José J. Beeme (Ed.). Unaluna Ediciones, 2009. 120 pp. 12 €.
Antonio García Barón se consideró un anarquista de los de antes, siempre con la mano tendida para ayudar si es necesario. Era muy apreciado en Monzón, así como por todos los sitios por donde iba, porque era alguien que ayudaba a todos sin ningún interés ; una persona excepcional, interesante, honrada y amiga. Muchos de los que le han conocido han cambiado su escala de valores y su orden de prioridades, resultando quizás, menos materialistas y más solidarios.
José J. Beeme (Ed.). Unaluna Ediciones, 2009. 120 pp. 12 €.

Antonio García Barón se consideró un anarquista de los de antes, siempre con la mano tendida para ayudar si es necesario. Era muy apreciado en Monzón, así como por todos los sitios por donde iba, porque era alguien que ayudaba a todos sin ningún interés ; una persona excepcional, interesante, honrada y amiga. Muchos de los que le han conocido han cambiado su escala de valores y su orden de prioridades, resultando quizás, menos materialistas y más solidarios.

La contención, el dominio de sí mismo, la entereza, el valor, la dignidad, el honor, la honradez, el no dejarse humillar ; fue lo que le valió ganarse el respeto de los propios nazis, sus enemigos, y posiblemente lo que le hizo salvar su vida, prisionero en Mau­thausen.

Formó parte de una generación que vivió en primera persona los principales acontecimientos de un siglo especialmente convulso. Aquellos tipos rozaron con las puntas de los dedos la utopía y pagaron con creces tamaña osadía. Perdie­ron y las pasaron canutas, pero ni se vendieron ni claudicaron. Ni tan siquiera se les oyó lamentar su suerte. Pero Antonio fue aún más allá y siguió batallando. Derrotada la sociedad de iguales, luchó por su propia libertad con un solo objetivo : vivir al margen de las leyes de los hombres y sus miserias ; lejos de sus amos y sus dioses. Y no cejó en su empeño hasta conseguirlo.


Fuente: Redacción