¿Qué diferencia hay entre Bush y Obama? Que Barack Obama tiene el Premio Nobel de la Paz. Porque por todo lo demás, excluida la pasión del tejano por las generosas libaciones, las distancias iniciales se han acortado como rectas paralelas que confluyen en el cadalso del terrorismo de Estado. Y si es por guerras, todas las iniciadas por el anterior inquilino de la Casa Blanca, Obama las ha mantenido y aumentado. Irak, Afganistán, Libia y la caza al terrorista en busca del aplauso de la América profunda por esa proclamada "justicia infinitiva", son ya muescas en el caché del político democrático que llegó a la presidencia de Estados Unidos prometiendo una nueva era. ¡Yes we can!

La realidad del Poder es
como una úlcera sangrante. Una patología muy común que pervierte
todo lo que toca y suele anular al ser humano que en algún momento
el político lleva dentro. Lo dijo espléndidamente Lord Acton con
una expresión que pocas veces se recoge en su integridad:» El
poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, por eso
la mayoría de los políticos son malas personas».


La realidad del Poder es
como una úlcera sangrante. Una patología muy común que pervierte
todo lo que toca y suele anular al ser humano que en algún momento
el político lleva dentro. Lo dijo espléndidamente Lord Acton con
una expresión que pocas veces se recoge en su integridad:» El
poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, por eso
la mayoría de los políticos son malas personas».

Aquellas
promesas, bonitas palabras, propaganda para novicios, se han quedado
en nada porque nada y sólo nada cabe sin cuestionar las sagradas
reglas del sistema.

Hoy ya sabemos que aquél
pimpante ¡yes we can! (¡si se puede!) significa una
vez más que el fin justifica los medios: vulneración de los
derechos humanos, aplicación de la tortura, asesinato legal,
cárceles secretas (checas) y gulags extraterritoriales tipo
Guantánamo, vuelos de la muerte, etc. Todo por la patria, como en
los cuarteles de la guardia civil.

La cultura de la violencia
imperial, la fuerza bruta, la impunidad ante la agresión, crímenes
a crédito, injerencias humanitarias, caza de brujas y muchas más
cosas que desconocemos pero intuimos cuando revisamos las biografías
de todo a cien de los grandes líderes. Lo hemos visto en la vida
real, con tipos como Putin, ufanándose de sus éxitos contra los
«terroristas» chechenos, y en la ficción, en
películas-verité como Apocalipyse Now.

Es el golpe de Estado
permanente que desde los inicios del complejo militar-industrial se
está perpetrando contra sociedades formalmente democráticas. Una
suerte de totalitarismo invertido ya denunciado con enorme lucidez
por el politólogo estadounidense Sheldon S. Wolin en su libro
«Democracia S.A.«, que se incuba sobre la placenta
de una supuesta «democracia fuerte» cuando el híbrido
político formado por «el poder económico y el poder del Estado
se han asociado y quedado fuera de control».

La justicia del degüello
que Barack Obama acaba de reivindicar como seña de identidad del
pueblo americano se llama incursionar militarmente en un país
aliado, asesinar a un enemigo indefenso y a su mujer delante de su
hija de 12 años y tirar sus restos al fondo del mar para lograr un
subidón popular en las encuestas que le permita reinventarse en el
poder. Como el GAL y las cinematográficas razias del Mossad y sus
chacales. Un verdadero peligro público por venir precisamente de
aquellos que dicen representar el lado democrático de la
civilización occidental. También la Alemania de Hitler era la
sociedad más culta de su época.

Rafael Cid