En el preciso momento en que se rompe la mesa del diálogo social que reunía en un imposible triángulo a los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT, un agente social en suspensión de pagos apellidado Díaz Ferrán en nombre de la patronal CEOE y un gobierno nominalmente socialista y obrero intervenido por el gotha del capitalismo neoliberal que forman el tándem FMI-BCE, parece oportuno buscar los antecedentes de esta servidumbre voluntaria que nos llevado de la nada a la más absoluta miseria social, mientras nadábamos en la abundancia virtual, el consumo a crédito, el trabajo basura y la sociedad del des-conocimiento, para que el saqueo de unos pocos incubara la crisis de casi todos.

En el preciso momento en que se rompe la mesa del diálogo social que reunía en un imposible triángulo a los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT, un agente social en suspensión de pagos apellidado Díaz Ferrán en nombre de la patronal CEOE y un gobierno nominalmente socialista y obrero intervenido por el gotha del capitalismo neoliberal que forman el tándem FMI-BCE, parece oportuno buscar los antecedentes de esta servidumbre voluntaria que nos llevado de la nada a la más absoluta miseria social, mientras nadábamos en la abundancia virtual, el consumo a crédito, el trabajo basura y la sociedad del des-conocimiento, para que el saqueo de unos pocos incubara la crisis de casi todos.

Sobre todo tras la histórica foto de familia de todo el PSOE, con Felipe González y Rodríguez Zapatero como tribunos (se desconoce si Botín fue invitado), avalando con su inquebrantable adhesión el ”pensionazo”, “el tijeretazo” y la contrarreforma laboral, aprovechando la conmemoración del centenario de la constitución del grupo parlamentario ( se han retratado para los restos).
En este contexto de rupturas demonizadas y unanimidades programadas que parecen añorar aquellas certezas por aclamación de un fenecido movimiento nacional -el que se mueve no sola en la foto- la pregunta paradigmática sería : por qué en la transición no hubo crisis y en la crisis de hoy no hay transición. Porque este vaivén temporal ha pivotado siempre sobre el principio de la transferencia de renta (política y/o económica) desde el mundo del Trabajo y la soberanía popular al ámbito del Capital y el statu quo..

La comparativa entre diferentes crisis es un recurso contrafáctico. Tiene la virtud de una posible experiencia compartida, pero el imposible de un pasado que no puede reconstruirse impunemente. A nivel global se establecen paralelismos entre la crisis de la burbuja de las subprime del 2007 y la del 1929. Y no obstante distar casi 80 años entre una y otra y no tener nada que ver el mundo industrial de comienzos del siglo XX con el de la economía virtual del XXI, se apuestan soluciones y recetas que beben en una cantera común. De hecho, ambas crisis se han encarado mediante rescates de corte keynesiano, en la del 29 con el Estado inversor como promotor de empleo y en esta con el Estado cleptómano como avalista de última instancia de las castas dominantes que desataron el crac. El rábano por las hojas, pero el rábano al fin y al cabo.
En el contexto español también hay similitudes entre nuestras dos grandes crisis contemporáneas : la del perdido 73-79, que pilló con la transición política en marcha, y la actual que se intenta conjurar con el mismo mantra que tan buen resultado dio durante el tardofranquismo. El esquema es muy parecido : se basa en la imposibilidad de hacer otra cosa que los que dicta la autoridad competente. Tan mal pintan la cosa, que todo lo que se intente fuera de esa regla de oro está condenado al fracaso y es un pasarte para el suicidio colectivo. Dicen los de arriba a los de abajo. De ahí que en ambas crisis se saquen a paseo arengas y eslóganes que llaman a cerrar filas : consenso, patriotismo constitucional, lealtad, compromiso histórico, pacto de Estado, etc. Todo lo que anule la pluralidad, el hecho diferencial y la alternancia democrática entre un gobierno y una oposición que se oponga, se descarta por axioma, es altamente contraproducente. Siguen diciendo los mismos púlpitos.

Recodaremos que en los años de la transición, la bicha era la espada de Damocles de un ejército que podía embestir contra la reforma democrática si se le ponía contra las cuerdas con exigencias de responsabilidades. Tigre de papel y colectivo humano al fin, se ocultaba que la fiera había sucumbido mansa y disciplinadamente ante una desarmada y civil marcha verde en Marruecos, abandonando a los saharauis en manos de su enemigo histórico (porque era una cobardía que convenía al statu quo del capital). Y que en la vecina Portugal esos “hijos del pueblo” habían puesto sus bayonetas al servicio de la ruptura frente a la dictadura a la que habían servido durante cuarenta años. Pero funcionó la consigna facturada desde las cúpulas dirigentes, hubo consenso entre víctimas y verdugos y la UMD, organización clandestina militar que conspiraba por el franquismo sucesorio, corrió la misma traicionera suerte que la de los españoles oriundos del Sahara.

El dilema entonces era qué atajar primero : la crisis económica que amenazaba al capitalismo español o la crisis política que podía borrarle de los centros de decisión. Se optó por asegurar la salida a hombros de la crisis política y abrir el melón de la económica más tarde, cuando repartido juego entre los agentes sociales se tuviera garantizado su campo de acción y desactivada la carga implosiva. De esta forma, los bancos, multinacionales y grandes negocios aceptaron aguantar la crisis sin trasladar todo el ajuste a los trabajadores para blindar una salida política favorable a medio plazo a sus intereses estratégicos. Y acertaron porque, una vez domada la izquierda e integrada en el sistema que antes rechazaba, pudo la clase dominante emprender las reformas económicas que necesitaba. De hecho los pactos de La Moncloa de 1997, que supusieron la piedra de toque del modelo neoliberal, fueron firmados por los partidos políticos en primer tiempo de saludo y luego refrendados por los sindicatos. En resumidas cuentas, la reforma estructural que la crisis económica demandaba no era inevitable, sino ideológica.

En la actualidad ocurre otro tanto pero al revés. En primer plano está una crisis económica y sólo en segundo lugar se vislumbre una política. Y como ocurrió entonces en el aspecto político, la clase hegemónica exige cerrar filas (“Esto sólo lo arreglamos entre todos”), olvidando cualquier gesto moral sobre la responsabilidad de la crisis que ha arrojado al paro a 4,5 millones de españoles, para salvar “la nave del Estado”, como ha escrito el sociólogo Enrique Gil Calvo. Lo que ocurre es que la experiencia de la transición nos sirve para renegar de ese ukase : no es cierto que sólo haya una salida. Por el contrario, los ciudadanos, los contribuyentes, los trabajadores, o sea la sociedad damnificada por la crisis sabe ya que es posible encontrar soluciones que se adapten al interés general. Es una cuestión de voluntad política. Claro que ahora la ofensiva del capital es internacional, y los elementos autóctonos que pretenden de nuevo imponer su receta (sí o sí) no actúan sólo en clave interna sino sobre a demanda de la internacional neoliberal. Con lo que la salida social de la crisis sistémica debe proyectarse también sobre dinámicas supranacionales, hay que ir a una movilización a nivel europeo y hacia huelgas globales. Los tiempos han cambiado y la protesta debe asumir el cambio de los tiempos para no ser anacrónica, aunque nunca debe dejar de ser utópica. El mensaje, en el 73-79 y en el 2007, sigue siendo el mismo : primero la gente.

Las palabras de la tribu

Estamos en el siglo XXI pero empleamos herramientas reivindicativas del XIX. Las formas de hacer política siguen siendo las tradicionales : emitir el voto en las urnas de vez en cuando, manifestarse en la calle y hacer huelga como presión ante medidas lesivas para nuestros intereses. Es un reduccionismo, porque en cada una de estas cohortes existen otras muchas variables que amplifican su arsenal de recursos. Pero, en sustancia, hoy por hoy, son estas tres dinámicas (urna, mani y huelga) las que sirven para tomar el pulso a la situación. Por eso, cuantificarlas se ha convertido en el medio por excelencia para calibrar el éxito o el fracaso de una acción. Y en ese sentido la abstención, que en una forma blanda de expresar la defección, se consigna como equivalente a fracaso. ¿Ahora, es válida esta fórmula ?

Sí y no. Expliquémoslo. Sí, porque cuando los resultados son abultados y el órdago se ha conseguido, a través de una mayoría absoluta en el parlamento, una movilización ciudadana que ha colapsado la ciudad o un seguimiento del paro activo capaz de frenar la actividad productiva, la cosa no tiene vuelta de hoja. Pero no cuando estas magnitudes están ausentes. El fracaso de una acción política o sindical siempre es relativo y sujeto a enmienda, como todo en la vida. Porque lo único que indica es que la fruta no estaba madura o que no los concurrentes no estaban lo suficientemente atraídos por el manjar como para darse un atracón. Las famosas condiciones objetivas (falta de) y la falsa conciencia (alienación). A resolver estos vacios han dedicado los teóricos de la revolución muchas de sus mejores reflexiones.

Sin embargo hoy hay otros intereses que hacen más conflictiva la visibilidad de la acción política por parte de ciudadanos y agentes sociales. Somos productores pero sobre todo consumidores. Con la parte alícuota de la ideología que comparte el consumismo, la única que goza de predicamento gracias a los medios de comunicación de masas, convertidos en extensiones o, como mejor dice Santiago Alba, como órganos del hombre Tenemos algo que perder, aparte de nuestra fuerza de trabajo. Y como lo que tenemos que perder (estamos colocados : habemus casa, coche, televisión, vacaciones pagadas, et.) depende de que no perdamos nuestro puesto de trabajo, éste se ha convertido en medio y fin. Somos criaturas del capitalismo y como tales reproducimos su cultura cada vez que respiramos.

Viene esto a cuento del “fracaso” combinado de la huelga y las manifestaciones de funcionarios del día 8 de junio contra el tijeretazo del gobierno Zapatero. Digamos primero que plantear una huelga contra unas medidas después de que han sido aprobadas en el parlamento y devengadas en la nómina inmediata, parece un despropósito que sólo cabe atribuir a la pereza de las cúpulas sindicales ante unas acciones que sienten contra natura por tener como diana a sus compañeros de viaje. Y de ahí se infiere el otro gran hándicap. Tampoco es muy razonable incidir en la herida abierta que supone añadir al recorte salarial impuesto el otro voluntario que supone computar en números rojos el coste del día de huelga.

De tal forma que el “fracaso” tiene sus referentes y alguien podría equivocarse de plano si pensara que esa es la foto fija de la realidad. Todos los sondeos y encuestas que se han hecho con un mínimo de rigor han arrojado el dato apabullante de que 95 sobre 100 personas, huelguistas o abstencionistas, han declarado deplorar el ajuste, y en teoría el PSOE cuenta con 11 millones de adherentes. Luego la “movilización política” habrá que hacerla también por otros registros que permitan poner en valor y dotar de eficacia transformadora a ese cabreo sordo de tutti quanti. Y quizá en este sentido merezca la pena analizar por qué la abstención electoral (donde no es obligatoria y sancionable) crece y la deserción respecto al compromiso de los trabajadores en huelgas y manifestaciones son el patrón de conducta. Hay un déficit de democracia que se manifiesta en una falta de credibilidad en la representación y una falta de credibilidad en la representación que provoca un déficit de democracia. Nos hemos dado de baja en la ciudadanía a cambio de delegarla en una casta providencial. En lo fundamental continúa siendo válido el aserto de Mc Luhan, “el medio es el mensaje”. Busquemos, pues, los medios adecuados.

Que no decidan por ti lo demás vendrá rodado.

Rafael Cid