Artículo de opinión de Rafael Cid

La incompetencia demostrada por el Gobierno en la gestión diligente de la crisis del coronavirus ha tenido tres etapas nefastas en la semana de autos (sin hablar del 8-M previamente desaconsejado por el Centro Europeo de Control de Enfermedades):

1. Tarde lunes 9. El ministro Sanidad Salvador Illa presenta las primeras medidas, augurando que «mañana habrá otras». Resultado: asalto a los supermercados esa misma noche.

La incompetencia demostrada por el Gobierno en la gestión diligente de la crisis del coronavirus ha tenido tres etapas nefastas en la semana de autos (sin hablar del 8-M previamente desaconsejado por el Centro Europeo de Control de Enfermedades):

1. Tarde lunes 9. El ministro Sanidad Salvador Illa presenta las primeras medidas, augurando que «mañana habrá otras». Resultado: asalto a los supermercados esa misma noche.

2. Jueves 12. Comparecencia de Pedro Sánchez por videoconferencia sin decretar el estado de alarma para no dañar la economía (Nadia Calviño dixit). Consecuencia: hundimiento de la bolsa a niveles históricos. ¡Y no digo una palabra sobre los trabajadores autónomos de verdad, que son el grueso del mundo laboral en España!

3. Viernes 13. Nueva comparecencia del jefe de Ejecutivo para anunciar «para mañana» el estado de alarma. Conclusión: aumenta la espantada de gente desde Madrid, epicentro del contagio, hacia las playas y la sierra, exportando la plaga a localidades menos afectadas y con recursos sanitarios y económicos mucho más escasos. Además de provocar el confinamiento de localidades costeras originalmente sin incidencia notable del virus, convertidas tras la riada de insensatos <<veraneantes>> en nuevas zonas cero de la crisis.

«Lo que haga falta, donde haya falta y cuando haya falta», el slogan talismán de Sánchez para conjurar la epidemia performativamente (actos de habla realizado, según el filósofo Austin) devino en un mal fario.

Todo el crédito concedido por una ciudadanía ilusionada con el primer gobierno de coalición de izquierda se dilapidaba estrepitosamente ante la inacción negligente de un Gabinete autoproclamado <<rotundamente progresista>> a los dos meses justos de haber tomado posesión. Nunca tan celebrada institución se suicidó con tanto ahínco (el recuerdo de los orquesta del Titánic se ha hecho recurrente) mientras la sociedad corría desconcertada ante el imparable avance de un tsunamí que la clase dirigente creía poder superar corriendo el listón del riesgo desde la posición de <<contención>> a la de <<contención reforzada>>. Desconocían nuestros líderes que la línea Maginot se derrumbó ante el primer tarantán del ejército invasor. Sus <<patologías previas>>, mitad inexperiencia y mitad arrogancia, les situaron fuera de juego antes de que pudieran enterarse de qué iba la cosa. Que desde luego no era de lo que ellos pensaban y deseaban.

No sabemos cómo terminara este aquelarre ni cuando, pero lo que es seguro es que a su paso dejará una tremenda escabechina social, y que su legado será todo menos bueno, deseable y venturoso. No caeremos, por descontado, en ese estado de naturaleza que Hobbes describió como solitario, pobre, desagradable cruel y corto que milenaristas y vates de la teoría de la conspiración vaticinan, porque la sociedad civil siempre se supera en la adversidad cuando el artefacto del Estado colapsa y ensordece. En los instantes decisivos la historia demuestra que el apoyo mutuo se impone a los bajos instintos que inocula la sociedad competitiva de mercado y sus reclamos autoritarios. El espíritu cooperativo como factor de evolución estudiado por Kropotkin prevalece.

Pero habrá que hacer uso de lo mejor de cada uno para evitar caer rendidos ante nuevos patriotas del tres al cuarto que intenten capitalizar la tragedia de todos con una vuelta de tuerca al mantra <<los nuestros primero>>. No existe el tú y el yo, los unos y los otros, ni la teoría de las dos orillas, todos somos perecederos y, por tanto, saldremos adelante si damos una respuesta humanitaria a lo que en última instancia es una crisis surgida de la inhumanidad civilizatoria reinante.

La tarea aquí y ahora es contribuir a que las gentes redescubran que pueden llegar a ser lo que en realidad ya somos, por más que el tipo de vida que llevamos nos lo haya hecho olvidar. Hay muchos caminos para vadear la crisis, aunque todos incorporan los mismos principios activos: RESPONSABILIDAD, SOLIDARIDAD Y AUTOGOBIERNO.

Sin <<patologías previas>>.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid