Escribo estas líneas al filo del 27 de septiembre. Cuando se cumplen 32 años del último asesinato político colectivo del franquismo. Los fusilamientos del 75 aún no han prescrito en la memoria resistente de aquella dictadura. De momento. Así será, mientras la ley socialista en trámite no consuma el crimen perfecto de un olvido de cinco estrellas.

Escribo estas líneas al filo del 27 de septiembre. Cuando se cumplen 32 años del último asesinato político colectivo del franquismo. Los fusilamientos del 75 aún no han prescrito en la memoria resistente de aquella dictadura. De momento. Así será, mientras la ley socialista en trámite no consuma el crimen perfecto de un olvido de cinco estrellas.

Sobre todo porque en la calle una nueva generación reniega de la sórdida trama con que se perpetró el consenso con los verdugos. Ya les contaron cómo paso y no tragan. Tienen la osadía de pedir responsabilidades hacia lo más alto. Con un enorme sentido de la inoportunidad, para más inri. Cuando precisamente en los medios de comunicación, entre la clase política, en las tertulias y en los consejos de administración, o sea entre la gente que importa, se ensalza el papel de Rey como “motor del cambio” y de Adolfo Suárez como “arquitecto de la transición”.
Sin demasiada fortuna, sin embargo. Los renegados tienen otra visión más pedestre. Recuerdan al entonces sucesor de Franco, el príncipe Juan Carlos, y al secretario general del partido fascista, Suárez, mudos ante la siniestra matanza de Hoyo de Manzanares. Saben que no arriesgaron sus carreras para impedir las ejecuciones. Conocen que el que luego sería presidente del primer gobierno postfranquista por designación real dejo hacer. No olvidan que el actual Jefe del Estado posó junto a Franco durante el acto de adhesión celebrado en la plaza de Oriente en desagravio contra las protestas desatadas en Europa por los “ajusticiamientos”.

Pero sólo ellos, jóvenes gamberros, según un cronista de prestigio, parecen recordarlo con consecuencias éticas y políticas. El país oficial de los despachos no sabe, no contesta. Ha saltado página y está en otra cosa. ¿Para qué remover el pasado si España va bien ? Y alguna razón tendrá la claque conformista cuando en el Album de Imágenes de la Transición editado por el diario El País esa foto-denuncia ni siquiera aparece. ¡Que la realidad no estropee una buena historia !

Por el contrario, lo que si funciona es la contraprogramación periodística e institucional. Ilustres plumas postulan la afinidad frankenstein entre el principio democrático y el principio monárquico (Javier Pradera). Prestigiosos analistas asimilan a los quemacoronas con “jóvenes con dudas existenciales propias de la época de la formación de la personalidad” (Joseph Ramoneda). Y desde la izquierda placeba se iyen voces que advirtiendo que tras la oleada republicana se oculta una conspiración de la extrema derecha y de Aznar por haberles salido rana la monarquía del 18 de julio.

Lástima que nuestros sicofantes de cabecera no se hayan dado cuenta de que el borbonato hace estragos y arrejunta extraños compañeros de cama. Pasan por alto augures y patricios que un todoterrreno del aznarismo, el director del diario El Mundo, ayer hagiógrafo de los 5 fusilados por el tirano (El año que murió Franco), pilota la defensa mediática de la Casa Real por tierra, mar y aire. Aunque menos aún perciben que con su descalificación de la disidencia republicana están reproduciendo al peor franquismo cuando tildaba de antiespañoles a la oposición democrática.


Fuente: Rafael Cid