Nunca como en el momento de portarse en momentos decisivos se conoce el carácter de un hombre o de una institución. Cuando se intuye el peligro asoman las facultades y las fuerzas más recónditas de los perjudicados. De todo esto sabe un rato la monarquía que domina este territorio. De nuevo, cuando la corona ha visto sonrojarse a sus súbditos por su ignominiosa práctica corruptiva, han aflorado todas aquellas cualidades que permanecen a la sombra, y, que normalmente –por no decir casi siempre- se escapan a la medida de su “real” justicia.

Durante el pasado, el secreto de confesión y la bula papal protegían
e incluso alababan sus corruptelas, pero en la faz de la historia
siempre queda el rastro que dejan las pesadas huellas de la ambición,
donde podemos leer e interpretar, en este caso, la sed de
supervivencia borbónica a través de los siglos. El surco de su
rodada destaca plásticamente en los momentos críticos. Como en
Bayona con Napoleón; como en la I República; como en la II
República; como durante el franquismo; como en la transición y el
23 F; y como ahora con el caso Urdangarin.

Durante el pasado, el secreto de confesión y la bula papal protegían
e incluso alababan sus corruptelas, pero en la faz de la historia
siempre queda el rastro que dejan las pesadas huellas de la ambición,
donde podemos leer e interpretar, en este caso, la sed de
supervivencia borbónica a través de los siglos. El surco de su
rodada destaca plásticamente en los momentos críticos. Como en
Bayona con Napoleón; como en la I República; como en la II
República; como durante el franquismo; como en la transición y el
23 F; y como ahora con el caso Urdangarin. Pero ya se sabe, los
borbones por Navidad siempre nos hacen creer que los reyes subsisten,
permanecen y se prolongan.

Una nueva prueba de su
pirueta camaleónica la ha experimentado recientemente este país,
cuando aceptó someterse a la lógica del progreso económico y
tecnológico mucho antes de la plácida muerte de su dictador,
vendiendo su memoria y sus raíces a la corrupción imperialista de
EEUU. La conspiración judeomarxista fue el estilete que abrió la
ventana hacia el exterior de la maloliente habitación sin vistas del
franquismo. Eran los tiempos de la Guerra Fría y del anticomunismo.
Se cedieron los terrenos para la instalación de las bases militares
americanas –en las Bárdenas Reales, para más inri, todavía se
sufren sus maniobras aunque ahora ejercidas por el ejército español-
y se aceptó el modelo neocapitalista norteamericano que hoy nos ha
llevado hasta la crisis y recesión tan mediatizadas (gobierno de
tecnócratas., como ahora). Pero fue a partir de la Transición, en
base a la Ley de Amnistía de 1977 que exculpa a los responsables de
los asesinatos producidos entre 1936 y 1977, y de los Pactos de la
Moncloa que acogieron el continuismo económico de la corrupción
franquista con alabanzas y loas por los acuerdos mencionados, cuando
los negocios de la realeza pudieron institucionalizarse mediante la
monarquía parlamentaria. El periodista Jesús Cacho en su libro El
negocio de la libertad,
revela alguna de las fuentes de
financiación de las que su majestad se ha servido para mantenerse en
todo lo alto. Una de ellas, parece que es la sustancial prima que
recibe de los impuestos relacionados con el petróleo entrante en
este país o las sofisticadas relaciones con los reyes árabes –sí,
esos que tan buen concepto tienen del género femenino u otras
inclinaciones sexuales- o la relación mantenida con nombres propios
rodeados de un carácter sospechosamente corrupto.

No podemos pasar por alto
que tenemos realeza porque el Caudillo por Dios y por España,
entronizó al rey. No por la gracia divina, -que, oye, tenía su
aquel- sino bajo el juramento de las Leyes Fundamentales del
Movimiento. De nuevo, ese cruel instinto darvinista de supervivencia,
donde tan sólo sobrevive el que mejor se adapta mediante la
violencia del más fuerte, nos “ejemplariza” nuestro devenir
histórico. Bien es sabido que toda comunidad tiene unos modelos
tradicionales de comportamiento determinado e identificado por el
curso de la historia, y que se heredan de generación en generación.
Los nuestros bien pueden ser: la envidia, la ignorancia y la
corrupción. Y claro, nuestros gobernantes son la máxima expresión
ejemplarizante de estos topicazos.

Esta relación viva entre
pasado y presente obliga a cambiar constantemente la mirada sobre el
pasado, permitiéndonos expresar la conciencia del presente. Por
consiguiente, estamos obligados a hacer nuevas preguntas sobre la
sociedad en que vivimos. Estamos obligados a replantear oficialmente
el orgullo democrático de la monarquía del presente, obligándola a
que conteste a las preguntas que una parte de la historia no quiere
airear. El progreso, en ocasiones, consiste en cuestionar la
autoridad de lo fáctico, ya que la facticidad tiene la autoridad de
lo que ha llegado a ser, algo de lo que no puede presumir lo
fracasado. Hay que interrogar a la historia, ser disidentes de la
oficialidad criticando y señalando las contrariedades entre lo dicho
y lo hecho, analizar la falsedad, cartografiar la violación de los
derechos humanos y civiles. Como nos indica reyes Mate “la memoria
abre expedientes que la ciencia da por archivados”.

De todas formas, es
difícil recordar un pasado que no consta en los libros de historia,
y más difícil todavía, si, cuando se intentan investigar
judicialmente los hechos delictivos –de sobra conocidos por todos-
y la sangrienta represión que se ha practicado en el devenir
histórico para que los más fuertes se mantengan en el poder contra
con los que tan solo se han mostrado diferentes y discrepantes, es
difícil, como digo, cuando se entorpecen las pesquisas imputando al
juez instructor por prevaricación en la forma –aunque su demanda
se quede corta, siempre es un inicio-. Un ejemplo: no hay mejor
prueba de que el franquismo sigue actuando, cuando asistimos en
directo a estas incoherencias históricas, cuando las extravagancias
de los vencedores se salvan siempre del que tenía que ser nuestro
propio proceso de Nuremberg, aunque sea a título póstumo, mediante
el cual pudiésemos sanear nuestras cloacas. En vez de eso, el rey
pide “justicia para igual para todos” –recordarle que
esta es una máxima del ideario republicano-. Cuando, tras treinta y
cinco años democráticos, nos han aleccionado para vivir como sino
hubiese ocurrido nada, entendiendo que el daño causado ha quedado
amortizado con las ganancias del progreso. Como siempre, la monarquía
se acompaña de robustos aliados, en este caso, con la jerarquía
católica de este país; y tiempo le ha faltado a ésta para
organizar otro teaparty religioso – La fiesta de la Sagrada Familia
de Nazaret- en la Plaza de Colón, donde Rouco Varela nos ha removido
el botafumeiro reaccionario olvidándose de su pasado institucional
–una vez más- esparciendo la semilla divina:“la vida es un
verdadero derecho natural…”
que debe ser tenido en cuenta
“por todo ordenamiento jurídico que quiera considerarse
justo…el hombre no puede disponer de la vida a su antojo como si
fuese su dueño”.
Como en el Señor de los Anillos, que años
más oscuros tuvieron que vivir nuestros abuelos –los que
vivieron-. Mientras nos creamos eso desconocemos lo esencial: que los
más fuertes no cesan de sumar victorias.

Por suerte, durante en
estos días la juez argentina María Romilda Servini de Cubría ha
exhortado al Gobierno español para que informe si en este país se
está investigando la existencia “de un plan sistemático,
generalizado, deliberado y planificado para aterrorizar españoles de
forma representativa a través de su eliminación física” durante
el periodo comprendido entre el 18/07/1936 y el 15/06/0977. Todo
ello, fundamentado en el principio de justicia universal, que
establece que se pueden investigar los delitos de lesa humanidad en
otros países. Aquí, la monarquía –y otras instituciones con
responsabilidades durante ese periodo, que tampoco aclaran su pasado,
como hemos señalado- tiene otro escollo que salvar. Mediante el
exhorto de la juez, interpretó que también hay que revisar el papel
de la monarquía actual, ya que existe y coexistió, sin escrúpulo
ninguno, con las prácticas más sanguinarias del franquismo. No
debemos olvidar, que el poder del franquismo, al no ser eliminado por
la sociedad, no consiste tanto en su victoria bélica –aunque fue
la pieza clave- cuanto en la interiorización de su lógica, a través
del terror y la opresión, cuyo consenso se alcanzo con la
instauración de la monarquía parlamentaria, a través del pacto
elitista de la Transición.

Si realmente poseyésemos
cultura democrática tendríamos que ser conscientes de que la
memoria abre heridas y complica la convivencia. Pero en vez de hacer
frente a esas complicaciones, lo primero que señalan los que intuyen
que pueden ser perjudicados –me pregunto ¿por qué?- es el
carácter socialmente perturbador de la memoria. Nos dicen: ¿Para
qué remover el pasado? Su respuesta es evidente: de esta forma
creemos en los reyes y en todo lo que los rodea. Ya lo sabemos, por
Navidad los reyes subsisten, permanecen y se prolongan. Por eso
debemos de ser disidentes de su oficialidad. Recordando el pasado,
podemos tener esperanza en el futuro.

Julián Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martinez