Artículo publicado en Rojo y Negro nº 388 de abril.

Quienes ya llevamos un tiempo en Renault como yo (la FASA como la llamábamos antes) aún recordamos aquel primer día que entramos a trabajar en esa multinacional que es la empresa más grande e importante de toda la Comunidad, la misma donde mi padre, como el de muchos, había estado trabajando durante décadas y que le sirvió para escapar del duro trabajo en el campo castellano.

Yo recuerdo ese día como si fuera ayer. Aquella ilusión con la que entré pensando en “a ver si me quedo”. Una ilusión que me había transmitido mi padre contándome historias sobre los compañeros y su compañerismo, sobre huelgas, sobre situaciones vividas a lo largo de los años dentro de la fábrica, unas historias que a día de hoy ni te planteas poder vivirlas.
Y así entré mi primer día en Renault: el bocata que mi madre me había preparado debajo del brazo (de aquellas, las tortitas de avena, el muesli y las barritas energéticas aún no existían) y con cara de “a ver qué me encuentro”, pero con el convencimiento de que ibas a hacer lo posible por quedarte allí el resto de tu vida, porque ¿en qué otra empresa ibas a estar mejor que en aquella en la que tu padre había estado toda su vida y que, a la vez, era la empresa más importante de toda la Comunidad?
Sin embargo, pronto me di cuenta de que las historias y situaciones que mi padre me contó ya pertenecían a otros tiempos… unos tiempos que ves muy difícil que puedan volver. Para empezar, te das cuenta de que por el mero hecho de ser nuevo vas a cobrar bastante menos que los que llevan más tiempo por hacer el mismo trabajo, de que no vas a cobrar en tu vida el plus de antigüedad, de que para tener un día de asuntos propios tienen que pasar cinco años de trabajo efectivo, de que hasta hace bien poco en esta empresa no se contrataba y se discriminaba a la mujeres por el hecho de ser mujeres, de que la voluntariedad de las horas extras es una utopía si quieres seguir currando aquí, de que el tío con bata que te había saludado el primer día como uno más resulta que a los cuatro días te está dando voces porque se te ha olvidado hacer algo —a sabiendas de que esas voces también las recibe él desde más arriba—, de que en las ocho horas de trabajo apenas tienes tiempo para “respirar” y beber agua, de que las escasas pausas que tienes las has de usar para ir al baño ya que si lo haces en el tiempo de trabajo a algún mando le sienta mal… en definitiva, te das cuenta de que allí da igual que te llames Antonio, Juanjo o Miguel, las personas son irrelevantes, lo realmente importante es que produzcas como una máquina, a buen ritmo y sin rechistar, ya que desde que entras por la puerta de la factoría tu nombre desaparece y te conviertes en un solo número que comienza por 41 o 42.
Y con el paso de los años (si es que has tenido la “suerte” de quedarte) te das cuenta de que esa situación no va a ir a mejor, de que, convenio tras convenio, los de siempre van dinamitando tus derechos laborales, de que si antes existían tres categorías de entrada ahora ya son cinco, de que tu salario ha estado congelado más de la mitad de los años que llevas en la fábrica, de que los ritmos de trabajo cada vez son más inhumanos, de que lo que era la empresa en donde todo Valladolid y alrededores quería entrar a trabajar se ha convertido en un despiezadero de gente y que a ella ya tienen que venir a trabajar personas desde cientos de kilómetros de distancia, ya que la inmensa mayoría de gente de Valladolid que ha trabajado en ella no quiere volver a oír hablar de volver.
Y te preguntas por qué paso esto, por qué esta empresa de la que tu padre hablaba maravillas se ha convertido en lo que es ahora. Y buscas culpables y los encuentras y te das cuenta de que no son otros que aquellos que, convenio tras convenio, han firmado todas las aberraciones posibles y alguna más y te preguntas cómo es posible que, elecciones sindicales tras elecciones, la gente les siga votando y, poco a poco, te das cuenta de la red clientelar que esos firmantes tienen montada con la empresa y los favores que la empresa les debe.
A pesar de todo, no te resignas. No te resignas a que te quieran hacer ver que todo es una maravilla, a que te digan que las “pequeñas cesiones” que se hacen, convenio tras convenio, son para que siga habiendo carga de trabajo en las factorías y para que la fábrica de coches siga haciendo coches (¡de verdad que no es una frase de Rajoy!); no te resignas a ver cómo, trabajando en la empresa más importante de la Comunidad, cada año que pasa te cuesta más llegar a fin de mes, no te resignas a que tu espalda cada día esté peor debido a los ritmos de trabajo que sufres a diario en tu puesto y que cuando sales de trabajar, en vez de pensar en tomarte una caña en el bar con tus compañeros, pienses en llegar a casa a enchufarte un nolotil o un voltarén para poder tenerte en pie, no te resignas a que te digan que la venta de la factoría de motores es normal y entra dentro de la nueva estrategia empresarial de Renault, no te resignas a que en apenas cinco años el departamento de embutición de la factoría de carrocerías en el que curras haya pasado de cinco a dos turnos de trabajo… en definitiva, ¡no te resignas a convertirte en una oveja más del rebaño!
Es entonces cuando decides organizarte y luchar y decides hacerlo bajo el paraguas de quien desde que llevas en la fábrica siempre ha denunciado todas las injusticias que se han ido cometiendo en la empresa, decides hacerlo con quien, convenio tras convenio, ha dado la voz a la plantilla y lleva sus peticiones ante la empresa, decides hacerlo con los únicos que han denunciado las contrataciones en fraude de ley que realiza Renault, decides hacerlo con quienes estuvieron más de una década en los juzgados hasta demostrar que Renault discriminaba a las mujeres, decides hacerlo con los únicos que en su día convocaron una huelga contra la eliminación del turno de noche en la factoría de montaje, decides hacerlo con quien no le tiembla la mano a la hora de denunciar a la empresa, decides hacerlo con los únicos que han puesto el grito en el cielo ante la desaparición de 230 puestos de trabajado del departamento de embutición de carrocerías, ¡decides hacerlo con la CGT!
Y llegamos a la última situación en la que me quiero explayar, ya que es la más reciente y con la que, aunque tarde y tal vez por el egoísmo al tratarse del departamento en el que curro, ha decido decir basta: la desaparición del turno de noche en embutición y, con él, la eliminación de 230 puestos de trabajo directos, una peligrosa deriva a la que Renault está llevando a este departamento en los últimos años y poniendo en riesgo tanto la continuidad tanto de dicho departamento como a la factoría de Carrocerías en general.
Y es por esto por lo que los próximos días 2, 9 y 16 voy a secundar los paros convocados por CGT. Sé que son paros convocados en solitario, que no tendrán el seguimiento que deberían de tener, que el miedo y el trabajo de la empresa y sus secuaces harán que parte de las personas que secundarían los paros finalmente no lo hagan, pero yo me veo en la obligación de parar y no solo de parar sino de intentar que mis compañeras y compañeros entiendan que es necesario hacerlo, que entiendan que ante esta situación la única medida de presión posible es esta, que no se puede seguir consintiendo que sigan jugando con nuestro futuro laboral a su antojo y que esto ha de ser un momento de reflexión ante lo que nos vamos a seguir encontrando por el camino.
La plantilla de Renault llevamos años sufriendo recortes y embestidas de todo tipo, es el momento de parar, de dar una ostia encima de la mesa y plantar cara tanto a la empresa como a los sindicatos teledirigidos por ella, algunos de los cueles en lugar de apoyar los paros se dedican a boicotearlos de la manera más ruin posible. Porque lo que está en juego es mucho más que nuestro presente, es nuestro futuro.

Trabajador de Renault Valladolid
(Carrocerías)

 


Fuente: Rojo y Negro