Todo empezó cuando el Gobierno de Erdoğan, AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo),aprobó el proyecto para demoler el céntrico Parque Gezi, situado cerca de la principal plaza de Estambul, Taksim, con el fin de reemplazarlo por un centro comercial. Proyectos semejantes se habían puesto en macha en el marco del desarrollo urbanístico en grandes ciudades como Estambul y Ankara, cuyos ayuntamientos están a manos del mismo partido en el gobierno, moderadamente islamista y neoliberal en materia económica. Sin embargo, el Gobierno ha recibido esta vez una respuesta popular que desconocía hasta ahora.

El día 30 de mayo las excavadoras del Ayuntamiento que se acercaron al Parque Gezi se encontraron con un grupo de jóvenes que se oponían a un proyecto cuya ejecución iba a ser suspendida al día siguiente por la Sexta Sala del Tribunal Administrativo de Estambul.

El día 30 de mayo las excavadoras del Ayuntamiento que se acercaron al Parque Gezi se encontraron con un grupo de jóvenes que se oponían a un proyecto cuya ejecución iba a ser suspendida al día siguiente por la Sexta Sala del Tribunal Administrativo de Estambul. La primera intervención policial tuvo lugar ese mismo día, cuando los manifestantes bloquearon la entrada a las excavadoras. Esto provocó una enorme reacción: al enterarse de lo que estaba pasando cientos de manifestantes, la mayoría de ellos jóvenes, llegaron y ocuparon todo el parque con sus tiendas de campaña. No tardó mucho en llegar una segunda intervención policial, brutal, en la noche del 31 de mayo: en ella la policía asaltó el parque y quemó las tiendas; más aún, la caza policial continuó fuera del parque, utilizando gases lacrimógenos y cañones de agua en la Plaza de Taksim y sus alrededores. Al día siguiente la misma plaza fue ocupada por miles de manifestantes. Pretender acabar con el Parque Gezi fue la gota que colmó el vaso, pues provocó una manifestación popular masiva no solamente contra el proyecto del parque sino contra un gobierno opresor que iba a llegar a ejercer las prácticas del terrorismo de Estado, dejando atrás cuatro muertos y más de 5.000 heridos.

Así fue la breve historia de una revuelta popular contra un gobierno que utilizaba todos sus aparatos ideológicos y coercitivos para aplastar a sus propios ciudadanos. No obstante, el lema «Resiste Gezi» se convirtió a los pocos días en «Resiste Turquía» a medida que las protestas se extendían rápidamente por todo el país contra las políticas opresivas del gobierno de Erdoğan. A pesar de toda la intervención violenta y de las interminables amenazas por parte del Primer Ministro Erdoğan, la resistencia sigue en muchas ciudades. Eso sí, se ha puesto marcha atrás al proyecto, ahora suspendido.

Desde el principio, una de las características más llamativas de la resistencia, utilizando la terminología del Primer Ministro Erdoğan «çapulcular»(perroflautas), ha sido la participación plural que se observa en ella. El movimiento se ha caracterizado por su diversidad ideológica, una mixtura nunca vista en la historia de la República. En una sociedad ideológicamente tan polarizada, principalmente por las clases bajas conservadoras y tradicionales de un lado y por las clases medias, laicas y supuestamente progresistas del otro lado, era impensable lograr tal unidad en la que estuviesen presentes los kemalistas laicos, los musulmanes anticapitalistas, los ultranacionalistas, las plataformas socialistas y comunistas, los anarquistas… También los kurdos patriotas, a pesar de su postura distante en el comienzo gracias a las negociaciones de paz en curso. O incluso los propios votantes del AKP.

Los laicos están hartos de que el poder ejecutivo intervenga en su estilo de vida de manera arbitraria; las clases medias rechazan plenamente que el Gobierno les diga cuántos niños deben tener (al menos tres, recomienda Erdoğan) o todo tipo de restricciones en la vida social como el consumo de alcohol o besarse en público. Junto con los ultranacionalistas la misma elite kemalista también está muy molesta con la iniciativa kurda lanzada por el AKP que ocupa masivamente la agenda política. Por otro lado, los musulmanes anticapitalistas y los sectores comunistas y socialistas encuentran un sentido común ideológico. A diferencia de la generación anterior del Islam político en Turquía, esta nueva generación tecnócrata está a favor de una integración incondicional al mercado libre internacional y, lógicamente, a la implicación de todas las políticas neoliberales a nivel nacional. Desde la llegada al poder de Erdoğan en 2003 Turquía ha puesto en marcha una ola masiva de privatizaciones de todos los bienes públicos y ha ido ofreciendo una inmensa flexibilidad fiscal a los inversores extranjeros a favor del capital monopolista, aplastando a la clase trabajadora y la pequeña burguesía. 

También ha de añadirse que, a parte del contenido ecologista con que se inició, este movimiento es, sobre todo, un movimiento abrumadamente feminista. En muchas ocasiones, por no decir la mayoría de ellas, sus reivindicaciones han acabado con cargas policiales excesivamente violentas. Las protagonistas de la resistencia, su símbolo, son mujeres que luchan y rechazan cualquier tipo de imposición patriarcal a la hora de decidir sobre su vida, su trabajo, su intimidad y su cuerpo.   

En pocos palabras, el parque ha sido un punto público de encuentro para todos los que tenían algo que decir. Y el intento de violación de este espacio público ha generado una reacción firme y unida.

Mientras los parques, las calles y las plazas están llenas de manifestantes, en su mayoría ciudadanos pacíficos, el gobierno de AKP, con el Primer Ministro Erdoğan y sus ministros a la cabeza, utilizan los medios públicos y privados para difundir un discurso en el que sólo ellos mismos creen. Sus declaraciones y explicaciones no tienen absolutamente nada que ver con lo que está pasando en la calle. Empleando el término «democracia» en su sentido más reducido, refiriéndose a las elecciones, posiblemente han confundido su mayoría absoluta, con poder absoluto, y han seguido con sus amenazas, insultos y humillaciones hacia los manifestantes, Erdoğan pinta un cuadro como si fuese un Bonaparte musulmán del siglo XXI en el que ve su residencia de Primer Ministerio como el Palacio de su Sultanato. Mientras él y todo su gabinete afirman que la resistencia es una clara violación de los derechos democráticos, las fuerzas policiales, bajo los órdenes del Ministerio de Interior, llegan a utilizar incluso armas de fuego. Mientras Erdoğan señala a Twitter como máximo responsable de los hechos y acusa a los medios internacionales, entre ellos CNN y BBC, de manipular los mismos, la violencia policial sobre los manifestantes pacíficos convierte las plazas principales en campos de batalla.

Este discurso violento y amenazador, esta profecía autocumplida basada en el juego de la democracia, en realidad señala la incapacidad del gobierno de AKP a la hora de gestionar una crisis política y social. Desde que empezó la resistencia el gobierno prácticamente no puede gobernar; el poder ejecutivo no puede cumplir con su deber fundamental y, por tanto, cada día va perdiendo más su legitimidad política. El vano intento de circular un discurso creado por el propio gobierno entre sus propios medios, aquellos que transmitían documentales sobre la vida de los pingüinos mientras los medios internacionales de buena reputación exponían todo lo que ocurría en sus titulares. Erdoğan, irónicamente, condenaba a los manifestantes por no respetar la democracia mientras su gabinete y la violencia empleada ya habían sido condenados severamente por Amnistía Internacional y Human Rights Watch. 

El aspecto fundamental de todo este retrato ha sido la destrucción de la imagen de Erdoğan como líder democrático y conservador, y la imagen de Turquía como un país mayoritariamente musulmán pero con estado de derecho que podría haber sido un modelo perfecto para todos los países de Oriente Medio. La intolerancia y el nivel de opresión violenta ha mostrado que esta imagen dibujada con elegancia -y no por casualidad sin la menor duda- era totalmente falsa, y ahora no es sorprendente que Turquía sea el país donde hay más periodistas encarcelados simplemente por haber expresado su opinión. El Gobierno de AKP toma todas las medidas posibles, opresivas si hace falta, para evitar que se desarrolle una sociedad civil activa, que es el papel fundamental de una sociedad realmente democrática. Esto confirma lo que había sido señalado en los cables de Wikileaks: ¡Erdoğan cree en Dios, pero no se fía de él!

Entre las llamadas del Presidente Abdullah Gül para «volver a casa» y las reuniones mantenidas con el gobierno, la resistencia continúa y la violencia no sirve nada más que para unirla cada vez más. La suspensión del proyecto del Parque Gezi ha sido una victoria simbólica contra el gobierno, pero la sociedad civil es consciente de que esto no es meramente una cuestión urbanística sino una cuestión de moral política. Ante este panorama actual la llamada del Presidente Gül para «volver a casa» pierde todo su sentido puesto que para los manifestantes de Gezi su casa es el parque, la plaza, la calle… La política ya no es una cuestión necesariamente parlamentaria. Los sujetos políticos ahora forman parte de un espacio social común donde se hace una política alternativa más pura, participativa y directa. La calle, a partir de ahora, será tomada por aquellos a quienes les pertenece, por los propios ciudadanos. La inquietud y la pregunta más frecuente es el saber cómo va a acabar todo eso, pero es una pregunta irrelevante porque en realidad todo empieza ahora; empieza una nueva forma de hacer política: en la calle, por la calle, y para la calle.

http://www.opensocietyonline.com/index.php/es/temas/item/229-gezi-turquia.html


Fuente: Barış Tuğrul