La disidencia generalizada con el 15M pone en cuestión el monopolio de la riqueza y la violencia que ostenta el 1%. La desobediencia civil organizada públicamente y puesta a debate en las plazas abre la posibilidad de un nuevo consenso, un nuevo mundo.

La estrategia del 1% es clara, transparente. Por un lado, ofensiva del capital, en la que medidas de carácter político tratan de hacerse pasar como meramente técnicas o económicas: múltiples ‘recortes’ el objetivo es extender la lógica del beneficio a todas las esferas de la vida social, con la consiguiente precarización de las formas de vida y la pérdida de las condiciones materiales que posibilitan el ejercicio de los derechos básicos que permiten vivir dignamente.

La estrategia del 1% es clara, transparente. Por un lado, ofensiva del capital, en la que medidas de carácter político tratan de hacerse pasar como meramente técnicas o económicas: múltiples ‘recortes’ el objetivo es extender la lógica del beneficio a todas las esferas de la vida social, con la consiguiente precarización de las formas de vida y la pérdida de las condiciones materiales que posibilitan el ejercicio de los derechos básicos que permiten vivir dignamente. Queda denegado el acceso al dinero, que desgraciadamente todavía necesitamos, y a los servicios públicos que gestionan lo común, de los cuales desgraciadamente todavía dependemos por completo. Acompaña a esto la ofensiva de los sistemas estatales de represión, tanto jurídicos como policiales, con el objetivo evidente de impedir cualquier interrupción de este proceso para acciones de protesta, de disenso o de desobediencia.

La estrategia es clara, pero la visión de la realidad que supone es de pesadilla y deliberadamente paranoica. Así, estudiantes que se manifiestan para exigir estufas para sus escuelas serían en realidad peligrosos enemigos del Estado, trabajadores que ejercen su derecho a la huelga realizando piquetes informativos serían guerrilleros urbanos formados en los métodos de alguna kale borroka , etc.

El 1% sólo ve y sólo quiere ver ante sí a criminales aislados oa terroristas organizados. La visión de la realidad que trata de imponernos es esta: o estais de acuerdo o sois criminales o terroristas. Se trata así de conducirnos a la impotencia, que olvidemos las razones por las que luchamos, que perdemos de vista el embrión de mundo nuevo que llevamos con nosotros, con una alegría que desconocen, cada vez que actuamos. La figura del antisistema-ardiendo-un-contenedor que se fabrica sin cesar por los medios no significa otra cosa: el orden actual sólo sobrevive tratando de demostrar que es el único posible, que no hay nada fuera de él y que contra él sólo existe la desesperación muda.

El 1% versus el 99% organizado

Dentro de esta triste lógica se prepara ya una reforma del código penal directamente dirigida contra las acciones de desobediencia civil como las practicadas por toda la constelación de iniciativas que surgió del 15M. Así, la resistencia pasiva, la forma más clásica de lucha noviolenta, sería considerada delito, por su carácter evidentemente «violento». Convocar en redes sociales «actos violentos» también sería delito, pero si la resistencia pasiva es violenta, ¿qué será considerado un acto violento? Poner una mesa informativa, una sentada colectiva, un grito mudo, acampar en una plaza pública, ¿es violencia? Todo parece posible.

Un signo puede indicarnos qué es lo real de esta estrategia de represión anti-15M, qué es lo que el 1% teme realmente. En la reciente acción realizada en Madrid «Toma el metro», lo grave para nuestros gobernantes no fue el aspecto de sabotaje simbólico del acto, con estos tres o cuatro minutos que se prolongó la parada habitual, lo grave no son estas miles de horas perdidas de producción según las matemáticas delirantes del Estado, ni la imposibilidad del menor riesgo para los pasajeros por el hecho de parar un tren ya parado. Lo que pareció grave a quienes gobiernan es que la gente de «Toma el metro» se hubiera concertado para actuar: lo que les parece gravísimo, intolerable, es que nos organicemos, que nos reunamos para hablar de lo que nos preocupa, que tomemos decisiones colectivamente, que las llevemos a la práctica. Y en el fondo, si el 1% trata de criminalizar la resistencia pasiva es para que la comunidad de brazos y piernas entrelazadas que resiste a la violencia policial es como la imagen en miniatura de un pueblo organizado.

El 1% nos hace la guerra, y cada vez más directamente. En esta guerra, tenemos un papel asignado desde hace tiempo: lo esencial, si queremos tener alguna iniciativa a la hora de definir la realidad y así poder transformarla, es rechazar este papel que nos captura en la realidad paranoide de los que nos gobiernan. Hannah Arendt, en su ensayo La desobediencia civil , analiza precisamente qué es lo que separa esta manera de infringir la ley tanto del delito común como del complot organizado. Lo que les parece gravísimo e intolerable es que nos organicemos, que tomemos decisiones colectivamente. Frente al delito común, la desobediencia civil es una infracción organizada, colectiva, de la ley.

Frente al complot organizado, la desobediencia civil es pública, no se oculta sino que se declara y dice sus razones. Tal vez hoy más que nunca sea necesario que nuestras acciones insistan en estos dos rasgos, organizarse colectivamente y declarar las razones y legitimidades de nuestra obediencia, recordando que la guerra que se nos trata de imponer no es nuestra guerra, que nuestra guerra o nuestra lucha consiste más bien en ser este 99% del que tanto hablamos.

La razón común cuestionada

Según Arendt, la obediencia a la ley reside en una especie de acuerdo tácito, de «consenso originario»: la ley expresa una razón común. Esta razón común, en nuestras sociedades, es cada vez más la de unos pocos, que sin embargo tienen el monopolio de la riqueza, de la capacidad de decisión, los medios de violencia y de los medios de información. Por este motivo la ley nos parece injusta y no queremos obedecer. Pero mientras afrontamos esto individualmente no habrá obstáculos para los que nos gobiernan, por mucho que nos rebelemos. Tampoco habrá ningún obstáculo mientras nos organicemos en partidos o en grupos de afinidad con nuestras ideologías y otros.

Si el 1% tiene tanto miedo de que nos reunamos para hablar y actuar, es precisamente porque este tipo de desobediencia pública que discute y comparte sus razones podría ser quizás el principio de un nuevo consenso originario que dé lugar a nuevas formas de organización populares, distintas a las fórmulas de gobierno que se nos imponen. La búsqueda de consensos en las plazas del 15M, entre gente tan diversa, en el seno de una acción abierta y declarada de desobediencia, es un apasionante ejemplo de ello, una prueba de nuestra capacidad.

Frente al complot organizado, la desobediencia civil es pública, no se oculta sino que declara sus razones. Cuando la ley no rige o no es justa, un nuevo sentido común crece. Porque no basta con disentir, lo esencial es preguntarse colectivamente en que este disenso, esta negación, esta resistencia o la desobediencia a las leyes del capitalismo y del Estado es la condición de posibilidad de otra cosa, de otro consenso, de otra afirmación, de otro mundo.

* Jordi Carmona Hurtado, Miriam Martín y Rafael Sánchez-Mateos Paniagua son filósofo, criminal de poca monta y artista, respectivamente. Artículo publicado en el núm. 174 de la revista Diagonal

http://www.cgtcatalunya.cat/spip.php?article7334


Fuente: Jordi Carmona Hurtado, Miriam Martín y Rafael Sánchez-Mateos Paniagua