Texto de la ponencia leída en el encuentro celebrado en la Universidad Complutense de Madrid el pasado 28 de septiembre, bajo el título “Las huelgas generales desde la transición”, con la intervención de Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez y Rafael Cid.

Texto de la ponencia leída en el encuentro celebrado en la Universidad Complutense de Madrid el pasado 28 de septiembre, bajo el título “Las huelgas generales desde la transición”, con la intervención de Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez y Rafael Cid.

Como ustedes pueden suponer voy a hablar desde la perspectiva anarcosindicalista que me es propia, en tanto ciudadano comprometido con el movimiento libertario desde la juventud. Una actitud que no he cambiado con los años, aunque en la actualidad me identifique plenamente con la posición de la Confederación General del Trabajo (CGT), un tipo de sindicalismo de clase que, sin recrearse en un pasado inmóvil, estimo en la mejor tradición del proyecto anarcosindicalista que tanto hizo por los sectores populares de este país. Hablo de un sindicalismo combativo y por tanto combatido, que rechazó los Pactos de la Moncloa de 1977, urdidos primero por los partidos políticos y suscrito después con más o menos convicción por Comisiones y UGT, un sindicalismo de clase, digo, que se caracteriza por ensayar en la práctica diaria los principios de la sociedad por la que lucha.

El ideal de esta CGT que saldrá a la calle mañana con todas las organizaciones obreras y movimientos sociales es autónomo, autogestionario, libertario, federalista, inclusivo (para todos los trabajadores, parados y excluidos), internacionalista y decrecentista, y en él prima la acción directa como modelo de participación para la transformación social.

Permítanme, por tanto, que introduzca la cuestión yéndome a otro día como hoy de hace 146 años en la ciudad de Londres.

El 28 de septiembre de 1864 exactamente, un grupo de trabajadores de diferentes países ponía en pie la primera organización internacional para la defensa de los derechos del mundo del trabajo y su promoción social. Nacía así la mítica AIT, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la más plural de todas las internacionales. Y lo hacía durante un acto público en donde se leyó un manifiesto redactado al efecto por Carlos Marx. El texto Inaugural denunciaba la brecha abierta entre la naciente industria y las condiciones de vida de los asalariados.

Comenzaba así : .

Pues bien con todas las salvedades que en rigor y justicia procedan, hoy, en plena economía de la abundancia e incluso del despilfarro, y cuando el desarrollo científico y técnico alcanza cotas casi impensables, la desigualdad social sigue erigiéndose como oprobiosa divisa del sistema. Abundancia versus precariedad es el signo de los tiempos del capitalismo global.

Aquí y ahora – y éste es el motivo del acto que nos convoca- desde el Poder se conspira para arrebatar a la sociedad y a las generaciones futuras el legado de derechos sociales y laborales con tanto sacrificio conquistado por quienes nos precedieron, anteponiendo la legítima lucha contra el Capital depredador y la irrenunciable dignidad de las personas a sus propios intereses personales.

De la gravedad del envite actual da idea, en el caso concreto de España, el hecho insólito y sonrojante, de que sea precisamente un partido en el gobierno que se autodefine como socialista y obrero quien, en alianza con la peor oligarquía financiera, lidere esta agresión histórica, corroborando una triste realidad : de las 7 huelgas generales convocadas desde 1978 en España, 5 han sido contra medidas aprobadas por un Gobierno del PSOE y todas esas disposiciones, justificadas desde el Ejecutivo y sus medios reproductores como una necesidad imperiosa para solucionar el problema del empleo y la productividad, han dado el deprimente balance al que hoy, de nuevo con el socialismo en el poder, nos enfrentamos.

Las estadísticas oficiales admiten pocos paliativos :

 Tenemos el doble de paro relativo que la media de la Unión Europea (más del 20% de la población activa, unas 4.700.000 personas).

 Casi el triple del paro juvenil entre menores de 25 años que en la UE y el doble que la media en Latinoamérica.

 El 41,3% de paro entre universitarios de entre 25 y 35 años y otro porcentaje similar que vive en el domicilio de sus padres por falta de recursos para emanciparse.

 Y más de un millón trescientas mil hogares tienen a todos sus miembros desempleados.

Sin reparar en esas ingeniosas fechorías, junto a las cifras que cuestionan la legitimidad de una economía dolosamente ineficaz en la asignación de recursos y empobrece la calidad de la democracia realmente existente, conviven otras que muestran la dimensión política del problema : en el epicentro de la crisis, la gran banca española obtiene los mayores beneficios de todo el sistema financiero mundial, según el último informe del Banco de Pagos Internacionales.

Parece evidente que el panorama expuesto dibuja un marco que se aproxima mucho a esa “sociedad de suma cero” teorizada por Thurow caracterizada porque la insultante prosperidad de una elite se construye a consta de la precariedad de la inmensa mayoría. Un estudio del CIS divulgado el 11 de agosto por el diario EL País revelaba que en España “la movilidad entre clases se ha estancado desde los años sesenta” y que “el origen familiar sigue siendo determinante”. El genial librepensador que es El Roto sintetizó este fracaso histórico con una viñeta escolar en donde podía leerse en boca de un alumno : “lo desmoralizador es que lo más valorado no son los conocimientos sino los conocidos que tengas”. Viviane Forreste, autora de un libro escrito en 1996 que lleva el significativo título de presagiaba una sociedad en la que “una mayoría de seres humanos ha dejado de ser necesaria para el pequeño número que, por regir la economía, detenta el poder”, rematando su análisis sobre la peste del desempleo y la exclusión legal con esta siniestra predicción : habrá “algo peor que la explotación del hombre por el hombre, la ausencia de explotación”.

Se trata, amigas y amigos, de una amenaza real para toda la sociedad en su conjunto. Estamos, fuera de toda retórica, ante un intento de vaciar de contenido el (el único consenso válido) que ha permitido el avance civilizatorio de los últimos 60 años en las denominados países desarrollados, dinamizando el Estado de Bienestar mediante políticas activas de redistribución de rentas, progresividad fiscal, igualdad de oportunidades y universalización de servicios públicos fundamentales como Sanidad, Educación y Seguridad Social.

Lo que se nos viene encima no es un simple ajuste, ni un rutinario de guardia en el ciclo económico, y menos aún una reforma, como eufemística y desvergonzadamente se denomina a este brutal ataque contra las bases mismas de la cohesión social. Es la entronización urbe et orbe de la desigualdad competitiva como principio de racionalidad convivencial. O sea, garantizar con la fuerza de la ley la prosperidad y la posición de dominio para unos pocos. De ahí esas normas recién sancionadas, como la que permite a las empresas despedir a los trabajadores cuando tengan “perdidas actuales o previstas” o acusen una “disminución persistente del nivel de ingresos”. Y, por el contario y debido a ello, la sociedad del riesgo y un Estado de Excepción social, desde la cuna a la tumba, para el resto de los ciudadanos y trabajadores, sin distinción de edad o género. Por si alguien lo desconoce, mientras desde nuestras instituciones se enfatiza sobre el avance que supone la Sociedad del Conocimiento y el Espacio Europeo de Educación Superior, una cala a pie de obra denuncia que el 54% de los empleados de telemarketing son diplomados y licenciados y que este curso entre 40.000 y 50.000 jóvenes se han quedado sin plaza para la Formación Profesional. Este ya no es un país para indiferentes.
En esta encrucijada vital, no podemos permanecer pasivos ante la avasalladora cadena de dominación tejida por el neoliberalismo y sus compañeros de viaje. Es preciso que la sociedad civil despierte de su letargo y asuma el protagonismo que le corresponde. Y necesitamos, muy especialmente, de la vitalidad y la generosidad de la juventud y del empuje del pensamiento crítico y humanista de la universidad para afrontar sin desmayo los retos que nos acechan.

Llegado a este punto tengo especial interés en denunciar – y a lo mejor el término “denunciar” es excesivo y políticamente incorrecto- el autismo con que, con demasiada frecuencia, se comporta el mundo académico y la comunidad intelectual respecto al mundo sindical y a las organizaciones obreras como tejido de cohesión social y transformación estructural. Este acto de hoy es un lujo deslumbrador digno de agradecerse muy sinceramente, pero que (sin embargo) no debe cegarnos sobre la realidad cotidiana. Precisamente en la actual coyuntura de política de tierra quemada contra los trabajadores y sus sindicatos de clase, sólo prevalecen las voces y las plumas de los muy celebrados intelectuales mediáticos poniendo en solfa la legitimidad y la oportunidad de la huelga general. Y por si alguien cree que hablo de oído, señalaré como ejemplo la profunda decepción que me causó leer, precisamente a un colega de ustedes, de presunto talante progresista, utilizar su tribuna en el influyente diario El País para reclamar a nuestras centrales sindicales que, como sus homólogas alemanas, hicieran un ejercicio de responsabilidad y desconvocaran la huelga. Sin más contexto, a pelo, por una especie de extraña razón de Estado. Me refiero al muy reconocido profesor Gil Calvo, que días después ha vuelto a la carga afirmando que “ya va siendo hora de acabar con la impunidad sindical”. Claro que otro destacado representante de esta casa, ex presidente del CIS para más señas, ha calificado la huelga de zombi y a los huelguistas de estúpidos desde el púlpito de nuestro periódico global de referencia.

Pero no se trata de personificar maniqueisticamente, sino de ejemplarizar situaciones anómalas con el propósito de subsanar prácticas inciviles y nocivas para la sociedad en su conjunto y para la universidad en particular. Por eso, de verdad, a la universidad le decimos, coraje, den la espalda a todo eso, ayúdennos a combatir el abuso y el atropello contra la ciudadanía y los más débiles, vuelvan junto al pueblo y profundicemos la democracia. Les necesitamos en este lado de la barricada.

Yo espero que frustraciones como estas sean las que se puedan superar tras la huelga general, que es un acto soberano de acción directa y de afirmación de la voluntad general por encima del decisionismo gubernamental. Porque, parafraseando a Luisa Michel, la heroína de la Comuna de París de 1871, afirmamos que a veces < es preciso que la verdad ascienda desde la calle porque desde las alturas sólo se desprenden mentiras>. Se puede decir mejor pero no más alto ni con más convicción. Porque siempre vamos al mismo punto de partida que algún día deberá ser también de llegada. La genuina democracia, como recordaba Cornelius Castoriadis, es “la autoinstitución de la sociedad por la sociedad misma”.

Desde la óptica libertaria y antiautoritaria en que me sitúo, en la tradición de las ideas anarcosindicalistas que representa hoy dignísimamente la Confederación General del Trabajo (CGT), estimo que la radiografía de la crisis ha demostrado una vez más que cuando la ciudadanía abjura de sus responsabilidades, si da un cheque en blanco a sus representantes, si no prevalece la acción directa democrática, la representación oficial se bunkeriza en la lógica del statu quo y priman los contravalores retrógrados y la cultura del culto que interesa a la casta dominante. La representación sin revocación es un robo democrático, sobre todo cuando desde el preámbulo de una denominada constitución europea, cuestionada en referéndum por distintos pueblos del continente, esos mismos mandatarios se presentan con la mayestática y prepotente autodefinición de “Nosotros los líderes…”

La prueba de toda está regresión global está en la respuesta reaccionaria, involucionista y antisocial dada a la crisis desencadenada por el Capital especulativo, un capital que gobierna en la sombra sin que nadie le haya votado, con una salida normativa que, por lo demás, no figuraba en el programa electoral con que el actual partido socialista en el gobierno se presentó a las elecciones.

En estos momentos, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo cierto aquel reclamo de la vieja AIT sobre que “la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos>. Y la huelga general y las movilizaciones de mañana en toda Europa, si calan entre la gente, ofrecen la oportunidad para iniciar una ruptura con el desorden social que quieren institucionalizar y pueden suponer el principio para la restauración de la democracia social. Una amenaza global exige una refutación global. No más deberes sin derechos ni más derechos sin deberes.

Felizmente estamos también ante convocatoria histórica, porque por primera vez desde la transición la huelga general ha sido secundada por todas las centrales y sensibilidades sindicales de ámbito estatal, y en ese contexto quiero citar a dos escritores que siempre estuvieron al servicio de eso que algunos llaman causas perdidas, los iberistas portugueses José Saramago y Miguel Torga, que nos recuerdan el grado de compromiso personal que conlleva una transformación social.

Saramago ha dicho en una de sus últimas entrevistas : .
Y termino con una mención al sector de la población que, como ya se ha dicho, está llevando la peor parte de la crisis, al representar el mayor contingente de parados y por la incomprensión con que sobre ellos aún nos manifestamos los mayores, que tan a menudo sacamos nuestras batallitas de “cuando corríamos delante de los grises” para marcar distancias con su presunta apatía política.

Es una treta más del poder, ese mismo poder que se vuelve ingenioso calificándoles de generación de (pre) parados mientras a renglón seguido lanza en tromba a sus expertos y propagandistas de cabecera como piquetes antihuelga con sus conocidos y recauchutados argumentos.
Hace unos días, en un debate sobre la huelga organizado por el periódico Diagonal -que desde aquí invito a leer y comprar- al conocer por los ponentes que desde la transición en España se habían hecho 6 huelgas generales, uno de esos jóvenes pidió la palabra y dejó esta pregunta en el airé. ¿“No creen ustedes que algo de lo malo que ahora nos pasa tiene que ver con que en 35 años se hayan convocado sólo 6 huelgas generales, mientras en Francia en lo que va de año llevan realizadas 5 huelgas generales con masiva respuesta por parte los trabajadores” ?

Desconocemos hasta qué punto la Huelga General mañana será un huelgón, como han pronosticado algunos. Sí sabemos que los cruzados del statu quo intentarán derrotarla ante la opinión pública con una batalla de cifras, estadísticas, datos y opiniones acomodadas. Pero todo eso importa menos si con las movilizaciones logramos un cambio de conciencias, si anunciamos algo nuevo. Venimos de muchas derrotas y siempre nos levantamos porque nosotros somos el pueblo.

Recordemos que fue precisamente tras una derrota legendaria, durante la oración fúnebre oficiada por Pericles con motivo de la derrota de Atenas en la Primera Guerra del Peloponeso, cuando se sentaron las bases para la democracia más perfecta que ha conocido la historia de la humanidad.

¡¡ARRIBA LOS QUE LUCHAN !!

Muchas gracias.

Rafael Cid