La finalidad de la economía que padecemos, la del capital globalizado, no es la satisfacción de las necesidades de la gente, sino la producción de beneficio, de plusvalor. Dado que la única fuente de plusvalor es el trabajo -bajo la forma de trabajo asalariado-, la extensión y consolidación del capitalismo global depende de la extensión y consolidación del trabajo asalariado.

La finalidad de la economía que padecemos, la del capital globalizado, no es la satisfacción de las necesidades de la gente, sino la producción de beneficio, de plusvalor. Dado que la única fuente de plusvalor es el trabajo -bajo la forma de trabajo asalariado-, la extensión y consolidación del capitalismo global depende de la extensión y consolidación del trabajo asalariado.

La globalización del capitalismo impulsa la universalización de la forma mercancía. Cosas que no son mercancías, como el trabajo humano, deben comportarse como tales. Pero el trabajo, inseparable de la persona que lo realiza, no es una mercancía, sino que es vida. A diferencia de las materias primas y las herramientas, que cuando son compradas por el capital, ingresan en el proceso laboral separadas de sus dueños anteriores, la fuerza de trabajo entra en el proceso de producción de capital inseparablemente unida a su dueña anterior, a la persona que trabaja. La fuerza viva del trabajo humano tiene la peculiaridad de vivificar el trabajo acumulado, muerto, presente en materias primas, máquinas y tecnología, para crear productos útiles para la vida.

Pero en el capitalismo, lo único importante es la capacidad de dicha fuerza de trabajo para crear más valor del que se le devuelve para su mantenimiento, en forma de salario.
A menudo se confunde el trabajo, que es el gasto de energía física y mental necesario para producir la base material de la vida humana, con el trabajo asalariado. Sin embargo, éste último es sólo la forma que adopta el trabajo hoy. Cuando el capital llegó no se encontró el trabajo asalariado esperándole. El capital necesita para desarrollarse separar a la gente de sus propios medios de producción, de subsistencia y de apoyo mutuo.

La creación del «trabajador libre» consiste en arrancar a las personas de sus redes tradicionales de pertenencia y producción social para exponerlas, aisladas, al mercado de trabajo controlado por los empresarios. Antes de producir riqueza, el capitalismo necesita producir el hambre, como aguijón que impulse a los individuos a acudir «libremente» al mercado de trabajo.
El capital, succionador compulsivo de plustrabajo humano, aparece como el principio democrático y cooperativo, como sinónimo de civilización.

Sin embargo, el poder productivo del capital es sólo el poder productivo social expropiado mediante una violenta lucha de clases unilateral. En los sistemas parlamentarios de mercado, los derechos humanos, principalmente de las personas trabajadoras, a pesar de estar protegidos por la Constitución, son violados de forma generalizada. El derecho del capital a obtener beneficios, tiene más fuerza que los derechos y libertades fundamentales de las personas, incluido el derecho a un empleo (derecho a que te exploten para sobrevivir). El derecho al trabajo, es sólo un permiso de trabajo en manos de los empresarios, propietarios monopolistas de los puestos de trabajo.

En el capitalismo moderno, la reproducción ampliada del capital no sólo se realiza en el interior de las empresas, sino en toda la sociedad. No sólo el trabajo, también la ciencia, la tecnología, la educación, la justicia, la información, incluso la política y hasta los deseos de las personas, son incorporados, subsumidos a la lógica del capital. En este sentido, el modo de producción capitalista no sólo es un modo de producción económica, sino un modo de producción social. No sólo se producen mercancías sino que también se producen relaciones sociales funcionales a la producción del capital.

Se producen individuos dispuestos a vivir una vida basada en la producción y el consumo de mercancías, indiferentes a todo lo demás y prisioneros de una paradoja : a pesar de reducir su propia naturaleza humana a la dimensión productiva y deseante que el capital necesita, muchos no pueden hacer lo único que quieren hacer (producir y consumir). El trabajo asalariado no permite vivir sino, en el mejor de los casos, sobrevivir torpemente.

La fuerza constructiva -y destructiva- del capital es la fuerza de la abstracción real que le constituye. Su única debilidad es que la abstracción pueda ser reconocida como tal. Eso haría imposible su furia, su estado de equilibrio que es el de una acción tan abstracta como ciega. Lo que la abstracción deja aparte y subyuga, puede volverse contra ella si su acción no es lo suficientemente furiosa.

La subsunción del trabajo en el capital, implica procesos de uniformidad y homogeneización de la vida humana enormemente violentos. Es sorprendente que sus innumerables víctimas no comparezcan en la escena social como una fuerza capaz de interrumpir un progreso basado en la destrucción, la soledad y el miedo. Una de las razones para que esto no ocurra, además del monopolio de la violencia por parte del Estado, es la debilidad de la crítica teórica al capital, o lo que es lo mismo, la debilidad de la crítica al trabajo asalariado.

El anarcosindicalismo debe de ser la restitución de la dimensión social de la persona, la moderación de los deseos individuales superfluos, el bienestar concebido en términos colectivos, la subordinación de la economía a los fines de la sociedad y la autogestión de las personas y los pueblos. Si el capitalismo, vale decir, el trabajo asalariado, es incompatible con el bienestar y la democracia, el capitalismo global eleva esa contradicción al infinito. No es sólo de la lógica del trabajo asalariado, de la expresión del trabajo en términos de dinero, de la lucha por un salario, de donde puede salir la fuerza para el cambio social. Pero, considerando necesaria una crítica radical al trabajo asalariado, esta critica, tampoco es suficiente para generar un proceso constituyente.

Sin la lucha por una vida mejor de las multitudes de trabajadores desheredados, precarizados (ausentes de las organizaciones de la izquierda tradicional) no hay más que palabras al viento. La rebelión contra este absolutismo y las guerras de rapiña que provoca, la moderación voluntaria de los deseos teniendo en cuenta a los otros, el cultivo de lo cercano, lo autónomo, la mirada hacia los demás y no sólo hacia nuestro propio interior, son elementos necesarios para interrumpir la absurda lógica económica del capital.

Nota : Texto de Agustín Morán, socializado para emplearlo en la ponencia de la asamblea del SOV de la CGT de Plasencia.