Nadie duda a estas alturas de la crisis que el paro es su principal y más terrible consecuencia y que la fórmula para mantener y recuperar el empleo, se ha convertido en un enigma aparentemente irresoluble. Neoliberales y neokeynesianos disputan en los parlamentos y en los medios sobre medidas y contramedidas macroeconómicas para crear empleo como si fuera una justa teológica. Debaten desde visiones teóricas como si la economía fuera una ciencia positiva y no, en todo caso, una ciencia humana, demasiado humana. No se atreven a abordar el paro como conflicto social y personal -inmediato, urgente, a menudo intransferible- para el parado pero también para el trabajador en activo.

Pero el caso de Txema Berro -trabajador navarro del sector público de la salud, sindicalista de CGT y miembro del movimiento por el decrecimiento Dale Vuelta-, ha puesto en la palestra esta situación acuciante como una interpelación personal. Txema Berro lleva desde 2011 en solitario pero de manera pública una campaña de reducción voluntaria de la jornada laboral, mediante permisos sin sueldo un mes de cada cinco para que trabaje otra persona.

Pero el caso de Txema Berro -trabajador navarro del sector público de la salud, sindicalista de CGT y miembro del movimiento por el decrecimiento Dale Vuelta-, ha puesto en la palestra esta situación acuciante como una interpelación personal. Txema Berro lleva desde 2011 en solitario pero de manera pública una campaña de reducción voluntaria de la jornada laboral, mediante permisos sin sueldo un mes de cada cinco para que trabaje otra persona. Ahora, frente a las típicas medidas de la administración para adelgazar el sistema público en un sector especialmente castigado, Txema Berro contrapone su rotunda negativa a trabajar más, negándose a cumplir el incremento horario impuesto porque reduce las contrataciones. Y aunque ha sido amenazado de apertura de expediente sancionador, se resiste y se planta. Su conflicto laboral se ha resuelto en un acto de rebelión firme y razonado. Como aquel personaje de Melville, ‘Bartebly el escribiente’, dice “preferiría no hacerlo” y no lo hace. Pero Txema Berro no quiere ser un caso quijotesco, sino uno más de los barteblys que prefieren decir NO para, contribuyendo al reparto, agitar nuestras conciencias acomodadas. Porque ya disfrutan de un trabajo y de un salario digno y hay compañeros que necesitan esas horas, simplemente para sobrevivir…

Su campaña aunque de momento es personal no representa solo una objeción ética sino una toma de posición política. Cuando la mayoría -salvo honrosas excepciones- de partidos, sindicatos y ciudadanía seguimos la política del avestruz o de la queja frente al paro, se impone un corte, una cesura, un gesto radical. La negación a aumentar mi jornada se convierte así en un acto de desobediencia civil, para reclamar un cambio en las políticas económicas y la legislación laboral. De la misma manera que Rosa Parks se enfrentó a la discriminación racial negándose a ceder una plaza de autobús a un blanco, hoy, negarse a incrementar la jornada para posibilitar otro puesto de trabajo, se convierte en una suerte de desobediencia civil-laboral.

Es triste que gracias a esta crisis salvaje hayamos descubierto la renuncia al trabajo como un derecho laboral exigible. La Constitución reconoce en su artículo 35 “el deber de trabajar y el derecho al trabajo” y como tantos otros principios es pura retórica sin garantías. Una constitución postcrisis y una legislación laboral consecuente debieran establecer como norma el reparto del trabajo o, al menos, reconocer el derecho a negarse al incremento de la jornada laboral.

Si consideramos el trabajo, sobre todo el trabajo público, como un bien común, hemos de exigir que este se reparta solidariamente. Solo de esta manera caminaremos hacia un nuevo modelo económico de drástica reducción de la jornada, que algunos expertos (como EcoPolítica) ya señalan en el horizonte de la semana laboral de 21 horas. Hay argumentos, datos y experiencias que avalan el reparto del trabajo no solo como medida anticrisis sino como sistema más justo, sostenible y humano. Si la hipertecnologización nos obligaba por pura lógica a la reducción progresiva de la jornada laboral, el contexto de esta crisis desde una perspectiva decrecentista, nos exige su aplicación inmediata, empezando por el reparto. Obviamente, no es la solución a la crisis pero es parte imprescindible de la solución.

Distribuir la riqueza y distribuir el trabajo como manera más efectiva e igualitaria de distribuir la riqueza. No es caridad, sino la única forma de que esta sociedad rota por el paro masivo, la degradación de las condiciones laborales o los desahucios sobreviva a la crisis del capitalismo.

El gesto desafiante de Txema Berro nos obliga a tomar posición, sin más aplazamientos; y la cuestión ya no es si debo renunciar a mi incremento de jornada, sino cómo puedo organizarme con mis compañeros para plantar cara en mi centro de salud, colegio u oficina, de manera colectiva, a semejante medida insolidaria.

Es hora de que los sindicatos y los movimientos sociales adopten una actitud proactiva y se planteen de manera prioritaria y coordinada la reivindicación del reparto del trabajo, incluida la desobediencia civil, en la administración, para que el ejemplo se extienda a todo el mundo laboral y fuerce los cambios legislativos necesarios a todos los niveles. Y esta sí que es una medida concreta que los trabajadores y trabajadoras podemos aplicar, desde abajo, sin esperar al resultado del debate sobre el último plan mágico para crear empleo y salir de la crisis.

Defendiendo nuestro derecho a la objeción de conciencia laboral, planteamos la insumisión a la política de recortes y despidos del gobierno de Rajoy y Barcina, de la Troika y los mercados, estamos marcando nuestra primera trinchera defensiva por el empleo digno para todos. Por ello necesitamos una red de activistas, de desobedientes laborales, que “prefieran no hacerlo” y que opten aquí y ahora por el repartir el trabajo… 

Iñaki Arzoz


Fuente: Iñaki Arzoz