Antes que la CNT fue la SAC. Madrugó más. Y no sólo en la cronología, sino sobre todo en su capacidad de renovación. La Organización Central de Trabajadores de Suecia se fundó oficialmente en junio de 1910, unos meses antes de que lo hiciera en Barcelona la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que durante muchos años fue el principal sindicato anarcosindicalista del mundo.

Antes que la CNT fue la SAC. Madrugó más. Y no sólo en la cronología, sino sobre todo en su capacidad de renovación. La Organización Central de Trabajadores de Suecia se fundó oficialmente en junio de 1910, unos meses antes de que lo hiciera en Barcelona la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que durante muchos años fue el principal sindicato anarcosindicalista del mundo.

Hermanada hoy a la Confederación General del Trabajo (CGT) dentro de la coordinadora Roja y Negra y tras un periplo complejo, la SAC ha sobrevivido con mérito a la que quizá sea la experiencia más difícil que puede tener una organización de clase, antiautoritaria, internacionalista, autogestionaria, antimilitarista, feminista y asamblearia en el entorno social del que fuera durante décadas el modelo de Estado de Bienestar más avanzado de su época.

Y esa circunstancia, lo que podríamos llamar el “factor SAC”, que en este siglo de vida le ha permitido ser un referente de combate para el mundo del trabajo tanto en la prosperidad como en la crisis, debería ser suficiente para desautorizar los argumentos de esos historiadores de cátedra que hablan del anarcosindicalismo como un fenómeno del pasado. La persistencia del ideal libertario ayer y hoy, y su creciente arraigo entre las clases populares, mujeres y jóvenes, es la prueba de la miopía sectaria de nuestros mediotizados intelectuales y, al mismo tiempo, la huella palpable de que el anarcosindicalismo no es una moda coyuntural sino un acervo que pertenece a lo más íntimo del espíritu humano. Lo que nunca muere, aunque lo asesinen por tierra, mar y aire e intenten eclipsarlo desde todos los poderes, terrenales y celestiales.

Un siglo le contempla. El anarcosindicalismo está ahí. Vivo y coleando. Mal que les pese. Mientras, el comunismo de cuartel ha terminado su ciclo comulgando con las ruedas del molino del capitalismo más bárbaro y la socialdemocracia galopa briosa de victoria en victoria hasta la derrota final como lacayo del neoliberalismo para trasegar la crisis social más profunda que ha conocido la humanidad desde la segunda aguerra mundial. Y todo ello gracias a su mala salud de hierro y al compromiso nunca desmentido con la justicia y la libertad sin renuncia a los principios éticos que fueron su razón de ser. En el radiante Estado de Bienestar sueco y en las barricadas de la revolución española. La saga continúa y vive la realidad de su tiempo con provecho de la memoria histórica y la rica experiencia vital y organizativa acumulada en tantos años de exilio interior, resistencia y lucha junto a los más humildes.

Criticada en su momento por integristas y pieles rojas adictos a la cultura del músculo y el burocratismo fundamentalista, que eclosionó tras el Congreso de Toulouse de la AIT en 1951, la “reformista” SAC sigue siendo en la actual Suecia del revival xenófobo el nervio del sindicalismo más activo y solidario. Con cerca de 8.000 afiliados y una onda expansiva que enlaza con organizaciones antifascistas, feministas y juveniles, tiene su mayor ascendente entre los empleados del sector públicos, aunque su popularidad no deja de afirmarse también en los sectores de mayor precariedad laboral, y entre emigrantes, jubilados y parados.
Recientemente la SAC capitalizó una campaña contra IKEA con el eslogan “¿A qué precio quieres tener muebles baratos ?, denunciando la política antisindical y negrera de la famosa multinacional que ha hecho del slogan “la República de tu casa” el mayor negocio mundial de la decoración y el bricolaje al por mayor.

Pionera en las nuevas luchas contra las formas modernas y placebas de explotación y dominación, la central de trabajadores sueca ha tenido también el mérito de ser la primera en entender la democracia como un valor a reivindicar por el movimiento libertario, cuando hablar de ella era casi una herejía propia de renegados. Lo anticipó el antiguo director del semanario de la SAC Arbertaren (El Trabajador), Evert Arvidson, en el libro el Anarcosindicalismo en la Sociedad de Bienestar : “con cierta simplificación, podríamos decir que deseamos hacer del anarcosindicalismo una democracia más desarrollada, más consciente, más profunda, que un día pueda sustituir al Estado social, conservando el más alto grado de libertad posible en la complicada estructura social del porvenir”.

Como escribiera Reclus : la anarquía es la más alta expresión del orden. O Proudhon, en la declaración de intenciones que abría De la capacidad política de la clase trabajadora : “No juzguen el libro por su extensión ; hubiera podido reducirlo a cuarenta páginas. No encontrarán en él más que una idea : la Idea de la nueva democracia”. Demo-acracia. Está en los genes.

Rafael Cid