Como siempre que sucede un acontecimiento que afecta a la razón de Estado, destacan casi más las sombras que las luces. Por eso no es extraño que sobre la eliminación extrajudicial de Bin Laden estén surgiendo conjeturas para todos los gustos, interpretaciones capciosas que la propia jacaranda de quienes festejan su eliminación a la mafiosa manera (enterrado en el fondo del mar con un bloque de cemento), no logra disipar. Porque, junto a esos inevitables prejuicios que se apoyan en un burdo antiyankismo, a medida que se van conociendo las circunstancias de la "exitosa" acción militar, surgen otros datos que invitan a la reflexión por si las moscas.

La primera
es esa noticia que habla de que Bin Laden llevaba 5 años residiendo
en la casa donde fue localizado y muerto, un lapso de tiempo tan
excesivo que hace casi increíble que pasara inadvertido para sus
avezados perseguidores. Con lo cual, siempre que la especie se
confirme, habría que preguntarse a qué ha sido debido ese cambio
por parte del Pentágono, que ha pasado de su control remoto a la
tolerancia cero que decidió acabar con él.

La primera
es esa noticia que habla de que Bin Laden llevaba 5 años residiendo
en la casa donde fue localizado y muerto, un lapso de tiempo tan
excesivo que hace casi increíble que pasara inadvertido para sus
avezados perseguidores. Con lo cual, siempre que la especie se
confirme, habría que preguntarse a qué ha sido debido ese cambio
por parte del Pentágono, que ha pasado de su control remoto a la
tolerancia cero que decidió acabar con él. Todo ello, sabiendo
además que el operativo se ha realizado en Pakistán, un país
soberano aunque estrecho colaborador de Washington en la guerra de
Afganistán, por cierto un conflicto bélico que ya es el de mayor
duración de la historia norteamericana, por encima de Vietnam.

Y luego hay
otro escenario no menos chocante. Y es el que se refiere al reciente
y amplio cambio en el equipo de seguridad de la Casa Blanca. La
acción militar secreta contra Bin Laden se ha efectuado
prácticamente 72 horas después de que Obama nombrará a León
Panetta, director de la CIA, como nuevo secretario de Defensa, y
eligiera para el cargo dejado por éste al general David Petraeus,
hasta ese momento comandante en jefe de las fuerzas de EEUU y de la
OTAN en Afganistán. Una carambola de cargos que haría pleno en
orden a relanzar el prestigio del Barack Obama en sus horas más
bajas.

Por no echar
en saco roto otros hechos colaterales que se produjeron casi
simultáneamente, como si fueran parte de un tablero de ajedrez: el
atentado atribuido a Al Qaeda en Marruecos, socio preferente de
Estados Unidos en el Magreb, la escalada de la OTAN en Libia matando
a un hijo y varios nietos (civiles todos) de Gadafi y, lo más
importante de todo, la reconciliación entre la Autoridad Palestina
de Fatah (Cisjordania) y el Gobierno de Hamas (Gaza) poniendo fin una
división que ha beneficiado el status de Israel en la región. Un
calidoscopio que, con la anunciada «venganza» de Al Qaeda
por la eliminación de Bin Laden, puede anunciar la vuelta a la
estrategia de la tensión en el mundo árabe. Precisamente cuando sus
pueblos están optando por rupturas pacíficas y democráticas que
demuestran la inconsistencia del mantra del islamismo radical
predicado por los halcones de Washington y Tel Aviv.

Rafael Cid