abrumado
por semejante griterío, desisto por completo. Definitivamente, la
metodología de amplificación usada no ayuda a la conversación y al
debate. Demasiado ruido.

Intento 2.
Vuelvo a la carga unos veinte minutos después. Un joven con un pañuelo
negro al cuello está interviniendo, mientras la asamblea entera
amplifica sus palabras. El chico está indignado, completamente fuera de
sí. Resulta que la policía ha retenido a un amigo suyo en la calle
Broadway. El motivo: iba encapuchado. Tras sugerirnos que nos
movilicemos inmediatamente y que liberemos a su amigo, el joven inicia
una defensa enconada de la pertinencia de vestir capuchas y de taparse
el rostro, reivindicando el derecho a ir encapuchados por la calle. Una
parte significativa de la asamblea rompe en aplausos y vítores. Me
retiro de nuevo completamente abrumado.

Intento 3.
Nuevo amago de inmersión en la asamblea. Esta vez un señor mayor está en
el uso de la palabra. Su edad y el hecho de que hable usando un
megáfono, lo que nos libera del coro ensordecedor, son buenas noticias.
Me animo. Me paro a escuchar al tipo. Un momento… Sí, he oído bien: “Estados
Unidos es una máquina represora y criminal. Hay cientos de luchadores y
presos políticos pudriendose en sus cárceles y nadie hace nada. El
primer punto en nuestra agenda debería ser la libertad de todos los
presos políticos, pero no aquí, en el mundo entero
”. De nuevo, una
parte significativa de los congregados rompe en aplausos. Me estremezco.
Máximo respeto para gran parte de la población penitenciaria del mundo.
Sin embargo, convendremos en que ni la temática ni la forma de su
formulación por parte del anciano del megáfono resultan de gran ayuda.
Yo pensaba que habíamos ido a Wall Street a hablar y a hacer otras
cosas. Estoy cansado. Son las tantas. Tengo un largo camino hasta
Brooklyn.

Antes de marcharme a casa, sin embargo, compruebo que los activistas de la guerrilla Yes Men
que huyeron el 2 de agosto han vuelto y están entre nosotros. La
noticia me alegra y me vuelve a regalar cierto ánimo. Además, comparto
mi temor a que la policía pueda intervenir y desalojar a la gente que va
a acampar en la plaza. La explicación que me dan los compañeros
encargados de la logística y de la negociación con las autoridades me
quita el temor, pero me instala en un reseñable estado de conmoción y de
zozobra. Me dicen que el desalojo es imposible, ya que la policía no
está autorizada a intervenir en esa plaza. “¿Por qué?”, pregunto yo.
“Sencillo”, me dicen ellos, “la plaza es propiedad privada y pertenece a
una corporación. No es raro, hay varias calles y plazas de la ciudad
que hace años que fueron privatizadas. Sin la autorización del
propietario, la policía no puede intervenir”. Viaje al futuro. Nunca
dejará de sorprenderme la violencia con la que la comodificación de la
ciudad viste la gran manzana. Es el porvenir que nos espera por todas
partes si no lo remediamos. Por otra parte, la potencia de lo suscitado
por la convocatoria de Adbusters aparece como ínfima al lado de
la complejidad del escenario que habitamos. Estados Unidos es un futuro
anterior, una enorme anticipación de lo que se nos viene encima si no
nos fugamos del escenario presente. Lástima que lo que hasta ahora hemos
sido capaces de desplegar en #OccupyWallStreet no sea más que un pasado
anterior. De nuevo recuerdo a Jesús Ibáñez: para enfrentar y
cambiar un sistema es necesario manejar una complejidad y una lógica
superiores a la del sistema que se enfrenta y que se pretende cambiar
. Me temo que en la plaza Zuccotti estamos jodidos. Al menos de momento.

Epílogo: Twitter Hype Horror Picture

Mientras escribo no dejo de recibir tweets
sobre la acampada en el corazón del distrito financiero de Nueva York.
Uno de ellos me llama la atención por encima de los demás: “Indignados of Spain reach Paris as Wall Street is occupied! This is a global revolt against neo-liberal oligarchs. http://fb. me/LlNHRsWz”.Hay
un evidente desfase entre el mensaje y el estado de cosas real. ¿Wall
Street está ocupada? ¿En sus calles se recrea una revuelta global contra
la oligarquía neoliberal? Me temo que las cosas son un pelín más
complejas.

Ese desfase entre la
producción virtual de realidad y la materialidad de los procesos y las
situaciones reales va camino de convertirse en un dato permanente y
repetido dentro del escenario abierto por el 15M y por los movimientos
en el Mediterráneo. Tengo la sensación de que hay una especie de
constante sobredeterminación de las pasiones que puede convertirse en un
verdadero problema. Una euforia desmedida, por ejemplo, que tal vez
esté generalizando una peligrosa atracción por el evento permanente en
detrimento del proceso, a la par que instaura en mucha gente un estado
de ánimo que puede estar abriendo una peligrosa brecha entre los deseos y
las realidades. También veo picos de angustia o de miedo,
sobredimensionados y socializados masivamente a través de Internet, que
contribuyen a desenfocar el punto de mira y a concentrar la atención en
sucesos o lógicas que probablemente no sean las que posean mayor
potencia: mientras Twitter se convierte en una autopista hiperpoblada de
mensajes pasionales por el enésimo desalojo de los acampados en París,
pasa prácticamente desapercibido para la red que profesores, padres,
madres y estudiantes se han encerrado en un instituto de secundaria de
Carabanchel.

Mientras sigo escribiendo, un nuevo mensaje llega a la lista de correo de la Asamblea General de #OccupyWallStreet:“Comrades,
The situation on at Liberty square is obviously somewhat precarious,
however it’s a something of a relief to report that things have never
looked better in cyberspace!
”. Genial. Recuerdo un chiste que me
contaron en Moscú hace veinte años, en plena caida del régimen
soviético: la cúpula del Politburó del Partido Comunista va en un tren y
éste se detiene de manera inesperada. Aparece uno de los maquinistas y
les dice a los jerifaltes soviéticos que el tren se ha averiado y que no
hay manera de arreglarlo. Los dirigentes comunistas se miran un
instante y luego, de manera mecánica, corren la cortina de la ventanilla
y comienzan a agitarse simulando que el tren está en marcha, mientras
uno de ellos imita el sonido de la locomotora. “Problema arreglado”,
dice el camarada presidente. Pierre Lévy cuenta que lo virtual no es lo
opuesto a la realidad, sino que es una realidad que necesita
actualizarse para devenir real. Esa distancia entre lo virtual y lo real
puede convertirse en un agujero y es siempre un problema peliagudo. En
cierta medida, remite a un ejercicio colectivo de irresponsabilidad que
tal vez deberíamos tratar de gobernar con cierta urgencia o, cuando
menos, explicitarlo y conversarlo. Sobre todo cuando, a diferencia del
chiste soviético, gracias a Internet ya no necesitamos ni el tren.

Hace unos mil años Public Enemy cantaba: “Don’t believe the Hype”. En cierta medida, estamos ante el peligro de recrear en el bucle telemático la lógica del Hype:
“un producto mediático, que ha tenido una sobrecobertura o una excesiva
publicidad, obteniendo de esta manera una popularidad altísima
independientemente de su calidad” (Wikipedia). El Hype, como la
euforia del continente sin contenido, casi siempre deviene en
decepción. Seguramente conviene que nos rebelemos a su lógica y
constituyamos una lógica completamente diferente para la comunicación.

Ángel Luis Lara – Brooklyn, 21 de septiembre de 2011.


Desinformémonos: http://desinformemonos.org

En: http://desinformemonos.org/2011/10/occupywallstreet-o-el-intento-exagerado-de-asalto-a-la-gomorra-financiera/


Fuente: Desinformémonos