Hace 32 años fue ejecutado el joven Salvador Puig Antich, condenado por la muerte de un policía en un juicio militar irregular y sin garantías. La película ‘Salvador’, de Manuel Huerga, y un recurso ante el Tribunal Supremo tratan de reabrir uno de los casos más siniestros del último franquismo
Eran las 9.20 horas de un frío y desapacible 2 de marzo de 1974. En la cárcel Modelo de Barcelona, un verdugo ejecutaba a Salvador Puig Antich con el garrote vil. Puig Antich, de 25 años, fue el chivo expiatorio del régimen para mostrar firmeza en un momento en que estaba herido por el asesinato del presidente, Carrero Blanco.
Hace 32 años fue ejecutado el joven Salvador Puig Antich, condenado por la muerte de un policía en un juicio militar irregular y sin garantías. La película ‘Salvador’, de Manuel Huerga, y un recurso ante el Tribunal Supremo tratan de reabrir uno de los casos más siniestros del último franquismo

Eran las 9.20 horas de un frío y desapacible 2 de marzo de 1974. En la cárcel Modelo de Barcelona, un verdugo ejecutaba a Salvador Puig Antich con el garrote vil. Puig Antich, de 25 años, fue el chivo expiatorio del régimen para mostrar firmeza en un momento en que estaba herido por el asesinato del presidente, Carrero Blanco.

Un abogado y un productor llevan años empeñados en reabrir el caso Puig Antich. Sebastián Martínez Ramos, de 54 años, trabajó dos años en el despacho de Oriol Arau, el letrado que, junto a Francesc Caminal, defendió sin éxito la conmutación de su pena. Falleció en 1981 sin haber superado el trauma de la muerte de su defendido. El despacho de abogados formado por Martínez Ramos y Olga de la Cruz lleva desde noviembre de 2002, por encargo de las hermanas de Antich, el proceso para lograr la revisión en el Tribunal Supremo.

Por su parte, el productor Jaume Roures, de 56 años, ha hecho realidad su viejo sueño de hacer una película que cuente quién era Puig Antich. “Salvador era de mi promoción”, explica Roures, que militó en la extrema izquierda y conoció las cárceles franquistas. “Siempre creí que era importante que se conociera esa generación, olvidada en la transición”. Hace tres años, Francesc Escribano, que era jefe de programas de TV3 y autor de Compte enrere (Cuenta atrás), una biografía sobre Puig Antich, llamó al guionista Lluís Arcarazo para contarle que la productora Media Pro quería hacer una película a partir de su libro y que les había dado su nombre. “Una vez que me encargaron el guión”, cuenta Arcarazo, “además de releer el libro de Escribano, busqué todo lo disponible, libros, panfletos e Internet, sobre Salvador. He hablado con todos los supervivientes del grupo, con amigos, con la familia, con abogados, y he leído todos los documentos referentes a su detención, proceso y recursos ante el Tribunal Supremo”. Manuel Huerga asegura que para hacer el guión han hablado “con el 90% de los supervivientes de la época”.

Buscaban hacer una película sobre la dimensión humana de Puig Antich y no tanto sobre su activismo. “Salvador se convirtió, a su pesar, en un héroe, en un símbolo de rebeldía. Con la película queríamos contar quién fue ese joven de clase media, atractivo, culto e inteligente que se atrevió a luchar por sus ideas hasta las últimas consecuencias y cómo un régimen brutal fue capaz de condenarle en un juicio sin garantías”.

Hijo de un exiliado, Salvador Puig Antich nació en Barcelona el 30 de mayo de 1948. Su padre, Joaquim Puig, propietario de un almacén de productos químicos, militó durante la República en el partido de corte nacionalista Acción Catalana. Exiliado en Francia, en el campo de refugiados de Argelers, regresó a España, donde fue detenido, condenado a muerte e indultado.

“En casa se respiraba el miedo. Mi padre no quería que nos metiéramos en política, pero por miedo a que nos pasara algo. Pero éramos antifranquistas y queríamos hacer algo contra ese régimen”, comenta Imma Puig, la hermana mayor. Salvador Puig Antich estudió en el colegio religioso de La Salle Bonanova de Barcelona y concluyó el bachillerato en el instituto Maragall, donde realizaba estudios nocturnos que compaginaba con un trabajo como administrativo. En este centro conoció a Xavier Garriga Paituví y los hermanos Jordi e Ignasi Solé Sugranyes, con quienes entabló una sólida relación personal, intensificada por la coincidencia en sus inquietudes políticas. La influencia del Mayo del 68 francés y la revolución cubana empujaron a Puig Antich hacia posiciones más radicales y comprometidas, coincidiendo con el inicio de estudios de Ciencias Económicas.

“Supe que estaba metido en política, y a fondo, porque, para no implicar y preocupar a mis padres, se vino a vivir a mi casa”, cuenta Imma Puig. “Mi casa era un desfile de gentes de izquierda. Teníamos una impresora de ciclostil debajo de mi cama que usaba bastante gente. En aquella época empezó a hablar poco de lo que hacía : ‘Hago cosas que quiero que tú no sepas ; ¡cuanto menos sepas, mejor !”.

En ese contexto político nace el MIL (Movimiento Ibérico de Liberación), al que se incorpora Puig Antich y al que pertenecen también sus amigos Francesc Xavier Garriga y los hermanos Jordi e Ignasi Solé Sugranyes. El grupo nacía como una organización de lucha obrera, de corte anarquista, al margen de los modelos dirigistas y jerárquicos de las organizaciones políticas y sindicales al uso. Para lograr fondos con destino a esa lucha obrera decidieron atracar bancos, acciones que calificaban de “expropiaciones”.

“Se trataba de jóvenes pertenecientes a una generación sin instrumentos ni referencias culturales ni sociales para formarse una ideología precisa”, indica Jaume Roures. “En esa edad, cualquier iniciativa te prende, y, sin mucha elaboración de sus ideas, se entregaron a una causa “porque tocaba”. “Mi hermano”, precisa Imma Puig, “era un romántico, un idealista que creyó que ésa era la mejor forma de hacer algo. Era un inconformista ; quería cambiar esta sociedad, que le parecía injusta”.

“Tomando elementos del marxismo, el MIL pretendía hacer una síntesis con el pensamiento libertario. Era un “grupo de tareas no permanentes” que no tenía voluntad de perdurar porque nace con un objetivo específico : conseguir dinero para montar una editorial de publicaciones de lucha obrera y ayudar a los sectores radicales del movimiento obrero”, explica Arcarazo. “Se parecían a los grupos antisistema de ahora, que cuestionan los sistemas democráticos desde la base”, añade Huerga.

En 1971, tras concluir el servicio militar, Puig Antich tiene 23 años. Empieza a participar en las reuniones del MIL en Francia. Viven en casas de exiliados anarquistas españoles y empiezan a hacer prácticas de robo de coches y de tiro en el monte. “El grupo se reactiva cuando sale de la cárcel de Perpiñán Oriol Solé Sugranyes, que no es el jefe, pero será el alma del grupo. Entonces empezaron a hacer algunos golpes y se dieron cuenta de que Puig Antich tenía dudas y no estaba en condiciones. Como cuenta Escribano en su libro, es cuando le enviaron a Suiza unas semanas”.

Sus hermanas confirman que Puig Antich tuvo problemas de conciencia para empuñar armas. “Cuando ya estaba metido en el MIL”, recuerda Imma, “antes de decidirse a actuar, estaba preocupado, lo pasó mal, daba gritos por las noches soñando. Me decía : ‘No intentes convencerme porque ya me cuesta convencerme a mí mismo”.

La detención en Francia de Oriol Solé y Jean-Claude Torres, tras el robo de unas máquinas de imprenta, dejó tocado al grupo. Sus compañeros le pidieron a Puig Antich su reincorporación al grupo como conductor. “Es entonces”, precisa Arcarazo, “cuando tomó parte en su primer atraco, en octubre de 1972, a la sucursal de Caixa Layetana de Mataró”. Recuerda Imma Puig : “Le dejaba mi coche y sabía que iba a encontrarse con compañeros en Perpiñán… Sabía que estaba en algo peligroso porque cada vez le veía menos. Se le veía preocupado. ¡Cualquier día de estos te detienen !, le decía. ‘¡A mí no me van a pillar nunca !’, respondía seguro”.

Durante una temporada, al grupo le salieron bien las cosas. Realizaron varios atracos sin demasiada dificultad porque las normas de seguridad de los bancos eran ridículas. Asaltaron también una gestoría y una oficina de correos. “Con el dinero”, cuenta Arcarazo, “publicaban una revista que se llamaba CIA [Conspiración Internacional Anarquista]. Crearon la editorial Mayo 37”. “Rompían con todo, querían ser innovadores ; buscaban alternativas imaginativas al margen de la izquierda convencional”, indica Roures. “Intentaron ayudar económicamente a los huelguistas, pero a los trabajadores les daba miedo recibir dinero fruto de atracos”, matiza Arcarazo.

Nada que ver con ETA. Los MIL no se consideraron un grupo de lucha armada en la línea de lo que fueron el FRAP (grupo de guerrilla urbana, marxista-leninista) o ETA. Nunca atentaron contra fuerzas de seguridad ni pusieron bombas. “En sus textos”, indica Roures, “no aparece la lucha armada, sólo se habla de agitación armada y acciones para conseguir dinero para publicaciones y para ayudar a trabajadores en huelga”.

En los primeros meses de 1973, en los que los MIL se movieron a su antojo, la policía, poco preparada para este tipo de acciones, estaba despistada respecto a su ideología y composición. “Desafiaban a la policía ; jugaban a provocar ; se creyeron inmunes”, cuenta Arcarazo. La racha concluyó el 2 de marzo de 1973 (exactamente un año antes de la muerte de Puig Antich), con el atraco a la sucursal del Banco Central Hispano de Barcelona. Alertados por Puig (que esperaba en el coche) de la llegada de la policía, Jean Marc Rouillant, Josep Lluís Pons Llobet y Jordi Solé Sugranyes, que estaban en el interior, forcejearon con un contable del banco, al que hirieron de gravedad.

Con el atraco a la sucursal del Banco Central Hispano acabó un sueño y comenzó la pesadilla para Puig Antich y los miembros del MIL. “A partir de entonces”, afirma Arcarazo, “la policía los tomó en serio y se creó un grupo para su desarticulación. Empezaron las dudas y contradicciones. En agosto de 1973, la mayoría de los miembros del MIL, descontentos con la trayectoria del grupo, decidieron la disolución. Pero no era fácil dejar las armas ; la policía les perseguía, no tenían dinero”.

La película de los hechos que desembocaron en el arresto de Puig Antich comenzó el 15 de septiembre de 1973, en lo que fue el último atraco del MIL, en Bellver de Cerdanya. Jordi y Oriol Solé Sugranyes y Josep Lluís Pons Llobet, que decidieron seguir activos, fueron interceptados por la Guardia Civil. Sólo Jordi pudo pasar a Francia. La policía detuvo unos días después a la novia de Pons y a Santiago Soler Amigo. Éste contó, bajo torturas, que tenía una cita el 25 de septiembre con Xavier Garriga en el bar El Funicular, en la esquina de las calles del Consell de Cent y Girona.

La policía montó un operativo de seis agentes de paisano, dirigido por el inspector Santiago Bocigas. A las seis de la tarde llegó Xavier Garriga por la calle del Consell de Cent. Los policías se sorprendieron ; le esperaban solo, pero iba acompañado por alguien a quien no tenían identificado : era Salvador Puig Antich. “¡Quietos, policía !”. Todo se desarrolló en segundos. Mientras el inspector Muñoz retenía a Soler, los inspectores Rodríguez y Algar detuvieron a Garriga, que no iba armado, y los inspectores Bocigas y Fernández Santorum y el subinspector Anguas intentaron reducir a Puig Antich, que se resistía. Tras zancadillearle, le derribaron y en el suelo le redujeron, tras golpearle en la cabeza con la culata de las pistolas. Le ocuparon una pistola Kommer, calibre 6,35 milímetros, cargada y sin montar, en la chaqueta.

A empujones, precipitadamente, los cinco policías introdujeron a Puig Antich y a Garriga en un portal situado en el número 70 de la calle de Girona. En medio del forcejeo se escuchó un disparo (los cinco policías iban pistola en mano) y todos quedaron paralizados, situación que aprovechó Garriga para escapar, perseguido por los policías Rodríguez y Algar. Un transeúnte le interceptó, siendo reducido por los agentes. Con la cabeza aplastada contra la acera y esposados los brazos a la espalda, Garriga ha declarado que “oyó varios disparos, acompañados de gritos y voces”, que llegaban desde el portal donde habían quedado Puig Antich, Bocigas, Anguas y Fernández Santorum. Minutos después, un coche zeta se llevó a Garriga a comisaría, donde fue torturado y amenazado hasta que firmó, contra su voluntad, una declaración asegurando que vio a Puig Antich disparar contra Anguas.

¿Qué pasó en aquellos breves minutos en el portal ? Lo único cierto es que, tras el tiroteo, Anguas ingresó cadáver en el hospital Clínico por disparos de bala y que en el mismo centro atendieron a Puig Antich, en estado grave, inconsciente, con heridas sangrantes en la cabeza y dos balas alojadas en la mandíbula y en el hombro.

Lo que realmente sucedió es posible que nunca se sepa por las actuaciones policiales que siguieron al suceso y por las muchas irregularidades que se produjeron en el juicio sumarísimo militar, celebrado el 8 de enero de 1974. La primera de ellas, que no se permitió declarar a Garriga, testigo directo del suceso y cuya declaración, forzada, ante la policía se sumó a la causa.

En el consejo de guerra, presidido por un coronel de ingenieros, Puig Antich declaró que los policías le dieron varios culatazos con sus pistolas, que empezó a sangrar y estuvo a punto de perder el conocimiento. Recordó que, forcejeando, sacó una pistola que llevaba a la espalda e hizo “uno o dos disparos, sin apuntar y sin intención de herir a nadie” y mientras “estaba cayendo hacia atrás”. Bocigas y Fernández Santorum reconocieron en el juicio que golpearon la cabeza de Puig. El primero le señaló como autor de los disparos que acabaron con la vida de Anguas. Según sus testimonios, Puig hizo los disparos según caía de espaldas sobre Bocigas, que trataba de reducirle, agarrándole por los hombros, sin soltar la pistola. Fernández Santorum declaró que hizo dos disparos contra Puig una vez que Anguas se desplomó.

A las 18.30 horas de ese 25 de septiembre, cuando el doctor Ramón Barjau Viñals, que estaba de jefe de guardia en el hospital Clínico, iba a dejar el área de urgencias del centro, se encontró a un grupo de personas (“muy alteradas, que proferían voces”) que salían del ascensor y trasladaban a una persona herida en una camilla. Barjau desnudó y examinó el cuerpo de Anguas (“que era ya cadáver”). Recuerda Barjau haber visto una herida por impacto de bala en el tercio superior de la pierna derecha y otra a nivel de la ingle, y también un número indeterminado de impactos alineados en abdomen y tórax. Barjau firmó el acta de defunción de Anguas.

Sin embargo, su testimonio no fue aceptado por el tribunal militar y ni siquiera se le tomó declaración policial. Hace un par de meses, ante la Sala Quinta del Tribunal Supremo, que estudia la revisión del caso, Barjau ratificó la mencionada descripción del cuerpo de Anguas y añadió que su cuerpo “estaba cosido a balazos”. El tribunal militar aceptó en el juicio sólo la versión del informe de la autopsia en el que se señala que el cuerpo de Anguas tenía únicamente tres impactos de bala : en el abdomen (con salida por el glúteo izquierdo), esternón (atravesando el pulmón derecho) y la tetilla izquierda (con salida por la base del cuello), y que estos dos últimos eran mortales.

Sorprendentemente, la autopsia se llevó a cabo en una comisaría, por un médico forense autorizado por el juzgado, en vez de realizarse en el Instituto Anatómico Forense. Aquél reconoció en el juicio que en unas horas se embalsamó el cadáver de Anguas y se envió a Andalucía para su entierro, sin esperar a la realización de cualquier prueba posterior. “En el documento de autopsia”, precisa De la Cruz, “hay un añadido a máquina donde los forenses se permiten opinar (¡como si fueran expertos en balística !) que los agujeros de bala del cadáver proceden del mismo calibre…”. Algo imposible de certificar “porque las pistolas de los policías”, revela Martínez Ramos, “¡jamás fueron puestas a disposición del tribunal !, por lo cual nunca se pudieron realizar pruebas de balística. Los casquillos de las balas usadas en el tiroteo y las que se extrajeron de los cuerpos de Anguas y Puig Antich ¡desaparecieron y no se presentaron nunca al juez !”.

En el portal donde sucedieron los hechos se encontraron tres impactos de bala, dos en la pared y uno en un escalón. Ésta es una de las claves de la defensa de Puig Antich, que se basa en que estos tres impactos de bala más los cinco que presentaba el cuerpo de Anguas (según el testimonio de Barjau) suman ocho, y que de la pistola de Puig Antich, una Astra 9 milímetros, que la policía sí presentó ante el juez, sólo salieron cuatro de las ocho balas que caben en el cargador. ¿De qué pistola salieron los cuatro disparos restantes ?

Eso es lo que trata de aclarar el abogado Martínez Ramos en un informe presentado en abril pasado al Tribunal Supremo. La novedad es que el informe se basa en una prueba infográfica que permite diseñar las trayectorias de las balas en tres dimensiones. “Las nuevas tecnologías”, explica Martínez Ramos, “permiten analizar las pruebas de una forma imposible en 1994, cuando el abogado Francesc Caminal intentó, sin éxito, que se revisara el caso. Ahora, este informe ha sido el motivo por el que se ha conseguido que la Sala Quinta del Tribunal Supremo admita practicar una diligencia nueva en el recurso de revisión, que podría dar lugar a la autorización para formalizar el recurso, paso previo al pronunciamiento sobre otorgamiento o no de la revisión del caso”.

Los peritos José Luis Pedregosa y Jordi Maurel, basándose en estudios de los ángulos de entrada y salida de las balas en el cuerpo de Anguas, de las halladas en el portal y del testimonio del doctor Barjau, han determinado que en el forcejeo entre Bocigas y Puig Antich, ambos, pistola en mano, cayeron hacia atrás, de espaldas. Según el informe, hay un primer disparo, que parece ser que es de Salvador, a escasa distancia que entra por el abdomen y sale por el glúteo y no es mortal. Anguas recibió dos tiros más, mortales, que según los peritos sólo pudieron salir, por la trayectoria, desde el suelo, adonde habían caído Bocigas y Puig Antich, y de la pistola de cualquiera de los dos.

El informe concluye que “la desaparición de pruebas de balística no permite determinar cuántos disparos se produjeron, en qué orden y quién disparó”. “A Puig Antich”, se añade, “se le atribuyen uno o dos disparos [sólo Bocigas habla de “varios”], y Anguas recibió cinco disparos en su cuerpo, a tenor de la declaración del doctor Barjau ante la Sala Quinta del Tribunal Supremo. Alguno pudo ser de sus compañeros”. “Se deduce”, concluyen, “que la versión de fuego cruzado, en pleno forcejeo de cuatro personas pistola en mano, da a las trayectorias una probabilidad de aleatorio y errático origen y destino”.

El juicio militar concluyó el mismo día en que se inició, dictándose sentencia de muerte contra Puig Antich “por la muerte de un funcionario público por razones políticas”. El 11 de febrero, el Consejo Supremo de Justicia Militar ratificaba la sentencia. Dieciocho días antes del juicio, a las 9.36 del 20 de diciembre, ETA había hecho estallar un artefacto bajo el coche del presidente Carrero Blanco. “A partir del asesinato de Carrero, la situación hizo emerger al sector postergado del Movimiento. La salud de Franco declina sin freno y el sistema entra en un proceso de descomposición acelerado”, escribe el historiador Fernando García de Cortázar. Carlos Arias Navarro, un hombre de la “vieja guardia” del régimen, tomó posesión del cargo el 2 de enero. “En la noche del 20 de diciembre y madrugada del día 21”, escribió el periodista y académico Juan Luis Cebrián en Memoria de la transición, “en muchos hogares españoles se descorchaban botellas de champaña ; miles de jóvenes opositores al régimen brindaban por el tiranicidio”. Todos menos dos : el abogado Oriol Arau y el propio Puig Antich, que recibió desolado la noticia de la muerte de Carrero. En la película Salvador se muestra el momento en que comenta, abatido : “¡Esa bomba también me ha matado a mí !”. Dos meses después, el Gobierno de Arias Navarro se mostró impasible ante las peticiones de clemencia de unos pocos partidos de extrema izquierda, colectivos de derechos humanos y mandatarios extranjeros, como el canciller alemán Willy Brandt. Hay amplia coincidencia en que para pedir el perdón para Puig Antich no se movilizaron los partidos y sindicatos tradicionales de oposición, ni hubo una presión popular en la calle.

Coinciden con este criterio los abogados, hermanas y novia de Puig Antich ; el productor de Salvador, Jaume Roures ; el director, Manuel Huerga, y Lluís Arcarazo. “Creo que el régimen lo mató porque vio que no había respuesta popular ; que se ratifica la sentencia y había cuatro protestas aisladas, notas de abogados, etcétera, pero no había clamor en la calle”, afirma Arcarazo. “Era la víctima perfecta porque nadie de la clase política le reclamaba. Fue un asesinato legal”, añade Huerga.

Las hermanas de Salvador Puig Antich no pudieron ver a su hermano herido en el hospital. Tuvieron que esperar semanas a que lo trasladaran a la cárcel Modelo. “Hacíamos comedia porque todos estábamos muy jodidos. Tratábamos de llevarle aire y esperanza de fuera. Le contábamos cosas e intentábamos hacerle reír”, recuerda Carme. “No solíamos hablar del tiroteo, pero sí, a Salvador le afectó la muerte del policía. Pero no se arrepintió de su ideología”, insiste Imma Puig. “Esto nos lo dijo muchas veces… y también, cuando ya se sabía su condena a muerte, insistía en que no quería ser un mártir de nadie…”.

“Pedí que me dejaran asistir a su muerte porque no quería que muriera rodeado de hijos de puta…”, cuenta Imma, “pero no me dejaron, ni tampoco a Oriol Arau. No perdió el ánimo. Nos han contado que sólo se derrumbó cuando nosotras nos fuimos tras gritarle : ¡Te esperamos fuera y cuando llegue el indulto te vemos… !”.

A las 9.20 del 2 de marzo de 1974 se usaba por penúltima vez en España, con Salvador Puig Antich, el garrote vil, un brutal sistema de ejecución que, por decisión del rey Fernando VII, sustituyó en 1828 a la horca. Consistía en el estrangulamiento del reo mediante un grueso collar de hierro (que abarca la garganta del condenado) y que se aprieta, accionado mediante un gran tornillo posterior (manipulado manualmente por una manivela), hasta estrujarle el cuello, con rotura de cervicales y asfixia. “La agonía de Salvador duró 20 minutos. Murió a las 9.40”, precisa Arcarazo. Unos minutos más tarde se ejecutó por el mismo método a un delincuente común nacido en la antigua República Democrática Alemana y llamado Georg Wenzel.

“Guardo mucha rabia, mucho dolor… Hoy Salvador no habría muerto”, concluye Carme Puig. “Dicen que el tiempo cura heridas… la nuestra sigue abierta y lo estará hasta que no se reabra el caso y se haga justicia. No puedo vivir con odio… Pero ¡yo no perdono… !”, sentencia Carme Puig Antich.

La película ‘Salvador’ se estrena el 15 de septiembre.


Fuente: JAVIER ANGULO / EL PAIS