La muerte de Bin Laden, presunto cerebro de horribles masacres por todo el mundo, desde Nueva York a Madrid, no es tal, es un asesinato con la técnica de los sicarios, matar al asesino para borrar toda posible indagación que pueda llevar a esclarecer los hechos ante un tribunal. Entonces y sólo entonces se podría hablar de algo parecido a justicia, que es la expresión que ha utilizado el declinante presidente Obama para dar la noticia al mundo de haber “vengado” a América.

Los
ciudadanos que durante estos últimos años han sufrido la embestida
de un terrorismo sin rostro, tienen derecho a saber lo que había
detrás de esa hermética fachada de Al-Qaeda y de la figura siempre
enigmática de un Bin Laden que pasó de ser una eficaz marioneta de
la CIA contra los soviéticos en Afganistán a Enemigo Público
Número Uno global.


Los
ciudadanos que durante estos últimos años han sufrido la embestida
de un terrorismo sin rostro, tienen derecho a saber lo que había
detrás de esa hermética fachada de Al-Qaeda y de la figura siempre
enigmática de un Bin Laden que pasó de ser una eficaz marioneta de
la CIA contra los soviéticos en Afganistán a Enemigo Público
Número Uno global.

Bin Laden no ha sido
detenido y llevado ante la justicia, aunque según lo sabido de la
actuación de las tropas de élite norteamericanas que han acabado
con su vida podía haberse hecho, dada la relativa facilidad con que
sus (no) captores desarrollaron el operativo contra el hombre más
buscado del mundo. Y no sólo eso, a la espera de informaciones que
nos desmientan, se ha borrado todo rastro que pudiera probar
fehacientemente su identidad ante la opinión pública. Sepultarle en
el mar, en un lugar no determinado, como hacían los coroneles de la
dictadura argentina con sus víctimas narcotizadas, es la manera
mafiosa de poner punto final a una historia cuya transparencia, con
luz y taquígrafos, podría poner en aprieto a gente importante.

Así
Bin Laden se ha llevado su secreto a la tumba, no hay cuerpo del
delito ni testigo de cargo. Su exterminio sin dejar huellas
significa que se ha optado por la misma solución que ante los casos
del asesinato de Kennedy o Martin Luther King, magnicidios hurtados a
la acción de la justicia porque sus supuestos responsables probaron
a su vez la misma medicina que a ellos se les atribuía, siendo
eliminados por oportunos vengadores espontáneos que burlaron la
vigilancia policial. La misma macabra técnica que utilizan los
cárteles del narcotráfico para sus contratos más importantes: el
asesino mata a su presa y el sicario a su vez recibe una certera bala
de un segundo contratista para no dejar pistas.

Otro enigma para la
historia en plena sociedad del conocimiento y un triunfo de la
propaganda.

 

Rafael Cid