Artículo de opinión de Rafael Cid publicado en Rojo y Negro de julio-agosto

“No existe idea social que no sea,

al mismo tiempo, un recuerdo de la sociedad”

(Maurice Halbwachs)

“No existe idea social que no sea,

al mismo tiempo, un recuerdo de la sociedad”

(Maurice Halbwachs)

Ahora que tan justamente se reivindica la memoria histórica que nos arrebataron, hay otra memoria colectiva, más próxima y directa, que solemos desdeñar hasta hacerla casi inhabitable. Una privación recurrente que desdibuja identidades sociales e individuales, dejando el campo libre al relato de los poderes de turno que fagocitan la masificación de las conciencias para legitimar su proyecto de dominación. Se trata de otra forma de servidumbre voluntaria capaz de troquelar un presente abstracto y concluyente que a la larga niega y desvirtúa la natural condición social del factor humano. Hablamos de una patología que cronifica los aspectos más nobles de la persona en favor del conocimiento único de lo “realmente existente”. Ese punto de ignición en que la pulsión emancipatoria muta en  sumisión por carecer de referentes y estímulos propios que desarrollen comunidades de interés, afecto y pensamiento: la memoria individual afín al devenir colectivo. Basta acercarse con ánimo inquisitivo a la obra de Maurice Halbwachs para sentir la trascendencia de ese rico crisol de experiencias puesto en almoneda.

Viene a cuento esta perorata ante la soledad en que el movimiento libertario, y en especial su flanco anarcosindicalista (Confederación Nacional del Trabajo y Confederación General del Trabajo), ha dejado a su legado más reciente y proactivo: aquel decisivo 1977 de euforia antiatoritaria que escenificó a pleno pulmón el potencial social de la CNT recién reconstituida. Hablo de las dos grandes citas convocadas sucesivamente en el eje Madrid- Barcelona a una multitud que, a pesar de la larga noche de la dictadura, proclamaba orgullosa y tenazmente llevar un “mundo nuevo en sus corazones”. En concreto, del mitin celebrado en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes, localidad próxima a la capital, y del equivalente ofrecido en Barcelona y su extensión en las posteriores Jornadas Libertarias. Dos nítidos emblemas de lo que se esperaba fuera la alternativa libertaria, que cuarenta años después no parecen contar en la agenda memorial ni de CNT ni de CGT. Y sin embargo…se mueve.

Resulta difícil valorar el subidón y el sucesivo declive popular sufrido por el movimiento libertario, más allá de las siglas que el combinado confederal ostenta, sin acercarse a lo que estos eventos supusieron entonces y al impacto de su contextualización política. El do de pecho, la presentación en sociedad del cenetismo, tuvo lugar en el coso de San Sebastián de los Reyes el 27 de Marzo del 77, con la presencia entusiasta de más de treinta mil personas reclamando el indispensable aporte de la estirpe libertaria para la plena recuperación de las libertades. Con gradas y ruedo a rebosar de nuevas sensibilidades, las diferentes ramas del movimiento libertario (la anarcosindicalista CNT; la específica FAI y la juvenil FJL), llegadas de todos los rincones del país, dejaban claro su voluntad de continuar la meritoria tarea que “los abuelos” dejaron forzados por la derrota, la represión y el exilio. A destacar el rotundo desafío antisistema que aquella riada militante de San Sebastián de los Reyes supuso al irrumpir públicamente cuando la CNT aún no había sido legalizada.

Un mensaje que también percibieron las autoridades de la época que, con la aquiescencia de las cúpulas de los partidos de izquierda (PCE y PSOE), se aprestaban a repartirse el poder en lo que luego se despacharía como el “consenso” que facturó la transición sin solución de continuidad de la dictadura a la democracia (de la democracia orgánica  a la representativa). Transbordó que se concretaría en las elecciones del 15 de Junio que darían la victoria por mayoría absoluta a la imberbe Unión de Centro Democrático (UCD), una especie de Arca de Noé fletada para rescatar del diluvio a una selección de las familias del franquismo. Y que fue coronado colocando al frente del gobierno al último jefe del partido único (el Movimiento Nacional) y como jefe de Estado al monarca designado por el Caudillo. Todo ello previa renuncia a la ruptura democrática por parte del bloque de la oposición formado por socialistas (felipistas) y comunistas (carrillistas), cuyo corolario fue la humillante aceptación de la Monarquía del 18 de Julio y el trágala del nombramiento directo por el Rey de 41 de los 201 senadores de las nuevas Cortes, los famosos “senadores de designación real”.

De ahí que el mitin de Montjuic del 2 de Julio y las Jornadas Libertarias  realizadas entre el 22 y el 25 de ese mismo mes en múltiples foros de la Ciudad Condal supusieran para muchos antifranquistas la manera más rotunda de mostrar el rechazo a esa deriva de la izquierda entronizada que suponía en la práctica una capitulación ante los reciclados poderes fácticos. Posiblemente desde el entierro de Buenaventura Durruti nunca hasta entonces Barcelona había acogido una concentración política, singularizada en una sola ideología, tan multitudinaria como la que concurrió allí en los días que duraron los actos. Más de medio millón de personas asistieron a la cita en unas jornadas históricas para el ideal ácrata cuando aún resonaba en todo el mundo el estruendo subversivo e iconoclasta de Mayo del 68. Era como el ensamblaje de dos procesos que convergían en refutar el statu quo  imperante en los modelos estatistas hegemónicos (Capitalismo de Estado y Socialismo  de Estado). Si la memoria no me es infiel esa aguda perspectiva fue la que me trasladó el todavía poco mentado Cornelius Castoriadis cuando le entrevisté para CAMBIO 16 a su llegada al Aeropuerto del Prat gracias a los buenos oficios del amigo Octavio Alberola.

El enorme acierto de aquellas bulliciosas movilizaciones fue trascender el clásico encasillamiento de  la dimensión político-ideológica para mostrar el músculo cívico-cultural que el magma antiautoritario expresaba en aquellos precisos momentos. Militantes de la rejuvenecida CNT, simpatizantes y ciudadanos sin más afinidad que su deseo de abrazar una democracia radical asistieron a charlas, encuentros y mesas redondas dinamizadas por algunas de las cabezas más lúcidas de la disidencia internacionalista. Debates de calado cuya sola enumeración en la actualidad demuestra el vigor, la osadía y la frescura de la postulada alternativa libertaria. Temas como la autogestión; el antimilitarismo; la ecología; la sexología; el feminismo; la enseñanza;  el ocio, el trabajo y la miseria carcelaria, aún hoy en el alero de las preocupaciones de muchos partidos de la izquierda nominal, denotaban el abismo ético-político existente entre la propuesta libertaria y la obediencia debida profesada por la nueva clase que pasó a ocupar el aparato del Estado y sus aledaños. Parecía como si por una vez la ciudadanía eclipsaba a los juegos de poder encriptados, y que amplias capas de la población podían ser las protagonistas de un cambio sin recambio.

Con ese activo en la mochila no resultó extraño que el anarcosindicalismo se atreviera a disputar a Comisiones Obreras (CCOO) y la Unión General de Trabajadores (UGT), entonces más que nunca apéndices del PCE y del PSOE, la representatividad del movimiento obrero.  Y lo hizo tanto en el frente institucional como en el laboral. La huelga de las gasolineras de Barcelona de septiembre del 77, convocada por la Asamblea de Trabajadores del sector y apoyada en solitario por la Regional Catalana de la CNT, evidenció el compromiso de la organización cenetista con la acción directa de los trabajadores. Y a la vez fue percibido como una amenaza para los agentes sociales salidos de la transición que se aprestaban a firmar Los Pactos de La Moncloa, el acuerdo marco que fijó la arquitectura económica de la emergente democracia. De esta forma, cuando partidos, sindicatos y patronal estamparon su firma en el corralito que garantizaba la continuidad del modelo de mercado capitalista, CNT fue la única central que se opuso con armas y bagajes al flamante “neoverticalismo”. Lo hizo convocando a sus casi 300.000 afiliados a rebelarse contra el bochornoso acuerdo preconstitucional que avalaba  el “atado y bien atado”  franquista con que se abrochó la Segunda Restauración Borbónica. Con toda la razón del mundo. Como demuestra el hecho de que durante la sesión censura propuesta de Podemos, el portavoz del PSOE, José Luis Ábalos, blasonara de haber sido miembro del servicio de orden del PCE para defender Los Pactos de La Moncloa contra quienes la gente que los rechazaban en la calle y las fábricas.

De ahí que cuando el viento de cola del 15M  rescata de nuevo el viejo topo del espíritu libertario  confunda el desistimiento del anarcosindicalismo a la hora de rememorar en su justa medida aquellos hechos ya históricos.  Sofocar el “eco de aquellos pasos” es renunciar a una masa crítica que pugna nuevamente por abrirse camino entre las brumas del sistema. El ayer importa. Quien ignora su pasado está abocado a la inconsecuencia y puede cebar el día en que uno no sepa a dónde va ni de dónde viene. Como sostuvo el ya citado Halbwachs, muerto en el campo de concentración nazi de  Buchenwald,  al final de su gran libro Los marcos sociales de la memoria, “el pensamiento social es básicamente una memoria, y todo su contenido está hecho de recuerdos colectivos, pero solo permanecen presentes en la sociedad esos recuerdos que la sociedad, trabajando sobre sus marcos actuales, puede reconstruir”.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid