El modo natural de organización política de cualquier comunidad humana (mars 2012, https://www.rebelaos.net/).

Al aproximarnos con ánimo cavilativo a la asamblea como hipercompleja práctica colectiva de naturaleza trascendental, lo más importante es negarnos a nosotros mismos toda conclusión simplista, cómoda, inmediata, definitiva y fácil. Cuatro son, al menos, los asuntos que requieren meditación: su historia, su significación política, los límites de la asamblea y el sujeto ante y en la asamblea. Los vamos a abordar sintéticamente en una muy incompleta aproximación.

Al aproximarnos con ánimo cavilativo a la asamblea como hipercompleja práctica colectiva de naturaleza trascendental, lo más importante es negarnos a nosotros mismos toda conclusión simplista, cómoda, inmediata, definitiva y fácil. Cuatro son, al menos, los asuntos que requieren meditación: su historia, su significación política, los límites de la asamblea y el sujeto ante y en la asamblea. Los vamos a abordar sintéticamente en una muy incompleta aproximación. La asamblea es el modo natural de organización política de cualquier comunidad humana, pues lo lógico es que sus integrantes se reúnan para decidir sobre su gobierno. Por tanto, el régimen parlamentarista, partitocrático y constitucional, lo mismo que el fascista, son formas de organización política antinaturales, impuestas por la fuerza. Sólo una sociedad con un orden asambleario garantiza la libertad política a sus integrantes, mientras que todas las formas de parlamentarismo, tanto el republicano como el monárquico, son artificiosas, totalitarias y tiránicas. Los pueblos pre-romanos de la península Ibérica se gobernaban por asambleas, régimen que se mantuvo en los territorios del norte peninsular, donde los tres imperios conquistadores (Roma, el reino godo de Toledo y al-Ándalus) nunca llegaron a imponerse del todo.

La revolución civilizante de la Alta Edad Media hispana universalizó la asamblea popular en la forma de concejo abierto. Al entrar éste en decadencia en las villas y ciudades, en los siglos XIII-XIV, por la presión de las diversas coronas (Estados), la degradación del pueblo y la caída de la calidad del sujeto, el régimen concejil pervivió en la aldea, en la ruralidad, donde se ha mantenido hasta el presente en algunos casos.

La intolerable Constitución de 1812, que inicia coercitivamente el periodo liberal y parlamentarista e institucionaliza el capitalismo, negó personalidad jurídica al concejo abierto, forma sutil de buscar su destrucción. Al mismo tiempo fue aniquilando sus fundamentos económicos, el comunal, así como su base ideológica, el espíritu de comunalidad, ayuda mutua, repudio del dinero, rechazo del placerismo, consumo mínimo, preferencia por lo espiritual, esfuerzo desinteresado, virtud personal y negación del egotismo.

Lo propio de la tradición de los pueblos peninsulares es la asamblea, siendo el parlamentarismo, igual que el fascismo (en sus tres variantes, militar, civil y religiosa), una imposición extraña y ajena. Así se unifica tradición y revolución, pasado y futuro. La asamblea, en su expresión más completa, es un sistema de autogobierno total.

En ella se delibera y decide sobre todos los asuntos que afectan a la organización colectiva, esto es, al funcionamiento político, económico, etc., de la vida social. Para que la asamblea sea soberana no pueden existir otras instancias decisorias, no ha de haber ni Estado (que se reserva por la fuerza y el engaño, la tarea de gobernar a la sociedad) ni capitalismo. Mientras éste y aquél permanezcan no pueden darse asambleas destinadas a pensar colectivamente y resolver sobre todo lo sustantivo. Lograrlo demanda realizar una revolución integral.

Por tanto, hoy únicamente pueden existir asambleas de significación y atribuciones limitadas, parciales e imperfectas. Se necesita de una gran acción transformadora para que la asamblea pueda llegar a ser universal, plena y omni-soberana.

No hay ningún obstáculo para que toda la sociedad se rija por medio de asambleas, salvo la negativa rotunda y amenazante de las actuales élites de poder, políticas, militares, intelectuales, mediáticas, religiosas y económicas a admitirlo. Las asambleas de barrio y pueblo, que son el fundamento del autogobierno popular, pueden designar portavoces o comisionados (nunca representantes) para llevar sus decisiones a los ámbitos bioregionales territorialmente más amplios, cumpliendo tres condiciones: que se mantenga el mandato imperativo, que no haya profesionales de la política y que lo medular del poder decisorio resida siempre en las asambleas locales, o bien, generando espacios abiertos de participación que no requieran estas figuras. (1)

La representación política, una forma de delegación, es contraria a la esencia de la democracia. No existe la “democracia representativa”. Es una forma de dictadura política, de tiranía de las élites, sólo la asamblea es democracia y únicamente la asamblea es libertad para el pueblo.

El auto-gobierno por asambleas es el único régimen que realiza la participación política de todo el mundo, siendo por tanto el único que materializa la libertad política, inexistente bajo toda forma de parlamentarismo, régimen constitucional y dictadura de los partidos.

La asamblea, o gobierno del pueblo por sí, se asienta en los principios de intervención mínima, para no coartar la libertad de la persona (como individuo y como ser social), deliberación ágil yendo a lo sustantivo, solemnidad, uso limitado, actividades complementarias imprescindibles, libertad de conciencia, pluralismo, colectivismo integral, ideario de servicio al bien público, la asamblea como fin y movilización del sujeto en tanto que sujeto.

Hay un uso y un abuso de la asamblea. Su abuso está en considerarla como lo que no debe ni puede ser, desnaturalizándola, al no tener en cuenta o vulnerar las características arriba señaladas. Ahora mismo existen varias fuerzas políticas que están deseosas de que la asamblea se desacredite en la práctica para imponer su línea de parlamentarismo y partitocracia reformulados y renovados. Esto es grave.

Para evitarlo necesitamos una visión sobria y razonable de lo que es la asamblea, que no puede ser considerada como una institución mágica o milagrosa sino como una realidad compleja pero finita y con límites, como parte y no como todo. En particular exige, por un lado, de formas organizativas complementarias (equipos de trabajo, de investigación, etc.) y, por otro, de un proyecto para la autoconstrucción del sujeto, pues no se puede olvidar que la asamblea está formada por personas y que el desarrollo de estas es decisiva.

La asamblea demanda una forma de debate, la deliberación, que salta por encima de la verborrea y el descontrol del decir, para ir con rapidez a la exposición de todas las opiniones, en tanto que es antesala del fundamental acto de decidir. Demanda, pues, reflexión (antes, durante y después), oratoria, escuchar, respetar, determinar, ejecutar y evaluar los resultados de las diversas decisiones. Delegar en la asamblea el esfuerzo cavilativo es tan descarriado como cualquier otra forma de delegacionismo. Servir a la asamblea, y no servirse de ella para cualquier fin particular, es la actitud apropiada. La libertad siempre está y estará en peligro, dado que es su forma particular de existencia, y eso significa que toda asamblea puede ser manipulada.

Muchos de nosotros no estamos preparados para la asamblea, pues estamos construidos por el sistema de dominación como sujetos ininteligentes, insociables, perezosos, pasivos, cobardes y egotistas. Esto quiere decir que se ha de dejar a un lado el victimismo y el narcisismo para comprender lo complejo que resulta la participación en un proceso asambleario. Admitido esto, tenemos que entrar en lucha con nosotros mismos para mejorar nuestras aptitudes, a través de un proceso de auto-transformación personal. Ello exige reflexiones y prácticas personales y grupales que traten cuestiones tan sustantivas como la de realidad, experiencia y verdad concreta-finita, la ética colectiva e individual, el yo y el nosotros como sustrato del ideario colectivista, y la superación del desamor al otro para alcanzar un universo del afecto asentado en el apoyo mutuo.

La conclusión última es que una asamblea es mucho pero que mucho más que un cierto número de personas reunidas de cualquier manera. Ahora, cuando se ahonda la crisis del sistema de dictadura constitucional, parlamentario y partitocrático, la reflexión sobre la asamblea debe ser, al menos, tan activa, rica y viva como las prácticas asamblearias ya existentes.

Frank Mintz Pdf del artículo

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1) En Rodrigo Mora, Félix “La democracia y el triunfo del Estado”, el autor propone una sociedad gobernada por asambleas, unas 80.000 para lo que institucionalmente se denomina “España”.

La democracia inclusiva, un modelo de sociedad basado en asambleas locales de ciudadanos.

Se trata de una propuesta para crear una nueva forma de organización social basada en la distribución igualitaria del poder en todos los ámbitos. Una democracia inclusiva constituye la forma más completa de democracia ya que asegura las condiciones institucionales necesarias para una democracia política, una democracia económica, una democracia en el ámbito social y una democracia ecológica. Así, un componente fundamental de la propuesta es la democracia política, que implica la creación de instituciones de democracia directa en el plano político, de tal manera que todas las decisiones importantes sean tomadas por asambleas demóticas (asambleas ciudadanas de la comunidad local) que se confederan a nivel regional, nacional y finalmente continental y global mediante delegados revocables, quienes implementan y coordinan los mandatos específicos de las asambleas demóticas

Más información en http://www.democraciainclusiva.org


Fuente: Frank Mintz