Todos los que hablan de cambiar el modelo productivo no saben lo que dicen. Todo modelo hunde sus raíces en la historia, depende de las condiciones naturales del país y del contexto en que se haya desarrollado, y también, por supuesto, de las políticas seguidas a lo largo del tiempo. Por decirlo escuetamente : el modelo económico de un país es la concreción en un momento dado de su evolución histórica.

Todos los que hablan de cambiar el modelo productivo no saben lo que dicen. Todo modelo hunde sus raíces en la historia, depende de las condiciones naturales del país y del contexto en que se haya desarrollado, y también, por supuesto, de las políticas seguidas a lo largo del tiempo. Por decirlo escuetamente : el modelo económico de un país es la concreción en un momento dado de su evolución histórica.

La primera conclusión de esto es que un cambio de modelo productivo no puede realizarse a corto plazo sino que para llevarse a cabo necesita mucho tiempo, aparte de recursos, planificación, claridad de objetivos, tenacidad, paciencia… Y, finalmente, de cierta paz entre las clases –un cambio de modelo no es un cambio de sistema–, porque de otro modo la evolución económica y el modelo que plasme serán fruto del conflicto de intereses entre ellas y no de un cierto consenso social.

Sin llegar a la frivolidad extrema y engañosa de Zapatero, que al anunciar recortes en la desgravación fiscal de la vivienda ya dijo que era para promover un nuevo modelo económico, todos los que se expresan a favor del cambio revelan más un deseo que convicciones sobre la posibilidad real de emprenderlo. Abrumados por la gravedad de la crisis, resentidos por los profusos disparates y aberraciones cometidos en los años anteriores, añoran una economía más racional y menos deforme. Sin embargo, en este tema, se pueden entender hasta las deshonestas confesiones de los que, pudiendo haber hecho otra política, se aprovecharon en el pasado, pero no tienen credibilidad los propósitos de enmienda.

Primero, porque una situación tan grave, con secuelas sociales tan desoladoras, no constituye un momento propicio para propugnar ideas razonables para el futuro dentro de los límites del sistema : la crisis encona el conflicto de clases y todo lo que se decide es en clave desesperada, para taponar agujeros, al punto de que la política económica de los últimos tiempos es una cadena de ocurrencias improvisadas y a veces contradictorias. Los que hablan de la necesidad de cambiar el modelo, o de las reformas estructurales “pendientes”, piensan en cómo hacerlo a favor de los intereses que defienden. Y segundo, porque la mayoría ha guardado un silencio cómplice en el pasado, cuando estábamos en la Champions League, mientras obtenían los frutos fáciles, materiales y políticos, de un desarrollo insostenible. Entre ellos el PP y el PSOE, para los que si estuviera en sus manos salir de la crisis completando el muro de cemento que rodea las costas y encajonar más automóviles en las ciudades y las carreteras, se pondrían manos a la obra. Y entre ellos también, lamentablemente, las direcciones de los sindicatos mayoritarios.

Compañeros de viaje

¿Qué dijeron esas direcciones, qué hicieron para impedir el crecimiento enloquecido del sector inmobiliario ? ¿Qué hicieron para impedir la creación de un mercado laboral en el que más del 33% de los trabajadores tienen un empleo precario ? ¿Qué hicieron para impedir un retroceso de los salarios en la renta nacional tan significativo y decisivo para el modelo económico ? ¿Qué hicieron cuando se implantó el euro, una camisa de fuerza que ha acabado estrangulando la economía y facilitando políticas regresivas, sino sumarse al estúpido entusiasmo general ?

En fin, las cuentas que hay que pedir a los sindicatos por el deforme desarrollo económico y social de nuestro país en los últimos años son muchas como para tomar en serio ahora sus propuestas de cambio. Era necesario entonces y tenían legitimidad como siempre para protestar y proponer, pero ahora más bien se trata de salvar la cara, parecer inquietos por la situación, aparentar que se tienen alternativas progresistas y solventes para remediar la grave crisis (Toxo habla de apostar por la educación, un buen ejemplo, por lo demás, del largo plazo que requiere todo proyecto realmente transformador).

Más que elucubrar y proponer medidas sobre el papel sensatas, pero que precisan de la fuerza social necesaria para ser impuestas, los sindicatos en estos momentos deberían fundamentalmente dedicarse a recomponer a la clase obrera con iniciativas rupturistas y a defender a los trabajadores y las capas sociales más débiles con firmeza y con más lucha

Pedro Montes
Diagonal
Publicado en Rebelión