Treinta años después del “caso Scala”, y con el movimiento libertario otra vez en esforzado ascenso, vuelve la termita del “calumnia que algo queda”. Cuando la deslegitimación popular del régimen constitucional surgido del 18 de Julio alcanza cotas de bochorno, y sus tribunales sofocan la clamorosa demanda ciudadana de investigar los crímenes del franquismo, surge un revisionismo con vitola de izquierda que pretende la recuperación de la memoria histórica contra un sector del bando de los vencidos que milita en la oposición social al sistema heredado.

Treinta años después del “caso Scala”, y con el movimiento libertario otra vez en esforzado ascenso, vuelve la termita del “calumnia que algo queda”. Cuando la deslegitimación popular del régimen constitucional surgido del 18 de Julio alcanza cotas de bochorno, y sus tribunales sofocan la clamorosa demanda ciudadana de investigar los crímenes del franquismo, surge un revisionismo con vitola de izquierda que pretende la recuperación de la memoria histórica contra un sector del bando de los vencidos que milita en la oposición social al sistema heredado.

Ahora la modalidad consiste en la incriminación del anarquismo en brutales actos de terrorismo en base a un soporte documental confeccionado con sorprendentes revelaciones : en un caso un acta extraviada durante la guerra y en el otro las “confesiones” de un energúmeno asocial inducidas por sus propios torturadores. Los últimos activos de esta ya contumaz saga de sedicentes “testigos de cargo“, que no pueden ser contrariados por sus damnificados, hace tiempo desaparecidos, tienen a los escritores Martínez Reverte (Jorge) y García Alix (Carlos) como protagonistas. Uno por su banal insistencia en la teoría de la conspiración cenetista en la matanza de Paracuellos a través de El País, medio que se ha distinguido por su cerrada oposición a la constitución de una comisión de la verdad sobre la dictadura, como solicita la ONU y el Consejo de Europa. Y otro por la exitosa proyección de su largometraje “El honor de la injurias”, sobre la figura del pistolero ácrata Felipe Sandoval, también ampliamente publicitado desde el mismo púlpito periodístico.

Con la intención de contextualizar estas interpretaciones históricas de parte, recuperamos dos viejos artículos sobre el primer tema y aportamos una reciente opinión sobre el segundo.


14/11/2006-Paracuellos y la CNT

¿Tuvo responsabilidad la CNT en la matanza de Paracuellos ? No, si nos atenemos a los hechos probados. Hechos contundentes relatados por la historiografía más solvente. Lo sostienen testimonios de primera mano de personas que reivindicaron la altruista actitud del faista Melchor Rodríguez, a la sazón director general de prisiones en el ministerio de Justicia dirigido por García Oliver. Son innumerables los relatos de gentes de la derecha, incluso fascistas de alta alcurnia, que reconocieron públicamente al ex novillero Rodríguez como el dirigente de la CNT que les salvo la vida acabar resueltamente con las terribles “sacas” o “paseos”. “Sacas” y “paseos” realizados clandestinamente por sectores estalinistas empotrados en la consejería de Orden Público de la Junta de Defensa, el organismo creado Largo Caballero para defender Madrid mientras el grueso del Gabinete se ponía a mejor recaudo en Valencia.
Es más, son igualmente numerosos los testigos de cargo que aseguran que el máximo responsable de las cárceles republicanas en esa coyuntura, con las tropas franquistas a punto de romper las trincheras de la Ciudad Universitaria, se enfrentó a la turba enfurecida que clamaba venganza contra los presos fascistas por los criminales bombardeos de su aviación sobre la población civil. Esas crónicas, de parte del adversario político, hablan de un Melchor Rodríguez impidiendo pistola en mano que la avalancha humana se cebara sobre los indefensos reclusos.

Hasta aquí los hechos probados. Pero ahora vienen los contrafácticos. O sea, lo que pudo ser si se interpreta en dirección de la corriente preestablecida un documento encontrado recientemente en los archivos de la CNT. Y eso precisamente es lo que sugiere Jorge Martínez Reverte, el autor del hallazgo, en un artículo publicado en el diario El País el pasado domingo 5 de noviembre bajo el título “Paracuellos, 7 de noviembre de 1936”. Porque aunque dicho texto incluía como subtítulo que “Agentes de Stalín indujeron la matanza de presos sacados de las cárceles de Madrid”, la verdadera aportación histórica al caso es la exégesis de un acta del Comité Nacional cenetista donde el anarquista Amor Nuño, responsable de Industria de Guerra en la Junta de Defensa, cita un acuerdo con los comunistas de la de Orden Público para proceder a la “ejecución inmediata, cubriendo la responsabilidad de los presos fascistas y elementos peligrosos”.

Eso es lo que sostiene, con soporte documental, el historiador Martínez Reverte, un escritor y periodista metido a cronista de la guerra civil que siempre se ha caracterizado por el rigor y la profesionalidad de sus trabajos, del que personalmente tengo la mejor opinión. ¿Comunistas y anarquistas juntos como matarifes y no a la greña comme il faut ? Ciertamente suena muy fuerte y contradice toda una trayectoria de teoría y práctica de la CNT y el Movimiento Libertario. Porque como recordaba precisamente la víspera en ese mismo periódico el historiador Julián Casanova (“Anarquistas en el Gobierno de la República”, El País, 4 de noviembre), fue “un anarquista de acción como García Oliver quien consolidará los tribunales populares o creará los campos de trabajo, en vez del tiro en la nuca para los presos fascistas”. Por no hablar de la proverbial aversión de los libertarios a la “pena capital”, hasta para sus peores enemigos, como quedará metaforizado en la elección de un sacerdote, Jesús Arnal, como secretario personal de Buenaventura Durruti en el frente de Aragón cuando el legendario anarquista comprendió que su “adopción” era la mejor manera de proteger al religioso.

Lo que ocurre es que el artículo de referencia evita la gesta de Melchor Rodríguez y no habla de la actividad humanitaria de García Oliver al frente de la cartera de Justicia y, en ese des-contexto, cobra fuerza implicatoria la atribución del acta de la CNT/Amor Nuño dixit. Es el vértigo del fetichismo documental frente a los hechos constantes y sonantes. Que puede dar vida y sentido a actos inanimados, referidos o pensados, recreando una realidad virtual o contrafáctica, una realidad capaz de suplantar la verdad histórica. Aquí también, como en la caricatura, a veces tiran más dos tetas que dos carretas. Sobre todo, y este es el gran pero que cabría hacer al trabajo de Martínez Reverte, si al final del mismo documento del Comité Nacional de 8 de noviembre de 1936, que oficializa la macabra amalgama contra natura entre comunistas y ácratas, aparece la expresa autorización de todos los presentes para que “el compañero Melchor Rodríguez” acepte el cargo de Director de Prisiones (Jorge Martínez Reverte, La batalla de Madrid, 2005, p.581). ¿Cómo entender, pues, que se planifique fríamente una matanza de presos de esa envergadura desde el órgano que al mismo tiempo trabaja para acabar legalmente con sacas y paseos en cuanto el ministerio de Justicia consiga arrebatar las prisiones de Madrid a la consejería de Orden Público dirigida por Santiago Carrillo ?

Lo tortuoso de la matanza del 6 y 7 de noviembre de 1936 es que parece un enigma envuelto en un misterio, por usar el aserto de Churchill sobre la China de Mao-Tse-Tung.
El misterio es que existe un acta que presume implicar a los que de hecho luego acabaron con las matanzas sin parar en riesgos ni en la incomprensión con que esa acción sería recibida en las filas comunistas que llegaron a denigrarlos como “colaboracionistas”. El enigma, que haya pruebas fehacientes que determinen la responsabilidad al más alto nivel de quienes en la Junta de Defensa debían velar por la integridad de las cárceles. Me refiero a esa piña formada por Santiago Carrillo, consejero de Orden Público ; Segundo Serrano Poncela, delegado de Orden Público ; Fernando Claudín, delegado del Gabinete de Prensa y Federico Melchor, delegado para las fuerzas de Seguridad, Asalto y Guardia Nacional Republicana, fieles peones todos ellos de la causa estalinista (1)

Martínez Reverte resalta el pestilente rastro estalinista de aquellos asesinatos masivos perpetrados coincidiendo con la fecha del aniversario del triunfo de la Revolución Rusa en el entorno de un escogido grupo liderado por el tándem Carrillo-Claudín. Un elenco que pronto arrostraría el dudoso honor de dirigir las purgas decretadas por José Stalin contra dirigentes de primera hora del PCE como Antonio Beltrán, Heriberto Quiñones, Gabriel León Trilla, Jesús Monzón y demás “camarilla liquidacionista”. Porque Carrillo y Claudin no sólo “rehabilitaron” sus oscuras biografías para una fabricarse una posteridad heroica. Además, y posiblemente por eso mismo, tildaron de “provocadores”, “agente inglés” “colaboradores del régimen franquista” (Claudín de Quiñones y Beltrán) y “revisionistas” a sus antiguos compañeros, denunciando (Carrillo) incluso a su propio padre por “traidor” mientras proclamaba que “cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin”.

Todo ello al servicio de una causa que, en agosto del 39, cuando aún humeaban los rescoldos de la derrota republicana y la represión fascista sobre los vencidos alcazaba cotas de genocidio, pactaría con el Tercer Reich haciendo posible la invasión y el reparto de Polonia entre Hitler y Stalin y con ello el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

(1). En la órbita de ese núcleo de seguridad comunista diseñado por Santiago Carrillo en la consejería de Orden Pública de la Junta de Defensa habría que situar también a Julián Grimau, secretario de la Comisaría General Espacial de lo Criminal, y uno de los responsables directos de la represión contra el POUM que culmino en la “desaparición” de Andrés Nin el 16 de junio de 1937, en Barcelona, tras ser detenido por unos policías llegados desde Madrid (Ver Sumario Número Uno del Tribunal Especial de Espionaje y Alta Traición). Destacado resistente antifranquista y responsable del PCE en el interior, Grimau fue detenido por la policía de la dictadura en 1962 y fusilado al año siguiente tras ser sometido a continuas torturas en la Dirección General de Seguridad de Madrid. En 1989, su viuda solicitó sin éxito la anulación del juicio sin garantías que sirvió para dar apariencia jurídica a su asesinato legal.


7/11/2007-“Lo de Martínez Reverte sobre Paracuellos es completamente mentira” (Gregorio Gallego)

Hasta donde yo conozco, de todas las fundaciones o similares que trabajan en la difusión del pensamiento libertario, la más dinámica, prolífica, rigurosa y capaz sin duda es la Anselmo Lorenzo. Este centro, vinculado a CNT, se ha convertido por derecho propio en un lugar de referencia indispensable para cuantos deseen hallar materiales den interés sobre el movimiento anarcosindicalista, historia, experiencias, personalidades, análisis y teorizaciones. Decir Fundación Anselmo Lorenzo es nombrar hoy, sin desmerecer de cuantas otras empresas similares están en la ciclópea aventura de rescatar el acervo anarquista de la censura del mercado, a la editora que está poniendo en circulación la bibliografía, tradicional y contemporánea, más valiosa sobre el devenir y el porvenir de las “idea”.

La FAL cumple una misión encomiable en condiciones adversas y fundamentalmente gracias al tesón y al cierto de sus integrantes. Por eso mismo la fundación -o quien tutele los archivos de la CNT- han contraído una responsabilidad que difícilmente podrán soslayar. Me refiero a la cuestión matanza de Paracuellos. Hace ahora algo más de un año, el diario El País publicada una doble página sobre el tema escrito por el veterano periodista e novel historiador José Martínez Reverte, en realidad una recreación para el diario de lo que sobre el caso tenía publicado en su libro La defensa de Madrid, aparecido en 2005, en vísperas del setenta aniversario de aquella heroica defensa popular que conmovió al mundo.

En ese texto, Martínez Reverte hacia una revelación y refutaba lo que hasta entonces había sido una creencia, soportada por diversos testimonios, sobre la responsabilidad de aquella masacre que llevó a la ejecución arbitraria de decenas de prisioneros del bando nacional cuando las tropas de Franco amenazaban la capital.

En su relato con aires de exclusiva editorial, el historiador aseguraba que, lejos de haber sido obra de allegados al consejero de Orden Público del momento, Santiago Carrillo, la brutal razzia fue organizada por Amor Nuño, un miembro de la ejecutiva CNT destacado en la primera Junta de Defensa de Madrid. Y soportaba su afirmación con un dato que parecía dar fe notarial a la revelación : el hecho constaba en un documento depositado en los archivos de la CNT (¿Fundación Anselmo Lorenzo ?) al que él había tenido acceso.

En el momento de aparecer el reportaje, algunos expresamos serias dudas sobre la veracidad contextual de semejante “descubrimiento”. Jesús Salgado en documentada réplica denunció su debilidad argumental al demostrar que el Amor Nuño que Martínez Reverte daba por desaparecido-muerto tras los hechos era el mismo que “resucitaba” en la crónica Nosotros los asesinos, del periodista Eduardo de Guzmán, antiguo director de Castilla Libre, órgano de la regional centro de la CNT, y en el libro del también libertario Jesús Leiva Memorias de un condenado a muerte, sobre el vía crucis de los derrotados republicanos en los campos de concentración y exterminio franquistas. Por su parte, el que estuvo escribe, también puso en cuarentena la pista Amor Nuño puesto que introducía un notable elemento de incoherencia en la saga de aquellos acontecimientos, todas vez que es notorio que fueron precisamente significados militantes anarcosindicalistas, como el ex director general de prisiones y faista Melchor Rodríguez, quienes se opusieron con más decisión a las sacas y los paseos de encarcelados.

Pero el relativo éxito del libro y la difusión que esa tesis alcanzó gracias a la lanzadera ofrecida por el periódico El País, dejó el asunto en tablas, no obstante contar con opiniones de investigadores y especialistas en ese periodo de nuestra historia que recelaban de esa sobrevenida versión (ver Helen Graham, La República española en guerra 1936-1939, 2006, 492-493). Yo mismo, conocedor de la trayectoria profesional del periodista, mostré mi extrañeza de que Jorge Martínez Reverte, persona muy próxima a Fernando Claudín, no ofreciera ningún testimonio de quien, como brazo derecho en su día de Carrillo en Orden Público, debía haber sido poco menos que testigo de cargo del suceso.

Chocaba también que en el libro La defensa de Madrid, apareciera la referencia a Gregorio Gallegos, viejo y destacado militante de la CNT, en el rutinario capítulo de “agradecimientos”, lo que hacia sospechar que Martínez Reverte había consultado al respecto a Gallego, que vivió en primera línea la batalla de Madrid, y que éste no había desmentido su aportación implicando a la CNT en la matanza de Paracuellos.

Pero coincidiendo con el reciente fallecimiento de Gregorio Gallego, El Solidario, periódico de Solidaridad Obrera, pública en su número 13 “la última entrevista” con Gregorio gallego en donde el escritor y destacado militante libertario niega rotunda y enfáticamente la acusación hecha por Martínez Reverte contra la CNT de entonces en la figura de Amor Nuño. Aparte de referir que él personalmente ayudó a huir a José Cazorla, dirigente del PCE que sucedió a Carrillo en la JD, y que Cipriano Mera cursó órdenes para liberara a los presos antifascistas detenidos por distintos motivos (“de hecho a bastantes prisioneros se les proporcionó pasaportes para marcharse a Valencia”), responde a la pregunta sobre la relación de Nuño con Paracuellos : “Eso es mentira completamente. Yo no sé quién pudo hacer eso, pero sé que reciben una orden de traslado a Valencia para juzgarlos, porque ya estaban desapareciendo presos en las checas del PCE y claro no podía permitirse que s les quitase la vida a las personas sin juzgarlas, sin permitir que se defiendan o justifiquen sus actos. Y en este caso al llegar a Paracuellos se los cargan (…) De eso podéis decir que es mentira, que los historiadores objetivos, neutrales que investigan la verdad sabrán que ahí no estuvieron ni Amor Nuño ni la CNT, lo que nosotros pretendíamos era salvar vidas”.

Las palabras póstumas de Gregorio Gallego cuando Martínez Reverte no parece haber rectificado su versión, deja pelota en el campo de la Fundación Anselmo Lorenzo (¿”los que cuidan los papeles de la CNT” ?, según Martínez Reverte). Ella y quienes custodien “los archivos de la CNT” pueden ahora confirmar, matizar o desmentir la existencia de la prueba en sus archivos que aduce el historiador. No sólo se trata de una aclaración necesaria y pertinente en unos momentos en que arrecian historias escritas y visuales de macabros personajes que utilizaron la militancia anarcosindicalista como salvoconducto para perpetrar todo tipo de desmanes. Me refiero a la segada difusión en los medios del documental sobre Felipe Sandoval, vendido por El País con el título de “El verdugo anarquista” y el libro sobre “Miquel Mir, El diario de un pistolero anarquista”, igualmente publicitado por El Mundo. Es incluso una responsabilidad moral que incide directamente en esa necesaria recuperación de la memoria histórica negada. Sin miedo a la verdad. O eso, o seguir dejando que unos y otros nos cuenten cómo paso.


3/12/2008- La “confesión” del caso Sandoval

“El honor de las injurias” es un documental espléndido. Magnífico. Brillante. Bien contado. Con vigor expositivo y ajustada dramatización. Un caso ejemplar, en muchos aspectos, de eficacia narrativa. De hecho, asistir a la recreación de la peripecia vital de Felipe Sandoval es un ejerció de didactismo cinematográfico. La convulsa España de los años treinta y sus luchas sociales encuentran en el largometraje de Carlos García Alix un referente de enjundia y notable factura.

Pero esconde una objeción, y no es pequeña ni inocente. “El honor de la injurias” es una obra para desmemoriados, amnésicos y puede que hasta para revisionistas. Serán aquellos que olvidaron oportunamente, nunca pasaron de los titulares o se adscriben al bando del “totum revolutum”, los que más se sientan tentados por la historia del “asesino de sí mismo”.

El tobogán de secuencias de un Sandoval hijo del arroyo metido a vengador social, atracador de la clase obrera, expropiador de ricachones, activista anarquista y miembro de los grupos de defensa confederal de la CNT, ejemplarmente arropadas por documentos e imágenes rescatadas de la incuria de los archivos, es contundente. Y lejos de mostrar “un caso”, el “caso Sandoval”, pretende convertirse en el paradigma de la funesta manía de la rebelión. Así, el revolucionario Sandoval, aunque quede claro a lo largo del relato que jamás robó para su propio beneficio sino para ayudar a los obreros presos, financiar a la prensa proletaria o combatir a la patronal y sus sicarios, aparece como un cruce entre Luis Candelas y Charles Manson. Un rostro digno del escalpelo de Lombroso ayuda a esa categorización. En la pantalla el personaje devora a la persona.
Prueba de que no existe el “caso Sandoval” aislado sino retroalimentado son esos elocuentes planos del que fuera ministro de por la CNT en la II República, Juan García Oliver, reclamado la paternidad del terrorismo obrero ante el féretro de Buenaventura Durruti, otro que como Sandoval y él mismo llevaron la acción directa hasta la expropiación de los explotadores. Un ignorante bienintencionado, un amnésico o un revisionista pueden deducir con todo lujo de detalles que gentes como ellos, que no escaseaban en aquel dramático crisol social, eran una cuadrilla de auténticos mafiosos.
El diario El País, adelantado en la oposición al proceso de recuperación de memoria histórica (“de “ajustes de cuentas” lo ha calificado Javier Pradera), dedicó dos páginas en días y secciones distintas a la película remarcando ese perfil gansteril del biografiado.
Porque, parco a la hora de contextualizar el momento concreto (se dice que la CNT tenía 200.00 afiliados en 1930 pero no se cuenta que pasaba del millón al comienzo de la guerra y era la principal fuerza obrera) y las circunstancias exactas (se relaciona la llegada de Carrillo a la Junta de Defensa como el restablecimiento del orden obviando cualquier referencia a la matanza de Paracuellos cometida bajo su directa responsabilidad y que una parte de la Checa de Fomento donde actuaba Sandoval paso a depender del consejero de Orden Público ), la brutal singladura de Felipe Sandoval queda despojada de cualquier marco histórico por empacho de microcrímenes.
Sandoval sería así, como ha reconocido su director, el verdugo que toda revolución necesita. ¿Violencia gratuita ? ¿Patología asocial ? Lo que está claro es que resulta difícilmente defendible (aquí aparece el revanchismo revisionista) una organización, por muy libertaria que se proclame, que encumbra a semejantes personajes.

Eso es lo que chirría en “En el honor de al injurias”. Sobre todo si los máximos exponentes públicos de la CNT que por allí desfilan sólo actúan en su minuto de gloria como pistoleros y matones. Nos referimos a la irreparable elipsis de García Oliver como anarquista humanitario en la cartera de Justicia acabando con las sacas, paseos y sentencias extrajudiciales a través de su director general de prisiones, el miembro de la FAI Melchor Rodríguez. El hombre que pistola en mano impidió que se repitieran otros Paracuellos en proyecto. El revolucionario anarquista que solía proclamar : “Por las ideas se puede morir, nunca matar”.

“El honor de la injurias” es un magnífico trhiller político de una etapa crucial a través de un mal ejemplo. Lástima que derrape en los detalles-clave. Como dice el escritor cenetista Eduardo de Guzmán en el prólogo de su libro “Nosotros los asesinos”, ese guión oculto de la película “El honor de las injurias” al que el metraje debe monólogos enteros :”Mil veces nos llamaron criminales, y aunque nuestra conciencia rechazaba como terriblemente injusta la palabra ofensiva, acaso lo fuéramos realmente por haber recurrido también a la violencia cuando siempre habíamos abominado de ella”.
La verdad del caso Sandoval es un daguerrotipo de frente y de perfil de un “asesino de sí mismo”, la confesión de un burócrata de la represión “hábilmente” interrogado por la policía de la dictadura. Pero sólo eso. Lo demás son dobles y deshonestas intenciones.


Fuente: Rafael Cid