Después de toda una legislatura de sobos y magreos mutuos, que culminó en una suerte de pacto de <cohabitación> en el País Vasco, PSOE y PP se aprestan a escenificar una feroz competencia virtual para intentar rebañar votos cara a las próximas elecciones. Con ese objetivo, el gobierno socialista rescata del baúl de los recuerdos el atrezo facha que persigue como una sombra al Partido Popular desde su fundación, a costa de la legalización de Bildu, que los de Rajoy califican de rendición, y así movilizar a abstencionistas e indecisos de izquierda que dieron la espalda a ZP por su reaccionaria política social.

Y los del PP, por su parte,
aprovechan la misma horma tildando al banquillo de Zapatero de
radical y antipatriótico para pescar entre los miles de votantes del
PSOE  lobotomizados por la cultura de derecha promovida desde el
poder socialista durante años para crecer sobre esa masa acrítica.
De esta manera los dos partidos hegemónicos de la segunda
restauración lega

Y los del PP, por su parte,
aprovechan la misma horma tildando al banquillo de Zapatero de
radical y antipatriótico para pescar entre los miles de votantes del
PSOE  lobotomizados por la cultura de derecha promovida desde el
poder socialista durante años para crecer sobre esa masa acrítica.
De esta manera los dos partidos hegemónicos de la segunda
restauración legado por el franquismo jalean a su manera al
resignado «voto útil».

Porque
buscar diferencias sustanciales entre la gestión gubernamental de PP
y PSOE es tarea de ufólogos. Hay matices, claro, temas en los que
los socialistas pueden parecer más progresistas que sus adversarios,
como en ciertas reformas de ciudadanía, de género y ucronías
morales, y otras en la que los cerriles conservadores se muestran
casi como la derecha civilizada, por ejemplo en el hecho de haber
frenado contrarreformas laborales cuando la protesta social se les
enfrentó, pero son excepciones que confirman la decepcionante regla.
Uno y otro cultivan el statu quo por encima de cualquier otra
consideración. La prueba son esos puntos comunes estratégicos que
los configuran como un tándem sistémico: militarismo por bandera
(guerra de Irak, Afganistán y Libia); recortes sociales
indiscriminados (decretazo, pensionazo y contrarreforma laboral);
máxima tolerancia con las clases dominantes (salida antisocial de la
crisis, favoritismo financiero, bancarización de las cajas de
ahorros, fiscalidad regresiva, pasividad ante la evasión fiscal,
etc.); políticas de exclusión que criminalizan la emigración (Ley
de Extranjería, paralización de los Acuerdos de Schengen); abuso de
posición dominante en la normativa electoral (desigualdad en el
cómputo de escaños según la cuota de las formaciones, Ley de
Partidos como apartheid ideológico); política energética
pro-nuclear); corrupción (urbanismo, Gürtel, EREs); alegal
financiación partidos; política educativa privatista y confesional;
promoción y defensa de los derechos humanos restrictiva (recorte del
principio de Justicia Universal); tutela activa del legado de la
dictadura ( procesamiento a Baltasar Garzón, Ley de Extranjería
como ley de punto final); y, por no hacer la relación interminable;
acción exterior sin referentes éticos (olvido del pueblo saharaui)
y sometimiento a los intereses de la iglesia católica (subvención
al culto, observancia del Concordato de 1979, prohibición de
manifestaciones de laicismo beligerante y jura y promesa de cargos
ministeriales ante la cruz y el crucifijo).

Y
lo siento por esos amigos y compañeros que temen primar a los ultras
si optan por la abstención responsable o se resisten al inútil voto
útil. En mi modesta opinión no estamos ante dos modelos
alternativos, una derecha y una izquierda. Lo que yo veo es un mapa
electoral de pensamiento único, que se reparte entre la extrema
derecha del PP y la derecha extrema del PSOE. Y lo de extrema derecha
lo pondría técnicamente en cuestión, habida cuenta de que esta
España «democrática» es el único país de la Unión
Europea donde los partidos de corte fascista que integraron el
Movimiento Nacional de la criminal Dictadura son legales, y que
sepamos hasta ahora ni el PSOE ni el PP han promovido leyes para
prohibirlos. Además, contra el PP, como contra Franco, se lucha
mejor: sus embestidas cargan las baterías de la izquierda ideológica
y social. Algo que en el caso del PSOE opera al revés, porque como
sus acciones son consideradas «fuego amigo» invitan a la
desmovilización contemplativa y al desarme ético y civil.

Por
no hablar de la patológica simbiosis que se observa en los
comportamientos de sus principales líderes, cortados por el mismo
patrón de sacar beneficio mercantil a su currículum público: un
José María Aznar, ex presidente del gobierno por el PP, en la
Endesa privatizada durante su mandato; un Felipe González, ex
presidente del gobierno por el PSOE, en comisión de servicio para
el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, y en el consejo de
administración de Iberdrola; un Rodrigo Rato, el «negado»
director gerente del FMI que no vio venir la crisis y ha sido
compensado con la presidencia de Bankia-Cajamadrid; y un ex jefe de
la Oficina Económica de Zapatero, David Taguas, que se pasa con
armas y bagajes de Moncloa a dirigir SEOPAN, la patronal de obras
públicas. Ah, para nota, un José Luis Rodríguez Zapatero que ha
nombrado director de la Comisión Asesora para la Competencia de
Moncloa a quien fuera número dos con Aznar en FAES, Miguel Boyer.

Con
lo que al margen de algunos aspavientos, piadosas mentiras y
golosinas mediáticas, si tomamos el cartabón y la regla, aquí y
ahora las diferencias están más en el continente (rancio en el PP y
progre en el PSOE) que en el contenido (statu quo a tope en ambos).
De hecho toda la artillería antisocial utilizada por el actual
gobierno socialista para la salida de la crisis provocada por sus
amigos de las grandes finanzas (los que continuamente le perdonan
deudas crediticias, según acaba de denunciar el Consejo de Europa en
el último Informe Greco) se disparó con el apoyo del Partido
Popular, una veces con el sí descarado de Rajoy, y otras con su
indiferencia cómplice.

Por
lo que hasta que no surja la necesidad sentida y de esa necesidad
social, mayoritaria, pacífica y democráticamente asumida, surja a
su vez la ruptura sistémica, no habrá cambio real en España sino
distintos procesos de metabolismo integrador que siempre se cerraran
con un avance legitimador de la cultura de derechas. El costroso
atado y bien atado. Que es al final la traca que esconde ese
movimiento pendular que nos invita a elegir entre la extrema derecha
y la derecha extrema el próximo 22 de mayo. Alguien puede pensar que
este análisis está lleno de prejuicios y perjuicios, que se hace a
brochazos y que la realidad de la buena es menos atrabiliaria, que
hay brotes verdes. Vale, aceptado.


Pero,
para no cerrar con un portazo, demos un último veredicto sobre el
asunto más trascendente que ha ocurrido a nivel político en los
últimos años: el voto favorable del Constitucional a Bildu,
acabando con una vergonzosa y fascistizante exclusión del derecho de
participación de un sector de la ciudadanía al amparo de la Ley de
Partidos facturada en su día por el PSOE. Ha sido una votación
pírrica, salomónica, 6 votos a favor frente a 5 en contra, que ha
abierto una brecha entre los tribunales de instancia y el de
garantías. Pero lo mejor ha sido la postura oficial del PP y la del
PSOE. El PP, meapilas y cutre como de costumbre, ha puesto el grito
en el cielo y ha llamado al «desacato». El PSOE, más cuco
y proceloso, ha dicho que la acata después de haber lanzado a la
Abogacía del Estado y a la Fiscalía del Estado a sabotearlo con la
patraña de ser una bandera de conveniencia de ETA. Como dijo el
ahora liberal Rubalcaba cuando Interior denegó la inscripción de
Sortu en el registro del ministerio y Jesús Eguiguren, presidente de
los socialistas vacos y abanderado de la distensión con el
soberanismo abertzale denuncio la «falta de valentía» de
Zapatero en el proceso.

La
diferencia está en la «masa».