La noticia de la muerte este verano en el exilio francés (ya su segunda patria por ingratitud de la primera) de Sara Berenguer, la destacada feminista fundadora de Mujeres Libres, una organización que junto a la CNT, la FAI y la FIJL representa el músculo ético-intelectual del Movimiento Libertario español, induce a reflexionar sobre cuál, de ser alguna en concreto, podríamos citar como la esencia, la raíz última, del anarquismo que gentes como ella representaron.

La noticia de la muerte este verano en el exilio francés (ya su segunda patria por ingratitud de la primera) de Sara Berenguer, la destacada feminista fundadora de Mujeres Libres, una organización que junto a la CNT, la FAI y la FIJL representa el músculo ético-intelectual del Movimiento Libertario español, induce a reflexionar sobre cuál, de ser alguna en concreto, podríamos citar como la esencia, la raíz última, del anarquismo que gentes como ella representaron.

SARA BERENGUER, EL FACTOR HUMANO
Se podría pensar en ideales como libertad, justicia, igualdad, solidaridad. En principios como acción directa, propaganda por el hecho (tan mal y violentamente entendida aún) y federalismo de base. Incluso cabría hurgar en aspectos instrumentales como el laicismo militante, la dimensión antiautoritaria, el naturismo vital, el antiestatismo o el antipoliticismo. Pero ninguno de estos atributos satisface plenamente lo que a mi modesto entender constituye el valor (de cambio y de uso a la vez) determinante del ser anarquista (no se nace, se hace y se pace anarquista). Lo que hace que el anarquismo sea en la práctica diaria constante e irrenunciable de sus seguidores el supremo ejemplo de auténtica democracia, una democracia de demócratas, una democracia de proximidad : la demo-acracia.

Y la solución a esa pregunta la facilita Max Stirner, ese pensador inclasificable que llevó al individualismo hasta el desiderátum patológico del egoísmo (mal entendido). Fue Stirner quien escribió “un hombre completo no necesita ser una autoridad”, y en esta afirmación, sin duda imbuida de su radicalismo solipsista, se encierra la mejor definición del anarquismo de carne y hueso que conocemos. Un hombre, o una mujer, corriente, así tomados de uno en uno (como dice el hermoso poema de José Agustín Goytisolo cantado por Paco Ibáñez), íntegro, no necesita ser una autoridad, o sea, no necesita ser “superior” empobreciéndose, deshumanizándose. Y no lo necesita porque un hombre completo, una mujer completa, son seres humanos, personas, y cualquier otra piel que les haga salir de esa primera naturaleza, a la vez íntima y social, significa devaluarse, es una autosuplantación que no vale lo que cuesta, que confunde valor y precio, y conduce a extrañarse del mundo-naturaleza para ganar un encumbramiento tan artificial como absurdo.

En la sociedad de explotación y dominación realmente existente hay muchas desigualdades, todas ellas lacerantes. Pero quizás la más perniciosa de todas por su aparente espontaneidad, la que más perjuicio y prejuicio provoca a la causa de la emancipación, a la justa causa de la autodeterminación de las gentes y de los pueblos, es la que se ha convertido en esa especie de segunda piel que con toda naturalidad interpreta la vida social en clave binaria de famosos y ordinarios. Todos los días, a todas las horas, en todos los sitios, la expresión vivencial se establece entre gentes tocadas por una singularidad sobrevenida y personas sin atributos, famosos y don nadies, apocalípticos e integrados. Los famosos son la cara aristocrática de la sociedad y el modelo a seguir, lo que hoy lamamos lo políticamente correcto. Y los anónimos son los productivos del montón que, mientras cumplen con su papel de mantenedores del sistema, aspiran, insatisfechos, a que algún día su nombre también destaque entre la masa. No se trata tanto de la dualidad hombre rico- hombre pobre, sino más bien de la que se establece entre zombis y humanos que, en su esquizofrenia, ansían su minuto de gloria.
Esta es la primera línea defensiva-ofensiva del sistema de exclusión en que nos movemos, y a partir de esta verdadera trepanación cultural se construyen en el imaginario colectivo todas las falsas entidades que van armando, pieza a pieza, paso a paso, el gran panóptico de la servidumbre voluntaria. Las cartas que escribimos se encabezan rutinariamente con un tratamiento elitista : señor don, ilustrísimo, excelentísimo. Las esquelas de los difuntos que insertamos se subrayan con otra etiqueta : viuda de don fulano de tal : antiguo profesor de la universidad equis ; jubilado de la Bazán que fue. Y en el trato directo, cuando nos presentan a una persona, nada más el apretón de manos viene consignado el rango : “Luis García, director del banco zeta”, “Alfred Mayo, notario”. Nombres heredados y roles sociales asumidos. ¡Ay de aquella sana costumbre de la revolución francesa de promulgar un nuevo calendario civil y bautizar a las recién nacidos con hermosos nombres como Floreal, Libertad, Heleno, sin encadenamiento mental con los reyes de la baraja de la historia oficial. Las personas, así tomadas de una en una, son como polvo, no son nada. El personaje, la máscara, el papel de oficio ha desplazado al ser humano que vive, sufre, goza y muere. Y con ello se ha producido la gran mutación, la más profunda división, que hace posible esa existencia en cautividad que llaman sociedad de consumo, y cuyo efecto placebo hace que, generación tras generación, al final nos olvidemos de quiénes somos y dónde estamos.
Un hombre completo, una mujer completa, no necesitan ser una autoridad. Y cuando esos hombres y mujeres se gustan, se encuentran bien bajo su propia piel, el egoísmo bien entendido deviene en altruismo, en comprensión del prójimo por próximo y semejante, y el espíritu se torna solidario e indomable y se subleva ante la injustica y la tiranía. Ese es el ser humano, sencillo en su humanidad y rico y complejo en su disparidad, que en momentos críticos asombra al mundo produciendo obras únicas, realizando hazañas inimaginables, llevando a cabo sacrificios sin cuento. Sin buscar el elogio o la recompensa porque así debe ser, ni deberes sin derechos ni derechos sin deberes. Es en esas circunstancias históricas cuando las sociedades liberan energías creativas que producen manifestaciones de heroísmo civil que renuevan la esperanza en el género humano : la Comuna de París de 1871, la lucha por la jornada de 8 horas o la resistencia del pueblo de Madrid en 1936. Y tantos otros hechos menudos que nunca salen en los periódicos, ni en la radio, ni en la televisión, medios que median por su consabida mediocridad, auténticos sumideros de famosos, estrellas, personajes y celebridades, y de zoquetes aspirantes al in-mundo Gotha .

Mujeres y hombres anarquistas -y no sólo anarquistas- que hablan de tú a tú a los grandes y poderosos y con humildad a los débiles. La corsetera-escritora Sara Berenguer, el albañil-general Cipriano Mera, el vidriero-ministro Juan Peiró ; el campesino-editor José Peirats, éstas son las gentes que han movido el mundo mientras las personalidades y los honorables buscaban las impunidad de las alcantarillas a la espera de otro golpe de suerte que les encaramara al podio. Rebeldes con causa, revolucionarios responsables, dinamita cerebral, ovejas negras, dignísimos ciudadanos, demó-acratas, que con su oposición frontal al culto a la personalidad ceban la necesaria biodiversidad que el planeta-mundo necesita para existir y avanzar generación tras generación. Ilustrados sin maestros, sabios sin escuela, obreros, trabajadores, que nunca podrán comulgar con ruedas de molino ni con ostias bendecidas por brujos y matapobres.
El factor humano, la política participativa entre libres e iguales, es lo que hizo de la democracia ateniense, con todas sus exclusiones de origen, un hito histórico. En la era actual, con un desarrollo técnico-científico nunca visto, la decadencia del factor humano hace que bajo la apariencia de prosperidad y riqueza material se oculte una sociedad competitiva y despiadada donde, como en las ápocas más oscuras, el hombre sigue siendo lobo para el hombre. Avanzamos retrocediendo.

El próximo 2011 llevaremos el mismo tiempo de democracia otorgada (1975-2011) que el que supuso la dictadura franquista (1939-1975) : 36 años como ecuador de un periodo y otro. Son dos etapas incomparables, ciertamente, distintas y distantes. Pero, y por eso mismo, no se comprende que ahora igual que entonces nuestras señas de identidad sigan siendo Dios, la Patria, el Rey, los Toros y el Fútbol. Hemos cambiado muy poco en lo realmente esencial y transformador, porque ha habido una inflación de autoridades y un déficit de personas. No hay más que ver de qué manera los medios de comunicación, conforman una opinión pública sumisa ante la violencia social y laboral del Estado-Gobierno mientras exaltan los valores de tardofranquistas como Juan Antonio Samaranch y de fraguistas de toda la vida como Carlos Mendo, el que fuera director de la agencia EFE (con efe, de Franco) en plena dictadura y acto seguido, en la democracia, fundador de El País. Treinta y seis años triunfales y vacios.

Rafael Cid