Artículo de Maruja Moyano, secretaria general de ONCE Alicante

 

No vienen del futuro, sino que son contemporáneos nuestros; no pertenecen a otro mundo, aunque, en palabras del poeta francés Paul Eluard, “hay otros mundos, pero están en éste”.

En efecto, forman parte de ese otro mundo simultáneo dentro del mismo planeta que habitamos, aunque parezca que no. Tampoco son seres de otra especie, (aunque ser o no ser de especies diferentes, no sería óbice para excluir el respeto, la solidaridad y la empatía). Pero fíjense, tampoco es ese el caso.

No vienen del futuro, sino que son contemporáneos nuestros; no pertenecen a otro mundo, aunque, en palabras del poeta francés Paul Eluard, “hay otros mundos, pero están en éste”.

En efecto, forman parte de ese otro mundo simultáneo dentro del mismo planeta que habitamos, aunque parezca que no. Tampoco son seres de otra especie, (aunque ser o no ser de especies diferentes, no sería óbice para excluir el respeto, la solidaridad y la empatía). Pero fíjense, tampoco es ese el caso.

Son refugiados. Prófugos del horror, de la guerra y del hambre, a los que, entre el riesgo de perecer en sus países de origen y dejarse la vida durante la huída, solo hay una diferencia: que la segunda opción lleva implícita la esperanza de sobrevivir, de alcanzar la otra orilla y cambiar así su destino a priori sin salida.

Se cuentan por miles, oleadas de personas errantes por mar y también por tierra, arrastrando su miedo sin mirar atrás, arrastrando su valor mirando hacia delante. ¿Y cuántos quedaron en el camino? ¿Cuánta desesperación se necesita para lanzarse a una aventura sin garantía de éxito, a un viaje sin retorno, a sabiendas de que la muerte puede ser al final el destino más seguro?

Ante la imposibilidad de hacerles invisibles, la comunidad internacional comienza a tomar medidas, para no variar, rebosantes de hipocresía. No faltan las voces que claman ante el gasto millonario que occidente debe desembolsar para dar asilo a una cantidad ingente de seres humanos desposeídos de todo. Las cuotas asignadas a cada país para dar asistencia y protección a los refugiados, son un motivo más de roces y riñas entre los países receptores de la marea humana.

La solución no pasa por hundir las pateras que les transportan hacia la luz de Occidente, ni ampliar las alambradas, ni encarcelar a los intermediarios que les envían a una muerte casi segura a cambio de todo lo que poseen o pueden conseguir. La penosa situación por la que atraviesan los refugiados, no son más que el efecto “boomerang” de siglos de explotación a los países que componen ese mundo que en estas lindes llamamos “Tercero”. Pero ¿quién debe a quién?. ¿Cómo se mide? ¿Cómo se pagan siglos de expoliación de sus tierras por Occidente? Siglos de esclavitud, millones de muertes sin castigo, destrucción de sus tierras, explotación de sus recursos… El codicioso Occidente se ha lucrado durante siglos a su costa. Esto es solo parte de las consecuencias que, antes o después, acarrea la historia.

Abramos los ojos, hagamos memoria.

En su libro “The African Slave”, Basil Davidson sintetiza el daño inflingido por la relación de esclavitud que dominó Europa sobre África entre 1450-1850. El comercio de personas en ese tiempo se estima en 12 millones, además otros dos millones murieron en el camino y 7 millones antes del embarque. Una devastación de vidas, familias y despoblamiento que ha tenido un impacto mantenido durante siglos y hasta hoy mismo. La esclavitud produjo daños decisivos en el desarrollo económico y tecnológico de África, ni siquiera se les dio la posibilidad de enviar cosas o dinero a su tierra de origen, siguiendo el camino inverso de la migración de aquellos trabajadores.

La esclavitud continuó convirtiendo África en porciones coloniales para la explotación minera e industrial que enriquecía Europa. La violencia desplegada contra los nativos fue inimaginablemente inhumana. La conquista del Congo mató a millones de personas. Se desarrollaron métodos de “tierra quemada” para la guerra, destruyendo sistemas agrícolas y despoblando áreas enteras.

En esa época de monopolio capitalista, Europa estableció plantaciones para cultivar productos altamente comerciables, minas y sistemas de transporte para facilitar la extracción de los recursos. Las vías y caminos fueron diseñados para exportar la mercancía, no para las comunicaciones ni desarrollos económicos internos de África.

Se forzó coercitivamente con impuestos, a que la gente trabajara en emprendimientos coloniales donde eran sobre explotados y mal alimentados. La agricultura sufrió, la producción alimenticia declinó y las hambrunas y epidemias camparon a sus anchas entre la población indígena, pero el beneficio siempre fue a parar a los bolsillos de las empresas explotadoras europeas.

¿Y qué ha pasado tras la independencia?

Justin Podur, de la Universidad de Toronto, en un detallado estudio sobre la explotación colonial de África, es explícito cuando escribe: “Las élites coloniales, que habían servido a los intereses europeos, normalmente se mantenían en el poder. Lo mismo hacían las economías dependientes de las manufacturas. De hecho, gran parte de la economía continuaba en manos extranjeras. Cuando algunos líderes africanos intentaron emprender un camino de desarrollo independiente, fueron derrocados por golpes apoyados desde Occidente”.

Sucedió en 1961, con el asesinato de Patrice Lumumba en el Congo. Lumumba fue elegido primer ministro en 1960. Buscó lograr un desarrollo independiente para África, opero Bélgica apoyó un levantamiento en Katanga, un provincia del Congo rica en recursos naturales, e intervino violentamente para apoyar el pedido de independencia de la provincia. Una intervención de las Naciones Unidas siguió a Bélgica. Lumumba fue destituido de su puesto de presidente bajo circunstancias bastante oscuras. Luego logró convencer al Parlamento para retornar al poder, pero fue obligado a huir. Hay evidencias de la EEUU fue cómplice en su asesinato en 1961 (ver William Blum, “Killing Hope.”) Una guerra larga y brutal siguió al asesinato.

Algo similar ocurrió en Ghana, en 1966 con su líder Kwame Nkruman. Le siguió una ola de privatizaciones. Aquellos gobiernos que no fueron derrocados y que deseaban diversificar la economía de sus países y construir servicios públicos, lo hacían por medio de préstamos dados por instituciones financieras internacionales, con sectores de la economía controlados por multinacionales que se repartían los beneficios y así, África ingresó en una crisis de deuda, cuyo valor original se ha pagado varias veces sin que merme su deuda.

¿Quién debería sufrir las consecuencias cuando las deudas africanas son borradas de los libros?: las instituciones prestamistas y sus beneficios. ¿Quién debería pagar por la “restauración” de la agricultura, el transporte, las comunidades, el desarrollo y la independencia local en África?: aquellos gobiernos y corporaciones que se beneficiaron con el saqueo. En otras palabras, las élites del primer mundo. ¿Cuánto es suficiente para restaurar el daño y lograr la igualdad entre las gentes de África y el resto del mundo?. Pero eso haría perder demasiado poder, control y beneficios a las élites de los países ricos.

¿Quién mantiene las guerras, a quién benefician?

En un mundo que presume de democrático y solidario, en pleno siglo XXI hay en nuestro planeta 23 guerras que albergan un total de 27 conflictos armados: Afganistán, Argelia, Birmania, Chad, Colombia, Etiopía, Filipinas, Georgia, India, Irak, Israel y Palestina, Nigeria, Pakistán, Republica Centroafricana, Republica del Congo, Rusia, Somalia, Sri Lanka, Sudán, Tailandia, Turquía, Uganda y Yemen, últimamente se puede añadir Méjico ya que los enfrentamientos de los narcotraficantes con el ejercito es más parecido a una guerra que un simple enfrentamiento policial de poca importancia.

La doble moral que rige en los países, sobre todo occidentales, vuelve a aparecer, el negocio del tráfico de armas es el más rentable del mundo y los mayores fabricantes de armas son los cinco países integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU (EEUU, Reino Unido, Francia, China y Rusia).

Fabricar y vender armas ligeras es un gran negocio mundial. Cerca de 7 millones de armas cortas y largas son producidas anualmente. Aproximadamente, el 75% se fabricaron en los EEUU y la Unión Europea. Otros importantes productores son Brasil, China, Canadá, Japón y la Federación Rusa.

¿Quién se beneficia además de los traficantes? claro está que los fabricantes, y en el mundo existen 152 fabricantes de armas repartidos entre 30 países: Alemania (16), Argentina (8), Austria (3), Brasil (3), Bélgica (1), Canadá (1), Chile (1), China (1), Colombia (1), Corea del Sur (3), Egipto (1), Eslovaquia (1), España (10), Estados Unidos (48), Francia (7), Filipinas (1), Finlandia (2), Hungría (1), Reino Unido (5), Italia (12), Israel (1), Japón (2), Méjico (4), Polonia (2), Republica Checa (3), Rusia (3), Servia (1), Suecia (2), Suiza (4) y Turquía (4), sin contabilizar la producción artesanal que existe en algunos países en conflicto como ocurre en Afganistán, en la Provincia de la Frontera del Noroeste de Pakistán existen poblaciones cuyos habitantes trabajan exclusivamente en la fabricación de armas. En la población de Darra Adam Khel y alrededores, por ejemplo, 40.000 personas dependen de este negocio. Darra fabrica entre 400 y 700 armas al día. Para conseguir un revólver sólo tienes que disponer de unos 20 dólares y volver dos días más tarde. Para conseguir un kalashnikov, unos 80 dólares y cuatro días.

Las estimaciones indican que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU Unidos (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y el Reino Unido) un total de casi el 85% de la flota mundial de armas. Estados Unidos exporta casi el 15% de su producción, el Reino Unido y Francia, el 25% y 20% respectivamente. Casi el 80% de las ventas van a los países más pequeños y más pobres, especialmente para las áreas problemáticas en el mundo en desarrollo.

La migración forzada de seres humanos hacia Occidente no es el problema, el problema es el mismo Occidente. Nosotros, ciudadanos y ciudadanas occidentales, que nos sentimos tan cómodos mirando hacia otro lado, no nos hacemos ningún favor. Formamos parte de un mismo mundo y en él todo es posible. Que nadie piense que está libre y alejado del mal, porque las olas van y vienen y si permitimos, sordos y ciegos, que la podredumbre de la codicia y la explotación continúen su andadura sin límites ni frenos por la faz de la tierra, antes o después nos alcanzará a nosotros como parte de su caza y de su alimento.

Maruja Moyano


Fuente: Maruja Moyano